LA ENTRADA AL MUNDO DE LOS MUERTOS La expresión mundus patet significa “mundo abierto” y se refiere al Mundus Cereris , un edificio de piedra situado en el foro. Es una de las construcciones más antiguas de Roma y marcaba el centro exacto de la ciudad. Se creía que ese era el punto de conexión entre el mundo de los vivos y el de los muertos , por lo que la mayoría del tiempo su entrada permanecía sellada por una gran losa que solo se retiraba en tres ocasiones al año: el 24 de agosto, el 5 de octubre y el 8 de noviembre.
Los diversos autores romanos ofrecen indicaciones contradictorias sobre la ubicación del Mundus Cereris, pero por sus características se suele identificar como el edificio de ladrillo también conocido como "Umbilicus urbis" (el ombligo de la ciudad), situado en el foro romano.
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Las fechas no eran casuales, ya que coincidían con días dedicados a divinidades del inframundo. Aunque por regla general esa entrada debía estar cerrada, los romanos creían que en ciertas fechas señaladas se debía permitir a los manes (las almas de los ancestros) volver a la tierra para ganarse su favor, ya que estos protegían a la familia y garantizaban su prosperidad. Sin embargo, en dichas ocasiones los vivos debían ser muy cautelosos, ya que dicha puerta al inframundo estaba abierta y podían ser arrastrados a él.
Los romanos creían que en ciertas fechas señaladas se debía permitir a las almas de los ancestros volver a la tierra, pero en dichas ocasiones los vivos debían ser muy cautelosos.
Según Catón el Viejo , los días en los que el mundus estaba abierto (en latín, mundus patet ), quedaban suspendidos todos los actos oficiales y cualquier actividad militar; las puertas de los templos debían permanecer cerradas; estaban prohibidos los matrimonios y mantener relaciones sexuales -aunque esto último era difícil de controlar, al menos los lupanares se cerraban-, ya que las almas de los muertos podían sentir envidia y arrastrar las mujeres a la muerte; y se debía evitar cualquier actividad que no fuera estrictamente necesaria .
LAS DIVINIDADES DEL INFRAMUNDO El Mundus Cereris tenía una gran importancia simbólica para los romanos, ya que se consideraba el lugar exacto donde había nacido Roma . Según la leyenda Rómulo, el mítico fundador de la ciudad, lo había erigido para apaciguar el alma de su hermano Remo, al que había dado muerte; y lo había consagrado a Ceres, que era la diosa de la tierra y la agricultura pero también guardaba una estrecha relación con el inframundo.
El mundus patet formaba parte de un conjunto más amplio de celebraciones relacionadas con el inframundo. Los romanos creían que el mundo de los vivos necesitaba de una conexión con el de los muertos para sobrevivir.
Los romanos creían que, así como las plantas toman nutrientes de la tierra para crecer, también el mundo de los vivos necesitaba de una conexión con el inframundo para sobrevivir . Por una parte, había que honrar a los manes para que protegieran a sus descendientes; por otra, se debía venerar a las divinidades de la tierra (como Ceres, diosa de la agricultura, o Vulcano, dios de los volcanes) para que esta siguiera dando sus bendiciones y no ocurrieran desastres naturales.
De hecho el mundus patet formaba parte de un conjunto más amplio de celebraciones relacionadas con el inframundo . Los diversos autores romanos discrepan en muchos aspectos acerca de estos ritos, ya que se remontan a los primeros tiempos de la ciudad, posiblemente incluso antes de su fundación. Sus características apuntan a un probable origen etrusco y al ancestral culto mediterráneo a la Diosa Madre, de la cual deriva Ceres
La concepción romana del mundo de los muertos y de las criaturas malignas que lo habitaban guarda muchas similitudes con Halloween . Así como los lares eran espíritus benévolos, existían también espíritus malvados, llamados larvae y maniae : las fuentes romanas describen a los primeros como “espectros que se alimentan de la vida de los mortales”, mientras que los segundos tenían el aspecto de “horribles esqueletos que encienden la locura en los vivos”.
Estaban también los temidos lemures , almas que no conseguían encontrar reposo a causa de su muerte violenta y seguían vagando por la tierra atormentando a los vivos . Su aspecto y comportamiento corresponde a lo que hoy llamaríamos fantasmas, pero también guardan similitudes con los vampiros ya que, al contrario que otros seres del inframundo, los lemures eran específicamente nocturnos y su propio nombre significa “espíritus de la noche”. Existía una fiesta dedicada específicamente a apaciguarlos, las Lemuralia , que tenía lugar los días 9, 11 y 13 de mayo.
La concepción romana del mundo de los muertos y de las criaturas malignas que lo habitaban guarda muchas similitudes con Halloween.
Un caso especial ocurre con las brujas , que en la tradición cristiana han sido asociadas siempre al mal, mientras que en el mundo romano tenían una posición más ambivalente. Eran sacerdotisas iniciadas en los misterios de la magia , que podían usar igualmente para el bien o para el mal. La literatura da fe de que los romanos las temían por sus supuestos poderes y en particular por su conocimiento de la nigromancia, la magia de la muerte, con la que se creía que podían robar la vida de los recién nacidos (de ahí el tópico literario de que las brujas odian a los niños). Pero en ese miedo había también un cierto respeto por sus supuestos poderes de adivinación y mediación con los muertos y se creía que los regalos preparados por ellas, especialmente los dulces, ayudaban a apaciguar a los espíritus malvados para que dejaran en paz a los vivos : el famoso “truco o trato”.
Aunque la historiografia tiende a presentar a romanos y celtas como enemigos -y ciertamente lo fueron-, ambas culturas también influyeron una en la otra . Muchas de las tradiciones romanas más antiguas estaban vinculadas a la cosecha y al paso de las estaciones, puesto que mucho antes de convertirse en un imperio Roma fue un pueblo de agricultores y ganaderos igual que los celtas. Ambos compartían la convicción de que había que agradecer las bendiciones que les daba la tierra y compartirlas con los antepasados, permitiéndoles de vez en cuando regresar al mundo de los vivos y si era necesario, sobornarlos con algún dulce.
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