Era una sombra que se confundía entre la tierra con un ligero cambio de textura y de color. El arqueólogo no dudó de que había encontrado algo. Poco a poco y con delicadeza, con brochas y pinceles, fue retirando la tierra que estaba adherida hasta que emergió con toda claridad la forma de un cráneo con la dentadura prácticamente intacta. A falta de los estudios antropológicos, las primeras conclusiones apuntan a que se trata de una niña —por la forma del mentón ligeramente hacia dentro de la cavidad— que todavía tenía varios dientes de leche cuando murió: entre los siglos I a III.
Todo eso ocurría en un hueco realizado en el subsuelo de una finca de la calle Canvis Nous de Barcelona para colocar un ascensor. Exactamente en el taller de la escultora Maïs Jorba que decidió tomarse el hallazgo con filosofía —era evidente que las obras del ascensor se retrasarían— y decidió abrir un debate con sus amistades sobre cómo bautizar a la niña romana. “Los nombres que barajamos fueron Julia, Augusta y Octavia y se impuso ella entre otras cosas porque hay una escultura con ese nombre y de esa época precisamente”, explica.
Cuando pidió el permiso para colocar el ascensor, el Ayuntamiento ya le informó de que debido a la ubicación de la finca era preceptivo realizar una intervención arqueológica porque en otras excavaciones cercanas ya se habían descubierto otros vestigios de la época romana. No muy lejos de Canvis Nous aparecieron restos de 11 personas en lo que era la necrópolis que rodeaba el perímetro de la muralla de Barcino. Como aquellas, el edificio de la calle de Canvis Nous tiene un "alto interés histórico y arqueológico" según sostiene un informe municipal que detalla que esa finca se encuentra dentro de la zona denominada el suburbiumde la ciudad romana —una expansión de la Barcino intramurallas—, porque está dentro del recinto amurallado de la época medieval y porque muy cerca, en el año 2001, se encontraron evidencias de la necrópolis romana situada cronológicamente entre los siglos IV-VI.
En el agujero de Canvis Nous lo primero que apareció fue el cráneo de la niña y al seguir horadando surgieron más restos humanos que por la dimensión de los huesos podrían pertenecer a una persona adulta. Estaba enterrado como era costumbre en aquella época: con la cabeza hacia el interior y los pies mirando al mar. Otro día entre las piedras y la arena de la playa —la línea de la costa se situaba muy cerca en ese periodo— se halló una cerámica con un relieve de un animal.
Documentalmente el cementerio de la época se ha situado al noreste de Barcino, inmediatamente después de las murallas de la ciudad a lado y lado de la Vía Augusta. Un cementerio que, según el informe que razona la intervención arqueológica, se ubica entre la plaza de Antoni Maura, discurriría en paralelo a la entonces línea litoral y se prolongaría por la zona del Born y la de la actual avenida de Francesc Cambó. A principios de este mismo año y en otra finca muy cercana, en la calle dels Consellers, se documentó una necrópolis donde hallaron bajo una tumba de teulas -que se utilizaba en aquella época para dar sepultura- los restos de un hombre adulto y fragmentos de cerámica que posteriormente fueron datados entre los siglos IV y V.
Mientras el arqueólogo ha trabajado —la intervención empezó hace unas semanas— en el hueco del subsuelo del edificio de Canvis Nous los trabajadores que tenían que empezar con la base del ascensor seguían atentamente lo que ocurría. La impaciencia para que todo acabara lo antes posible era compartida por la propietaria que, además, es la que tiene que pagar el coste de los trabajos de arqueología a razón de 200 euros por día. Una factura que confía en poder recuperar parcialmente a través de una línea de subvención de la Generalitat.
Todos los restos hallados se iban disponiendo en bolsas para trasladarlos a unas dependencias municipales de la Zona Franca donde se realizarán los trabajos de documentación. “Vengo a ver al muerto”, soltaba con toda naturalidad uno de los trabajadores en la mañana del jueves. Porque el hallazgo de los restos a poco más de un metro del suelo del taller ha provocado la curiosidad de todo el vecindario. Esa misma mañana, siguiendo con las excavaciones, se había descubierto otra capa de teulas por lo que ya esperaban encontrar algo más. No ocurrió así y los trabajos de arqueología se dieron por terminados. Los restos de Octavia y todo lo demás emprendieron su último viaje a la Zona Franca con una despedida en la que no faltó el cava.
Blanca Cia para elPais.es
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