En una sociedad rígidamente dividida entre hombres libres, con patricios y plebeyos, y esclavos,
todo gira alrededor de muchos dioses que, si bien con frecuencia son los griegos con nombres
diferentes, se interpretan ahora de manera distinta. Con el sentido práctico que les caracteriza,
los romanos ya no entienden la vida como un reflejo imperfecto de lo ideal, sino como el cum-
plimiento de la voluntad de unas divinidades cuya fuerza se manifiesta directamente en lo terres-
tre. Ya no son transposiciones de la naturaleza como en Egipto ni de lo humano como en Grecia,
ni tampoco se circunscriben a determinados lugares. Por el contrario, son auténticos motores de
la historia, pues sus acciones cambian el curso de los acontecimientos. En esto radica el verda-
dero sentido de lo religioso para ellos: al cumplir la voluntad de los dioses el hombre impone un
orden rector en la naturaleza y así interviene activamente en la historia. De aquí surgen concep-
tos como el tiempo, ya que toda historia es proceso, y la participación, pues el hombre es cons-
ciente de que sus actos repercuten en el equilibrio del universo.
Así se explica la tendencia del arte romano hacia el realismo y, dentro de éste, la impor-
tancia del retrato, en el que el rostro deja constancia del momento presente y de lo indivi-
dual. Esto tiene su origen en una antigua costumbre funeraria, la de realizar la efigie del
difunto para guardarla, junto con otras de sus antepasados, en un armario de la casa y sacar-
la en procesión con ocasión del entierro de un familiar. De igual modo se explica el carácter
divino del emperador, pues sus hazañas son queridas por los dioses y, por ello, se perpetúan
a través de monumentos que, en sus inscripciones, siempre remiten a importantes hechos his-
tóricos, lo que no ocurre en el mundo griego. Todo esto justifica el sentido oficial de la reli-
gión romana, en la que el Estado interviene a través de los sacerdotes, ahora cargos públicos
íntimamente relacionados con la política. Y es este mismo servicio al Estado el que justifica
todo el arte romano, que, tendente a enaltecer el poder imperial, contribuye a crear el esce-
nario donde los hombres viven inspirados por la divinidad y donde cada lugar recuerda a
cada uno el orden general al que pertenece.
No hay comentarios:
Publicar un comentario