"¿Qué más me va a pedir Dios?", fue lo primero que le soltó su madre a Rocío cuando ésta, con 36 años, le confesó que quería ser monja. Era un momento familiar malo y la reacción materna "totalmente comprensible", excusa la hija. Además, duró muy poco. "Esa misma noche me pidió perdón y me dijo: 'yo no tengo derecho a negarme a que hagas tu vida. He sido una egoísta'". Rocío Ruiz Calderón, a punto de cumplir 42, recuerda ahora ese momento difícil desde la tranquilidad que le da el haberse atrevido a dar el salto.
Tampoco fue favorable la respuesta de la novia de Domingo Muñoz Pérezcuando él le dijo que entraba en el seminario. Sacerdote desde los 34, ahora con 48 confiesa que su pareja no lo entendió. "Llevábamos un tiempo juntos, yo ganaba mucho dinero, tenía una casita y proyectaba casarme, pero empecé a preguntarme si era eso lo que quería. Entró en mi interior una amargura, no me encontraba feliz", cuenta desde la parroquia de la Santísima Trinidad de Maspalomas, en Las Palmas. "Mi novia y mis hermanos fueron muy reacios al principio, porque suponía un cambio muy grande, era abandonarlo todo. Pero con el tiempo lo han aceptado y ahora mi ex y yo somos muy amigos".
Rocío y Domingo reconocen que, después de una trayectoria vital y laboral, eligieron un camino que para algunos "es llamativo". Pero les gustaría destacar "la normalidad de su elección". Rocío señala que "somos personas corrientes que optamos por servir a los demás, pero nos gusta salir, hacer deporte... a mí me encanta tomarme una cervecita y charlar y reírme con los amigos. Lo necesito incluso". Ella se pregunta en voz alta: "Si Jesús llegara hoy ¿qué nos diría en pleno siglo XXI? ¿que nos encerráramos? No creo. Hay que salir, tener apertura hacia el mundo para estar cerca de la gente y comprender sus problemas".
Tanto una como otro confirman, por lo que observan en sus propias comunidades, que las vocaciones religiosas maduras son ahora más frecuentes, aunque la Conferencia Episcopal no tiene datos desglosados por edades. Sí refleja, en cambio, que en el curso 2015-2016 ingresaron en los seminarios mayores españoles 270 nuevos seminaristas y que el número de sacerdotes ordenados aumentó un 28,2%. "Estamos en un momento de vocaciones tardías, pero es así para todo. Es tarde para la vida religiosa, pero también para ser madre, para el matrimonio, para emprender proyectos...", concluye Rocío. "Está surgiendo hoy un descubrimiento tardío de la palabra de Dios, pero porque también los procesos de madurez de los chiquillos son más lentos. Hay mucha gente de 30 que se empieza a hacer preguntas y acercarse a la fe, cosa que antes no habían hecho", aclara el sacerdote.
Con su acento sevillano, Rocío cuenta su proceso a ELMUNDO, desde el colegio Jesús María de Barcelona, congregación a la que pertenece y en la que hace de orientadora de los alumnos y duerme en la Casa de Familia con los niños procedentes de centros de menores. "Mis padres eran religiosos y yo fui al colegio con las monjas irlandesas. Vibraba mucho con lo que contaban las misioneras y siempre estuve en grupos pastorales". Pero en paralelo "competía de forma profesional en hockey hierba y en pádel. Estaba muy centrada en el deporte y aunque la inquietud de mirar por el otro la tenía, no era tan fuerte como para dar el salto".
La vida religiosa no era novedad en su casa. La hermana melliza de Rocío entró en las irlandesas con 19 años para ser monja. Lo curioso es que volvió a la vida laica tras cinco años. "Se enamoró de un jesuita y se salieron los dos. Ahora es madre y tiene tres hijos maravillosos". De hecho, Rocío recuerda risueña que cuando ella dijo que quería ser monja, algún amigo bromeó y le dijo: "Tú lo que vas es a por un jesuita".
El punto de inflexión
Rocío estudió psicología y ejerció durante casi una década. También participaba en actividades espirituales y empezó a echar una mano en el barrio de las Tres Mil Viviendas de Sevilla, donde conoció a las religiosas de Jesús María. "Jugaba al pádel muy cerca de ese barrio y me parecía muy injusto", explica. Pero "el deporte me apasionaba y hubo una etapa en la que disfruté mucho. También salía y lo pasaba muy bien. La noche, la feria... disfrutaba como loca, aunque necesitaba otra cosa". Antes de entrar en la congregación tuvo "amigos especiales", pero no pareja estable. "A veces lo he echado de menos, eh. Un chico que te llame, se preocupe por ti... Pero a la vez sentía que el voluntariado me llenaba, veía que por ahí iba mi camino y sentía que Dios me pedía más. Y esto me provocaba mucha inquietud y desazón".
Hubo episodios que le ayudaron a decidir. "Creo que había una vocación muy de fondo, pero pasaron cosas en mi familia que me hicieron ser consciente de que la vida sólo es una y que hay que arriesgarse", recuerda. Esas cosas fueron, primero, el accidente de moto que tuvo en 2009, por el que perdió un billete de avión para hacer voluntariado en Perú -tras haber ido de voluntaria a Tetuán y Ecuador-. "No fue grave pero sí fue un momento de necesitar al otro y un aprendizaje importante".
Al año siguiente, de un día para otro, una hermana suya murió de una embolia pulmonar con 45 años. Y al poco, su padre enfermó de cáncer de pulmón y también falleció. Ella, en medio de todo ese drama, estaba ya con el runrún cada vez más fuerte de entrar en la congregación. "En la vida religiosa existe, bendita figura, la del acompañante espiritual, que contrasta la vida contigo. Yo tenía que discernir muy bien que esto no era una huida. La comunidad te ayuda. Si ven que algo chirría te lo dicen", explica Rocío, que tomó los votos temporales hace tres años, después de un primer año de postulantado y dos de noviciado.
En ese contexto familiar cobra sentido la pregunta que le lanzó su madre y que abre este reportaje. "Me decía 'lo de tu hermana, lo de tu padre y ahora lo tuyo'. No era lo mismo, claro, pero sí una sensación de que me perdía aún estando en vida", rememora la religiosa, que lo pasó mal entonces.
Durante los votos temporales, que se hacen por cinco o nueve años, "te puedes volver a casa y arrepentirte sin hacer nada canónicamente. Si pasas ese periodo y haces los votos perpetuos, también te puedes arrepentir luego, claro, pero ya hay que hacer una petición especial a Roma", explica Rocío, que está ahora en la fase llamada juniorado.
Otro momento complicado para ella fue decidir que entraba en la congregación de Jesús María y no en las irlandesas de su infancia. "Ellas no lo entendieron, fue una decepción. Pero hubo un momento en que pensaba en irme a las irlandesas y me entraba una angustia que no había tenido ni con lo de mi padre ni con lo de mi hermana. Angustia de dolor de estómago, de vomitar. Y pensé que Dios no habla así. Me acompañó en el proceso de discernimiento un jesuita, que era neutro, y fueron apareciendo indicadores, movimientos internos que van orientándote y llevándote a donde estás con más paz y más alegría. Ahora parece bastante claro pero fue muy difícil", cuenta. Con todo, deja constancia de que tiene "verdadero cariño a las monjas de su infancia, porque la espiritualidad de fondo le viene de ahí".
Las renuncias más difíciles
Domingo Muñoz, en cambio, estuvo alejado de la vida religiosa desde que hizo la Primera Comunión hasta los 23 años. "Hice FP de administración, empecé a trabajar en una compañía aérea que me dio la oportunidad de salir de la isla y conocer otros lugares, otras culturas y otras religiones. Manejaba mucho dinero y vivía a cuerpo de rey. Derrochaba, me movía en la noche, en fiestas... pero no era feliz. Un día, después de volver de África, me acerqué a una iglesia y conocí a un sacerdote misionero que empezó a compartir conmigo muchas conversaciones y yo veía que aquello iba dando luz a las tinieblas en las que yo estaba, que no encontraba la ilusión en nada".
"Fui haciendo un discernimiento durante dos años y un cura me dijo que él creía que tenía vocación, pero debía dejarlo todo. Fue muy doloroso. Mi padre murió joven y mis tres hermanos dependían de mí, pero si no hubiera dado el paso ahora sería muy infeliz", continúa.
Este sacerdote, que ahora ayuda a jóvenes a encontrar su camino, reconoce que "no malgastar y no derrochar" le costó al principio. "Fue un aprendizaje acostumbrarme a vivir con lo justo pero hoy por hoy me ha hecho libre el no estar atado a nada. Eso me permite estar dedicado al servicio a los demás y estar disponible las 24 horas para quien me necesite, sea cristiano o no", cuenta. Y declara que "la Eucaristía se celebra feliz y gozoso cuando tu vida está entregada a los demás, que es donde realmente encuentras el sentido del Evangelio".
Para él, la vocación tardía tiene ventajas e inconvenientes. Por un lado "llevas un recorrido, conoces una realidad que luego te sirve a la hora de ayudar y sabes a lo que estás renunciando". Pero por otro lado, precisamente porque conoces la vida, "la renuncia es más dura". Coincide Rocío, que considera que "la experiencia previa aporta y da empaque, pero de la misma manera llevas muchas dinámicas interiorizadas que son difíciles de cambiar. A veces tienes que bajar mucho la cabeza y no es fácil". Alguien se lo dijo una vez a Rocío, "realmente la comunidad de vida religiosa es un milagro, que tantas personas distintas convivan bien, bendito milagro".
Los comienzos fueron duros pero hoy ambos hablan con pasión de lo que hacen. "Creo que nadie cierra su camino con cerrojo pero yo siento que estoy donde tengo que estar. La sensación de que a pesar de la lucha del día a día, la mía tiene sentido.Eso es lo que marca la diferencia", cuenta la monja, que destaca también la importancia de dedicar un rato diario a la oración y admite que lo más difícil es "acostumbrarse a la soledad". También para Domingo lo más complicado "fueaprender a vivir desprendido de una pareja. Es verdad que te llenas por otros caminos, que no entregas tu vida a una sola persona sino a muchas que te necesitan. Pero es costoso renunciar a la vida afectiva".
Tanto él como ella quieren contrarrestar la "mala imagen" que creen que tiene la Iglesia en la sociedad. "Claro que ha hecho cosas malas. Pero es como un iceberg, sólo se ve la punta y no todo el trabajo sumergido, de fondo, que es muy bueno", zanja el párroco.
Isabel F. Antigua
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