Nuestras creencias, de todo tipo (aunque más las que nacen de la irracionalidad o la escasa o nula evidencia), nos definen como personas, y por ello solicitamos respeto hacia las mismas. Sin embargo, respetar una creencia significa aceptar que uno la pueda manifestar, pero de ningún modo significa que estemos obligados los demás a no cuestionarla.
De hecho, respetar a la persona pasa por cuestionar sus creencias si las consideramos erróneas: si no las cuestionamos, entonces estamos permitiendo que viva en lo que consideramos un error.
Las creencias como posesiones
El psicólogo Robert Abelson afirmó que las creencias son como posesiones materiales. Adquirimos y conservamos las posesiones por las funciones que cumplen y el valor que ofrecen. También protegemos nuestras creencias de las críticas ajenas como si fueran posesiones materiales que debemos proteger de ladrones.
Por eso, cuando alguien pone en entredicho nuestras creencias, es como si alguien criticara nuestras posesiones. Y nuestras posesiones nos definen, al igual que nuestras creencias: criticarlas es criticarnos. Como abunda en ello el psicólogo Thomas Gilovich en Convencidos pero equivocados:
La metáfora también se aplica a cómo encajan entre sí nuestras creencias. Elegimos con cuidado los muebles y obras de arte de modo que casen bien, igual que intentamos evitar la disonancia que producen las creencias incompatibles. Si con el tiempo descubrimos que nuestra decoración no hace una única afirmación, lo vendemos y empezamos otra vez. Algo parecido ocurre cuando uno experimenta una conversión ideológica (como afiliarse a un credo) y muchas convicciones anteriores se desechan para hacer sitio a las nuevas.
Pero adquirir creencias que nos hagan sentir bien o den sentido a las cosas que nos rodean tiene un precio, un precio que pagamos en forma de racionalidad y coherencia cognitiva, y también de cerrazón cuando no estamos dispuestos a admitir que quizá estamos completamente equivocados.
Por eso, en ocasiones, la única forma de salvarnos de nosotros mismos son los demás: sus críticas, son cuestionamientos, sus observaciones, incluso sus burlas.
Si todo el mundo nos diera la razón como se da la razón al loco (respeto total por las creencias), seríamos personas prisioneras de nuestras propias equivocaciones por mucho más tiempo, y en muchas más vertientes. Las personas deben cambiar de creencias, mejorarlas, no atrinchearse jamás en la verdad absoluta: por tanto el verdadero respeto debe depositarse en las personas, no en las creencias que sostiene, siempre temporales, o probablemente erróneas.
Sergio Parra
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