La momia de Xin Zhui, esposa del gobernador chino de Dai, se ha conservado casi intacta más de 2.000 años. Su autopsia revela los excesos de su frenético ritmo de vida.
Las momias femeninas no son tan habituales como las masculinas, al no haber ocupado las mujeres la cúspide de la sociedad más que en contadas ocasiones y no haberse beneficiado tampoco, en su paso a la otra vida, de los mismos privilegios, como lo fue tradicionalmente la momificación, que se consideraba un símbolo de estatus. Por eso los ejemplos que existen resultan de un magnetismo indescriptible. Es el caso de Lady Dai, como la conocen los arqueólogos. La excelente conservación de la momia de esta noble china, muerta hace más de 2.000 años, ha permitido a los expertos hacerle una autopsia completa y llevar a cabo una reconstrucción de cómo sería su aspecto en vida. Pero su descubrimiento debe mucho al azar.
En 1971, el líder de China Mao Zedong animó a sus ciudadanos a que construyeran refugios antiaéreos para protegerse de un posible ataque de las potencias capitalistas. Mientras cumplían con el mandato en los terrenos de un hospital en Changshá, provincia de Hunan, en el sur del país, los obreros encargados se pararon para fumar un cigarrillo tras excavar un profundo agujero y ver que el firme cedía. Al encender las cerillas, surgieron unas grandes llamas azules que les hicieron gritar asustados: "¡Gui huo!" ("¡Fuego fantasma!"). Cuando el incidente llegó a oídos de los arqueólogos locales, estos se imaginaron el origen del fenómeno: la descomposición de los materiales orgánicos de un antiguo enterramiento produjo gases inflamables. Así que los expertos llevaron a cabo la consiguiente excavación del lugar, conocido como colina de Mawangdui, que dejó al descubierto tres tumbas. Una de ellas, que destacaba por su sofisticada construcción, guardaba el cuerpo de una noble dama perfectamente conservado y envuelto en diez capas de seda. Incluso sus manos estaban cubiertas por delicados mitones.
El concienzudo trabajo de los momificadores permitió que su organismo se mantuviera incorrupto durante dos milenios. Tanto es así que las venas aún contienen sangre y los tejidos blandos están intactos. Piel y músculos se han mantenido lo suficientemente flexibles como para que los investigadores que la han estudiado pudieran doblarle los brazos sin que se descompusieran. Una obra maestra del embalsamamiento, difícil de igualar incluso para los egipcios: los féretros de madera de ciprés contenían mercurio, utilizado como agente antibacteriano, y habían sido encapsulados en una gruesa capa de carbón y caolín para aislarlos del exterior.
La tumba data del año 163 a. C., época de los Han, una de las primeras dinastías que gobernaron la China unificada. La mujer enterrada en ella era Xin Zhui, la esposa del marqués de Dai, Li Cang, inhumado en otro de los sepulcros. En el tercero reposaba un hombre mucho más joven, quizá el hijo de ambos o un hermano. A los arqueólogos les sorprendió la enorme cantidad de ricos objetos que se llevó al otro mundo Lady Dai, como ha sido nombrada. Ciertamente era una práctica común, pues sus contemporáneos creían que los bienes materiales eran necesarios para mantener el ritmo de vida en el más allá, algo que pudo comprobarse en la tumba del primer emperador de China, Qin Shi Huang, que se llevó consigo todo un ejército de terracota, los Guerreros de Xi’an. Sin embargo, la dama de Dai no pasaba de ser una aristócrata de provincias, digamos una noble de segunda, pero su riqueza era notable, ya que en el mausoleo se acumulaban más de mil objetos de gran lujo y bella factura, muchos acabados en laca. Había desde cajitas para guardar cosméticos hasta cuencos para beber vino o figuras de madera que, al estilo de los guerreros de terracota, transportaban el espíritu de los servidores de la marquesa: por ejemplo, un conjunto de cinco figuritas representando a sus músicos de cámara.
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