JacinTO ANTÓN
Barcelona
Los mensajes del faraón no están escritos en Twitter o Whatshapp sino en piedra. Se componen de jeroglíficos y de imágenes y contienen información religiosa e histórica. Pero hay que saber leerlos. A entender lo que quiso transmitir Ramsés III (Rameses en la grafía que prefieren los egiptólogos), el último gran rey del Imperio Nuevo, en las escenas e inscripciones en los muros de su templo de Medinet Habu, en la actual Luxor, y a dilucidar qué hay de rigurosamente histórico en sus mensajes, han dedicado su esfuerzo los estudiosos catalanes Salvador Costa y Teresa Magadán, que publican ahora en un libro su trabajo.
Rameses III como garante de Maat, las dos estelas del año 12 en Medinet Habu(editado por la librería de egiptología Mizar), es un fascinante estudio de las dos estelas del título, situadas a la entrada del templo, en el primer pilón, y de numerosas escenas representadas en el edificio en las que se despliegan visualmente batallas, desfiles, ceremonias y rituales. Entre las imágenes, algunas tremendamente dramáticas: carros de guerra en pleno ataque, ejércitos en marcha armados hasta los dientes, enfrentamientos navales, prisioneros marcados a fuego con el nombre del faraón o escribas contando minuciosamente montañas de manos y penes cortados (2.175) al enemigo para contabilizar sus pérdidas.
Ramsés III (reinado del 1195 antes de Cristo al 1164 a. C.) es el segundo faraón de la XX Dinastía del Imperio Nuevo egipcio. Su padre Setnajt, un general sin ascendencia real, fundó la nueva línea dinástica tras la muerte de la reina Tausert y reinó cuatro años durante los que incorporó a su hijo al poder. El tercer Ramsés, que estuvo en el trono la friolera de 31 años y 49 días, tuvo dos reinas principales, Isis ta-Hemdjeret y la conocida solo como Reina X, que le dieron diez hijos varones, tres de los cuales reinaron después de su padre. Entre los hechos más famosos de su reinado figuran varias invasiones de pueblos enemigos de Egipto, una huelga de los trabajadores de Deir el-Medina (los constructores de las tumbas de la necrópolis tebana) y una conspiración palaciega, con ramificaciones en el harén.
El mismo día de su coronación en Karnak, Ramsés III ordenó la construcción de su templo funerario (un concepto que discuten Costa y Magadán) en Medinet Habu, en Tebas (hoy Luxor), diseñado para emular el Rameseum de Ramsés II. La construcción y decoración del templo, uno de los mejor conservados de Egipto (el mejor de época ramésida, con incluso restos de policromía) y cuya visita es una experiencia magnífica, duró 12 años. El edificio, que atendían 150 sacerdotes, está rodeado por murallas y consta de instalaciones administrativas y religiosas y un pequeño palacio. La decoración incluye además de escenas y textos puramente religiosos otra larga cantidad que son de cariz conmemorativo y que constituyen una de las fuentes principales para la historia del reinado de Ramsés III.
El faraón tiene tumba en el Valle de los Reyes, la KV 11 decorada con los famosos arpistas (de los que ha tomado nombre) y su momia, hallada en la cachette de Deir el-Bahari en 1871, se exhibe en el Museo Egipcio de El Cairo. Ramsés III libró tres campañas defensivas, dos contra los libios y una contra los denominados Pueblos del Mar. De esas tres guerras victoriosas aparecen muchos episodios en Medinet Habu. “Algunas de las batallas que vemos son reales y otras no”, precisa Salvador Costa, que recuerda que las guerras que libró Ramsés III, aunque él trate de presentarlas con la gloria de las campañas de expansión imperial de Seti I o Ramsés II, fueron puramente defensivas.
Pese a que de las escenas de Medinet Habu puede extraerse muchísima información histórica sobre la forma de hacer la guerra de la época y sobre los enemigos de Egipto, la intención de esas representaciones y otras, recalca Costa, era mostrar al faraón como garante del orden cósmico (Maat), derrotando al caos y a los peligros que acechaban al país.
Entre las imágenes, algunas tremendamente dramáticas: carros de guerra en pleno ataque, ejércitos en marcha armados hasta los dientes, enfrentamientos navales, prisioneros marcados a fuego...
Sorprenden los detalles del armamento en los relieves, concienzudamente documentados y analizados por Costa y Magadán. Se aprecian por ejemplo las espadas de tipo micénico que llevan las tribus de los Pueblos del Mar y también algunos combatientes libios, los mashauash, cuyo jefe Mesher aparece capturado, con esposas de madera y luciendo un curioso estuche fálico, o los palos arrojadizos “bastones de serpiente” que cargan las tropas auxiliares del faraón.
El estudioso señala que lo de” templo funerario” es un concepto que llama a equívoco. Los egipcios los denominaban “templos de millones de años” y eran construidos en vida del faraón para mayor gloria de este. Su construcción en la orilla oeste de Tebas, en la zona de las necrópolis –en la que además vivía gente y se construyeron complejos residenciales como el palacio de Malkata, de Amenofis III- ha hecho que se los vea como monumentos funerarios.
¿Qué había allí dentro? “Un elemento básico del culto en el templo era la barca procesional de la tríada tebana, la del rey y las de otras divinidades. Esas barcas se desplazaban en los diversos festivales como el Opet y el del Valle y eran adoradas durante las procesiones”. ¿Y qué pasaba en el interior de un templo como el de Medinet Habu? “Buena pregunta. El primer patio era una plaza pública, en la que no entraba todo el mundo, por supuesto. Ahí ofrecía audiencias el rey desde una ventana que comunicaba con su palacio. A veces aparecía en carro en el patio para que se le homenajeara. Tras el segundo pilón, empezaba propiamente el templo. Tenía una parte descubierta, el segundo patio, y otra cubierta, el dominio de los dioses. De aquí salían las divinidades que se guardaban dentro y eran recibidas por el rey y partían de procesión. En el interior del templo estaban, por ejemplo, las salas del tesoro, donde se depositaban un gran número de bienes muebles, incluidos materiales costosos (esencias olorosas, oro, plata, cobre, etc.), para ser destinados al culto, así como a la manutención de tales instituciones piadosas; así como, los santuarios destinadas a albergar las barcas procesiones de las divinidades más importantes de la monarquía y las salas donde se desarrollaban ritos relacionados con la renovación del monarca, que necesitaba regenerar su vigor, su poder, su capacidad de Horus para garantizar la Maat. Esa reciprocidad del faraón recargándose y retroalimentando al cosmos puede verse por toda la iconografía del templo. El ritual en concreto que se desarrollaba en los templos no lo conocemos porque estaba escrito en papiros. Vemos escenas en los muros en que el sacerdote está leyendo ese papiro pero es como tener la foto sin el texto.
Costa utiliza una comparación impactante para explicar un templo “no funerario” como el de Medinet Habu: el Valle de los caídos. “¿Qué es? En parte monasterio, porque tiene monjes; ¿templo estrictamentefunerario?, no, aunque esté enterrado Franco. ¿Templo de culto?, sí, porque el hecho que esté Franco lo hace además de alguna manera divino para los franquistas. ¿Construido por esclavos?, sí, aunque el régimen no era esclavista, los prisioneros de guerra eran tratados como esclavos”. Costa matiza que Ramsés III no era como Franco, aunque apunta que no mitifica a los faraones, vértices de una teocracia.
¿Nos sorprendería mucho ver lo que pasaba en un templo egipcio? Seguro que sí. Como el ritual estaba escrito sobre papiro, desconocemos muchos de los ritos que se realizaban en su interior. Sin embargo, habría cosas que nos resultarían familiares; hay muchos elementos de la iconografía religiosa cristiana que vienen del Antiguo Egipto, la Virgen y el niño, por ejemplo; las formas son diferentes pero hay contenidos parecidos”.
De la conjura dice que no sabemos si el faraón murió a resultas de ella. La momia presenta un corte en el cuello pero no está claro si se le hizo antes o después de morir, durante la momificación. “Si lo asesinaron es raro que no mataran también a su sucesor legítimo, su hijo Ramsés IV. Yo creo que fue un intento que no llegó a buen puerto. Sabemos que hubo un juicio sumario, se ejecutó a diversas personas y otras cinco fueron condenadas a suicidarse”.
Medinet Habu “se conserva muy bien, aunque hay fragmentos de escenas picados por los coptos, y es una visita imprescindible si vas a Luxor”, pero no va a arrojar en principio grandes hallazgos arqueológicos. “Está estudiado y publicado, no es como el templo de millón de años de Tutmosis III que excava Miriam Seco y donde están apareciendo estelas y tumbas”. A Costa (Barcelona, 1955), que trabaja sobre todo leyendo textos e imágenes le ofrecieron colaborar en un proyecto de excavación, pero dijo que no: “Físicamente no estoy para hacer de Indiana Jones”. Tampoco es de los que se plantea descubrir misterios, sino “entender la mentalidad de los antiguos egipcios”.
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