Cuando Alfonso X el Sabio mandó compilar su extensa colección de milagros de la Virgen en gallego-portugués hacia el último cuarto del siglo XIII, no hacía otra cosa que seguir una antigua tradición iniciada en latín y que tuvo su continuidad en lengua romance.
Es cierto que pueden encontrarse milagros de la Virgen infiltrados entre los dedicados a santos particulares y menciones esporádicas a estos prodigios en escritos de diversos autores. Sin embargo habrá que esperar hasta finales del siglo XI para ver reunidas las primeras colecciones, en latín, con un número desigual de milagros de Nuestra Señora.
Algunas son compilaciones de carácter general, aunque, sobre todo, florecen aquellas de carácter local, ligadas a un determinado centro de culto marial (Laon, Rocamadour, Soissons, Canterbury, Montserrat…). Esto se debe a que los santuarios y abadías más importantes del momento deseaban poder alardear de poseer una buena colección de milagros producidos en el lugar para cobrar importancia sobre otros que no pudiesen hacer gala de esa aparente predilección por parte de la Virgen María.
La primera colección de milagros en lengua romance es Le Gracial, reunida por Adgar, un clérigo que desarrolla su actividad cerca de Londres hacia el tercer cuarto del siglo XII. No debió ser la pionera, pues Adgar mismo reconoce que alguno de los milagros que está traduciendo del latín estaban ya traducidos en anglonormando. Esa era la lengua literaria de la región, en la que se habían escrito por la misma época diversas vidas de santos y santas. Con su obra, Adgar se suma a esa corriente hagiográfica que pretende acercar las vidas de santos y sus extraordinarios milagros a la enorme masa de fieles que desconocían el latín o que lo conocían de manera insuficiente como para poder disfrutar y aprender con dichos relatos ejemplares.
Los tres ejemplos del siglo XIII
En este contexto surgen los tres mariales romances más importantes del siglo XIII. Serían, por orden cronológico, Les Miracles de Nostre Dame del francés Gautier de Coinci, los Milagros de Nuestra Señora del riojano Gonzalo de Berceo y las Cantigas de Santa María del rey Alfonso X.
Teniendo en cuenta lo anteriormente dicho, las tres colecciones (en francés, castellano y gallego-portugués, respectivamente) tienen muchos milagros en común porque han bebido de las mismas fuentes o de fuentes muy próximas. Sin embargo, el objetivo final y el arte de cada uno de los compiladores les conferirán una pátina individualizadora. Así que podemos asegurar que no se trata de meras traducciones sino de versiones diferentes de las mismas historias.
De estas tres, la colección más moderna (en todos los sentidos) es la del rey de Castilla. También la más impresionante, por diversas razones, y la más original, pese a sus orígenes comunes. Seguramente porque era un rey con gran cantidad de recursos económicos y humanos a su disposición, pudo llevar a término su deseo personal de realizar una obra grandiosa, tan digna de su autor como de su destinataria.
Así, las Cántigas constituyen uno de los ejemplares librescos más extraordinarios de la Edad Media, tanto por su volumen (más de cuatrocientos textos), como por la extensa variedad musical que presenta. Todas las composiciones vienen acompañadas de su partitura para su interpretación melódica, pero, además, exhiben un impresionante repertorio iconográfico, ya que cada cantiga está seguida de una página entera con imágenes que ilustran la historia que se relata en los versos precedentes.
Ninguno de los otros dos grandes mariales romances puede presumir de una riqueza parecida.
La finalidad de Berceo era la instrucción moral, pero también lingüística y teológica, de los monjes novicios de su monasterio. Para ellos concibe los relatos de estos milagros, contados de manera sencilla, en la cuaderna vía, y en los que ensalza la grandeza de María y su inagotable misericordia.
La glorificación de la Virgen es también el objetivo fundamental de Gautier de Coinci, pero sus milagros tienen un estilo más rebuscado y están rematados con unas largas colas moralizantes. Sin embargo, adorna su colección con canciones de exaltación mariana que abren y cierran los dos libros que conforman la obra. Además, buena parte de los manuscritos contienen imágenes relativas al milagro que se está contando y, algunos de ellos, incluso varios cuadros en los que se desarrolla lo esencial de la historia.
Así que, cuando Alfonso X decidió acometer su propia colección tenía, además de los repertorios latinos, estos otros dos modelos que seguramente conocía, aunque solo fuese por boca de alguno de sus colaboradores.
La inspiración de Alfonso X
Los milagros castellanos no debieron interesarle demasiado puesto que no se ajustaban a sus objetivos. Pero la colección francesa debió inspirarle, no solo por su contenido, que le ofrecía un amplio compendio de relatos que demostraban la eficaz mediación de la Virgen ante su hijo en favor de sus devotos, sino también por el original contenedor que los guardaba.
A imitación de Gautier, también Alfonso va a ilustrar sus historias, pero de manera más rica, precisa y sistemática. Y añadirá la música a todas y cada una de las composiciones. Además, va a insertar al principio de su libro un par de canciones que funcionan como prólogo de la obra. Lo cerrará, a su vez, con las cantigas 400 y 401, cantigas de cierre y petiçonrespectivamente, que el rey utiliza para clausurar su cancionero y ofrecérselo a la Virgen, rogándole que intervenga por él ante su hijo, el Juez Supremo.
Por otro lado, coincidiendo con los números decenales, Alfonso decide incluir una canción de alabanza de santa María, con variados y novedosos modelos estróficos. Esto mismo había hecho Gautier en sus saluts musicados y en aquellos sermones finales de los que Alfonso X prescinde por considerarlos excesivamente sentenciosos.
No obstante, algo nuevo destilaban los versos del francés que el Sabio supo leer correctamente: el rechazo explícito del amor mundano en favor del amor divino. De modo que él, experto trovador que destacaba por la mordacidad de su poesía satírica, decidió seguir la senda marcada por Gautier.
Al final de la cantiga 10, Alfonso declara querer alejarse definitivamente (al menos en apariencia) del amor físico para consagrarse en adelante, exclusivamente, a cantar el amor por la Virgen, el único verdadero y el único que reporta felicidad al enamorado:
Esta dona que tenno por señor
e de que quero ser trobador,
se eu per ren poss’aver seu amor,
dou ao demo os outros amores.
(Esta dama que tengo por señora / y de quien deseo ser trovador, / si yo puedo de alguna manera tener su amor, / al diablo doy los otros amores).
Esta promesa será ratificada en muchas otras cantigas. Al final, lo que parece una mera colección de milagros de la Virgen es un cancionero amoroso que el rey compila para su amada, la Flor das Flores, la Señor das Señores. Ella, a cambio, lo protege en la tierra y lo preserva para el Cielo.
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