Los arqueólogos han puesto al descubierto una cerradura de muralla romana del siglo III después de Cristo (dC) en el interior de una casa del casco antiguo de Girona. Tiene una longitud aproximada de 5 metros, una altura de 4 y forma parte de las paredes de este edificio, situado en la calle Bellmirall (junto al rectorado de la UdG).
La casa se reconvertirá ahora en apartamentos, pero antes de que comience la obra se ha hecho un estudio arqueológico previo, que ha permitido documentar la evolución histórica a lo largo de los siglos. Entre los elementos singulares que tiene la edificación están los restos de un silo de grano, un tramo de muralla de época carolingia con una torre de defensa o gárgolas del siglo XIV (cuando el edificio era una casa noble y aparece documentada como el castillo de Bellmirall).
Ahora, todo este legado histórico se preservará cuando el edificio se adapte a las necesidades del siglo XXI y acoja hasta unos catorce pisos. Situado en los números 2 y 4 de la calle Bellmirall de Girona es, en sí mismo, el ejemplo de la evolución de Girona a lo largo de los siglos. Actualmente está en ruinas, pero dentro de un tiempo se reconvertirá en un bloque donde habrá entre trece y catorce apartamentos.
Y donde la modernidad convivirá con el pasado, para que aquellos elementos arqueológicos singulares se conserven. Antes de que entren los albañiles, el Ayuntamiento y el Departament de Cultura han llevado a cabo un estudio arqueológico previo, que ha permitido reconstruir la historia . Casi no se ha intervenido, sino que a partir de aquellos restos y elementos que hay a la vista, y de lo que se conocía a través de documentos, se han identificado los diferentes elementos patrimoniales.
Tan sólo picar el yeso y el mortero que recubría una de las paredes interiores, sin embargo, los arqueólogos han descubierto una cerradura de muralla romana que data del siglo III dC. Se construyó sobre la muralla primigenia de la ciudad -del siglo I aC y que no se conserva- y, según concreta la arqueóloga Maribel Fuertes, el hallazgo les ha sorprendido.
Una muralla romana y una torre de defensa
En una de las paredes exteriores de la casa, la muralla romana se aprecia a simple vista. Pero justo en este punto, el muro giraba y se adentraba hacia donde ahora hay el edificio. “Nos sorprende que lo que las construcciones posteriores habían tapado, ahora nos haya aparecido totalmente conservado”, dice Fuertes, en referencia a la cerradura de muralla.
En concreto, el trozo que se ha descubierto hace unos 5 metros de largo, 2 de anchura y 4 de altura (de los que se han puesto 2 y medio al descubierto, porque el resto se encuentran bajo el suelo). La muralla está hecha de sillares arenosos que procedían, como todos los de la época, de la zona de Domeny o Taialà.
El estudio previo también ha permitido documentar (sobre todo, gráficamente) aquellos otros elementos históricos del edificio que ya estaban al descubierto. En el exterior, en la parte que da al rectorado de la UdG, los arqueólogos han estudiado los restos de muralla que se aprecian ya desde la calle. Son 17 metros de muralla romana -que forman parte de la base del edificio- y parte de una torre de defensa carolingia, que se adosó en el siglo VIII (cuando la muralla romana se reforzó por la parte posterior y , en vez de 2 metros de ancho, pasó a tener 4).
“Desconocemos qué altura real tenía la torre, porque en el siglo XIV se construyó encima, pero sí sabemos que al menos la primera planta era del todo maciza “, precisa Fuertes. Precisamente, fue en la Edad Media cuando este edificio se convirtió en una casa noble, que en documentos del siglo XIII ya aparece documentada como el “palacio Bellmirall”.
Entre los elementos singulares de la época que aún se conservan hay un patio interior con gárgolas del siglo XV. Y aquí, precisamente, es donde se han localizado los restos de un antiguo silo de grano (en este caso, de época carolingia) que certifican como, en los siglos VIII-XIX en esta parte de la ciudad no se construía.
La arqueóloga concreta que, durante la Edad Media, la casa noble -que seguramente dio nombre a la calle- fue “un edificio imponente”. Y que en el siglo XVI, el entonces abad de Sant Joan de les Abadesses, Miquel de Agullana, hizo reformas y dejó huella (marcando su sello en puertas y ventanas) .A partir de ahí, el estudio arqueológico previo también ha determinado que, ya en la época moderna, el edificio acogió un colegio de seminaristas (el de la Sagrada Familia) y que más adelante, por lo menos hasta los años noventa del siglo pasado, se convirtió en el archivo diocesano.
“Gracias a este estudio previo, a través de la documentación que se conserva y de los elementos que hay en el edificio, hemos podido entretejer su evolución”, concretó Fuertes. Ahora, todo esto servirá para que, a la hora de hacer las obras, estos elementos se conserven (e incluso, puedan ser visitables). La alcaldesa de Girona, Marta Madrenas, subrayó que los estudios previos forman parte de un nuevo protocolo “y un cambio de estrategia”. En vez de esperar a que los restos salgan a la luz cuando el promotor privado haga la obra.
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