Cuando nuestros antepasados comenzaron a controlar el fuego hace entre 400.000 y 1 millón de años, las llamas no solo les permitieron cocinar sus alimentos o defenderse de los depredadores, también lograron algo igualmente fantástico (o más): hicieron sus días más largos. Reunirse alrededor de una fogata permitió a los grupos humanos compartir historias que les llevaron a reforzar sus lazos y desatar la imaginación para vislumbrar un sentido más amplio de la comunidad, según concluye un estudio de la Universidad de Utah (EE.UU.) publicado esta semana en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS).
La investigación se ha llevado a cabo con el análisis de decenas de conversaciones diurnas y nocturnas de los bosquimanos Kung, unos 4.000 de los cuales viven en el desierto del Kalahari en el noreste de Namibia y el noroeste de Botswana. «Hay algo en el fuego en medio de la oscuridad que acerca, relaja y al mismo tiempo excita a la gente. Es íntimo», dice la antropóloga Polly Wiessner, que estudia a los bosquimanos desde hace 40 años.
Lo que resulta interesante de los bosquimanos es que viven de forma muy parecida a como lo hacían nuestros antepasados cazadores-recolectores durante el 99% de la evolución humana. «Lo que ocurre durante las horas de la noche iluminadas por el fuego en los grupos bosquimanos ayuda a responder cómo el fuego ha contribuido a la vida humana», apunta Wiessner.
Los bosquimanos Kung mantienen reuniones alrededor del fuego en grupos de hasta quince personas. Aunque en los campamentos cada familia tiene su propio hogar, por la noche prefieren reunirse en uno de ellos. La investigadora analizó las conversaciones en las que participaban al menos cinco personas.
Resultó que las charlas nocturnas eran muy diferentes de las diurnas. De noche, los bosquimanos tratan temas como cacerías pasadas, peleas por la carne, matrimonios, costumbres prematrimoniales, asesinatos, incendios forestales, nacimientos, interacciones con otros grupos, averías de camiones, ataques de animales, disputas y asuntos extramaritales, y mitos tradicionales.
Por la noche, el 8o% de las conversaciones eran historias y solo el 7% quejas, críticas o chismes y el 4% asuntos económicos. Sin embargo, las conversaciones diurnas diferían mucho: el 34% eran quejas, críticas y chismes para regular las relaciones sociales; el 31% eran asuntos económicos, como por ejemplo la caza para la cena; el 16% eran bromas y solo el 6% eran historias.
«De día, la conversación tiene mucho que ver con las actividades económicas, trabajo, obtención de alimentos y recursos disponibles -señala la investigadora-, tiene mucho que ver con los asuntos sociales y el control: críticas, quejas y lamentaciones». Pero por la noche, «la gente se relaja y busca el entretenimiento. Se cuentan historias, se habla de las características de personas que no están presentes y que se encuentran en sus redes más amplias, y se comparten pensamientos sobre el mundo de los espíritus y cómo influye en el ser humano». Al mismo tiempo, se baila y se canta, y los sanadores entran en trance para viajar al mundo espiritual y comunicarse con las almas de los seres queridos fallecidos.
Comunidad virtual
Según la autora del estudio, el ser humano es único por crear lazos fuera de su propio grupo, algo que no hace ningún primate no humano. Esto nos permite formar comunidades que no están en el mismo espacio, pero sí en nuestra mente, incluida nuestra capacidad para crear redes virtuales, lo que para los bosquimanos puede ser equiparable a mantener contacto con otras personas a 200 km.
Las historias a la luz del fuego, las conversaciones, las ceremonias y las celebraciones desataron la imaginación humana y «las capacidades cognitivas para formar estas comunidades imaginadas, tanto si se trata de nuestras redes sociales, todos nuestros parientes en la Tierra o las comunidades que nos unen al mundo de los espíritus», señala Wiessner.
Claro que ahora no hace falta encender un fuego. La luz artificial, como una hoguera, nos permite alargar nuestros días pero, y aquí está el truco, también nuestras horas de trabajo. Cómo transcurre ese tiempo bajo una bombilla, si leyendo un cuento a nuestros hijos o terminando un informe en nuestra tableta, es algo sobre lo que, según la antropóloga, deberíamos reflexionar.
ABC.es
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