¿Un Vaticano sin Papa? ¿Una República Islámica de Irán
sin un ayatolá líder supremo? Ese es el futuro que el guía espiritual del
budismo tibetano, el dalái lama
Tenzin Gyatso, parece apuntar para una religión que profesan entre 10 y 20
millones de personas en Tíbet y el exterior. El décimocuarto Dalái Lama ha
declarado que a su muerte podría no reencarnarse y no tener un sucesor, lo que
pondría fin a una tradición de casi cinco siglos. Sus declaraciones han generado
muy poca simpatía en Pekín, que reclama el derecho a nombrar al decimoquinto
Dalái Lama.
En una reciente entrevista al semanario alemán
Welt am Sonntag, el dirigente religioso, de 79 años, ha
afirmado que “la institución del Dalái Lama se convirtió en algo importante por
su poder político, pero eso ya no existe”. Desde el siglo XVI, el Dalái Lama
había sido no sólo el líder espiritual del budismo tibetano, sino también su
jefe político. Esa tradición terminó en 2011, cuando el premio Nobel de la Paz
de 1989 —“por su lucha en pro de la liberación del Tíbet abogando por
soluciones pacíficas basadas en la tolerancia y el respeto mutuo”— renunció
formalmente a cualquier poder terrenal.
Según el Dalái Lama, si no se reencarna “acabará de forma
voluntaria una tradición de casi cinco siglos”. Como líder espiritual tibetano,
Tenzin Gyatso está considerado una encarnación de Buda, la máxima perfección
espiritual. El resto de los seres vivos está condenado a pasar por una rueda de
vidas sucesivas, con mayor o mejor fortuna, según haya sido su comportamiento
anterior, hasta alcanzar el estado de perfección suprema, en el que se dejan
atrás todas las necesidades y deseos. El Dalái Lama, que ha alcanzado ese
estado de iluminación, puede optar por no reencarnarse más o, por el contrario,
continuar el ciclo para ayudar al resto de seres vivos a alcanzar el
conocimiento.
El jefe religioso cree que, en cualquier caso, el budismo
tibetano no se resentirá por la falta de un Dalái Lama. “El budismo tibetano no
depende de un solo individuo. Tenemos una organización muy buena, con monjes y
académicos muy capaces”, afirma.
No es la primera vez que el líder espiritual insinúa algo
así. En el pasado ya sugirió propuestas como la de permitir que los tibetanos
decidan su próximo jefe religioso. O que sea él mismo, en vida, quien designe
un sucesor. Una ruptura, en todo caso, con el procedimiento tradicional, que
puede alargarse años. Según la costumbre, a la muerte del Dalái Lama sus
mejores discípulos comienzan un proceso de búsqueda. Mediante visiones, sueños
y corazonadas identifican a posibles candidatos, niños que hayan nacido en las
fechas de la muerte del líder espiritual. El que pase una serie de pruebas, que
incluyen reconocer objetos que pertenecieron a su predecesor, queda proclamado
nuevo Dalái Lama y comienza un duro proceso de preparación académica y
religiosa.
En el caso de Tenzin Gyatso se siguió exactamente ese
procedimiento. A la muerte del decimotercer Dalái Lama, sus seguidores
localizaron al niño mediante visiones
en 1937. El pequeño Tenzin, de dos años, nacido el seno
de una familia humilde de la región tibetana de Amdo, identificó correctamente
las posesiones del Dalái Lama, como su copa de beber o su rosario, y quedó
proclamado sucesor. En 1959, tras el fracaso del levantamiento tibetano contra
las tropas chinas, huía disfrazado de mendigo hacia Dharamsala, en territorio
indio, donde reside desde entonces.
Según el profesor Jean-Pierre Cabestan, de la Universidad
Baptista de Hong Kong, con sus declaraciones el Dalái Lama “puede querer poner
fin a la manera tradicional de elegir al líder espiritual tibetano. Al fin y al
cabo, la institución del Dalái Lama no es algo tan antiguo y se la puede
sustituir por cualquier otra, en lo que atañe al budismo tibetano. Él puede
querer preparar la transferencia del poder político a un líder secular y
representativo. De hecho, ya empezó este proceso cuando renunció a sus poderes
políticos y los cedió a un primer ministro electo en Dharamsala”.
Una opción así es impensable para Pekín, para el que el
dirigente religioso es “un lobo vestido con piel de cordero” que fomenta el
separatismo tibetano. El Dalái Lama, por su parte, subraya que sólo busca más
autonomía para su pueblo y más respeto a sus tradiciones culturales. Muchos
tibetanos se lamentan de lo que consideran la supresión de su lenguaje y sus
costumbres por parte de Pekín.
El Gobierno central ha desautorizado tajantemente las
declaraciones del Dalái y ha dejado claro que, a su muerte, se encargará de
nombrar un sucesor. “El título de Dalái Lama es otorgado por el Gobierno
central”, ha asegurado la portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores, Hua
Chunying. China “seguirá las costumbres históricas y los procedimientos
religiosos” para designar el decimoquinto Dalái Lama. No se trata de nada
nuevo. Según explica Cabestan por correo electrónico desde Taiwán, “Pekín ha
querido tener voz en la selección del nuevo Dalái Lama, para participar en el
proceso de decidir quién será el nuevo jefe espiritual”, desde los tiempos del
emperador Qianlong (1711-1799), de la dinastía Qing.
El etnólogo Qin Yong Zhang, de la Academia China de
Ciencias Sociales, escribía la semana pasada en el diario estatal Global Times
que “el budismo tibetano no le pertenece al Dalái Lama, y no puede poner fin a
una tradición de 500 años con una palabra”. En su opinión, desde el siglo
XVIII, “el derecho de regular, supervisar y tener la última palabra” en la
selección del Dalái Lama le ha correspondido al poder central chino.
El Gobierno, oficialmente ateo, ya ha intervenido en
otros casos. En el caso de la Iglesia católica, no reconoce la autoridad del
Vaticano, con el que no mantiene relaciones, y se encarga él mismo de nombrar
los obispos de la rama que ha establecido, la Iglesia católica patriótica. En
el caso del budismo tibetano también ha hecho ya sus propios nombramientos. En
1995, el Dalái Lama designó al niño Gendun Chökyi Nyima como la reencarnación
del Panchen Lama. Las autoridades chinas hicieron desaparecer al pequeño y su
familia, de los que no se ha vuelto a saber. En su lugar, Pekín nombró a otro
muchacho, Gyaltsen Norbu, que pasa la mayor parte de su tiempo en la capital
china y al que muchos tibetanos no reconocen como jefe espiritual.
No está claro tampoco cuál sería la recepción en el
exterior de un Dalái Lama nombrado por Pekín. El actual goza de un fuerte
prestigio en el extranjero y ha actuado durante décadas de embajador de la
causa tibetana. No sólo se codea con líderes mundiales, sino que ha ganado para
su causa a personalidades del mundo del espectáculo como Richard Gere o Gwyneth
Paltrow.
En Tíbet, o en las regiones de población tibetana en otras provincias
chinas, muchos residentes le consideran un representante del cielo en la
tierra, pese a que el mero hecho de poseer un retrato suyo pueda suponer duras
represalias. Como en el caso del Panchen Lama, es difícil pensar que alguien
nombrado por Pekín fuera a recibir el reconocimiento de los creyentes. Una
situación así sólo contribuiría a agravar aún más el sentimiento de agravio de
la población tibetana en China. “Si viniera un Dalái Lama débil, sería una
desgracia para la institución”, ha declarado el propio líder espiritual en la
entrevista.
ABC.es