Es evidente que la desigualdad social es un asunto de la mayor importancia; muchos sistemas políticos tienen como objetivo eliminarla o, al menos, modularla. También es obvio que el tema suscita una gran reacción emocional; en consecuencia, se condena mucho y se analiza poco. Esto es un problema, porque la desigualdad no va a desaparecer por mucho que digamos que estamos en contra. Antes de empezar, un spoiler: los humanos no somos desiguales por naturaleza. Espero convencerle de que las cosas son un poco más complicadas.
La desigualdad social no es privativa de los humanos, sino que ocurre en un buen número de especies sociales. Algunos individuos dominantes tratan de aumentar las ventajas y disminuir los inconvenientes asociados a la vida dentro del grupo y se llevan la parte del león en recursos y privilegios reproductivos; no es extraño que la selección natural los «premie» con un generoso número de descendientes, perpetuando así esta característica. Se ha demostrado que los individuos dominantes de muchas especies (incluida la nuestra) se reproducen más que los individuos de bajo rango1.
No obstante, no todas las especies se organizan de la misma manera, las hay más o menos despóticas. Los gorilas representan el paradigma despótico: el macho dominante expulsa a todos los demás del grupo, que pierden toda opción de reproducirse salvo que consigan desplazarlo. El chimpancé es otra especie con un alto grado de despotismo. Los machos compiten fieramente por estatus y el comportamiento del macho alfa se asemeja al de un matón de barrio, donde la dominación a través de la fuerza bruta es esencial aunque otros factores, como la asociación estratégica con otros machos, puedan entrar en juego. En cambio, la otra especie de chimpancé, el bonobo es mucho más democrática. Los bonobos habitan en un matriarcado relativamente pacífico en donde el estatus lo heredan las hembras de sus madres y los machos no se ven compelidos a competir por ello.
El antropólogo Christopher Boehm ha revisado los orígenes de la desigualdad humana en su libro Hierarchy in the Forest: The Evolution of Egalitarian Behavior2. Parte de la hipótesis de que el antecesor común de humanos y chimpancé era una especie despótica y que nos «democratizamos» a lo largo de nuestra evolución como especie. Este proceso significó grandes cambios como la aparición del lenguaje y la cultura, así como un aumento espectacular de nuestras tendencias prosociales. Los investigadores creen que los humanos pasamos por un proceso de autodomesticación paralelo al de nuestros animales domésticos3; la fuerza evolutiva detrás de este cambio debió ser la necesidad de tener grupos funcionales y muy cooperativos capaces de sobrevivir en un medio hostil y de cuidar a los bebés humanos, unas criaturas particularmente vulnerables.
Los cazadores-recolectores que han podido ser estudiados por los antropólogos son bastante igualitarios, al menos en la mayoría de los casos. Las jerarquías existen, pero son laxas. Hay individuos que gozan de mayor prestigio, pero es raro que puedan dar órdenes directas a otros. Sin embargo, este relativo igualitarismo no se debe a que los deseos de dominar hayan desaparecido en estas sociedades, sino a que se mantienen a raya gracias a un ethos igualitario que los posibles dominados se afanan en mantener. Sigue habiendo individuos con tendencias dominantes, pero los demás los frenan. Boehm cree que este hecho está asociado al desarrollo de tecnologías de caza capaces de abatir animales de gran tamaño. Ningún dictador en potencia tendría alguna posibilidad frente a un grupo de betas armados con jabalinas. Muchos trabajos de antropología citan casos donde los individuos excesivamente dominantes y agresivos son eliminados del grupo mediante ostracismo o, directamente, homicidio.
En definitiva, nos enfrentamos a una paradoja: tanto la tendencia a dominar como la resistencia a ser dominados conviven en la naturaleza humana. Que gane una u otra depende de las condiciones ambientales. En sociedades aisladas, nómadas y donde es físicamente imposible la acumulación de riqueza, el igualitarismo gana. En su libro The Great Leveler: Violence and the History of Inequality from the Stone Age to the Twenty-First Century4, el profesor de Harvard Walter Scheidel repasa los cambios en la desigualdad económica a lo largo de la historia. Su conclusión es que casi siempre, y las excepciones son importantes, el desarrollo económico está asociado a un incremento de la desigualdad. Los desastres naturales y las guerras han sido los grandes ecualizadores de la historia, por lo que esta se ha producido hacia abajo en la mayoría de los casos. No es la naturaleza la que nos hace desiguales, sino la historia. La lección que debemos sacar es que la desigualdad económica no está en nuestra naturaleza ni es inevitable, pero sí es francamente difícil de evitar. El filósofo Peter Singer nos recuerda en su libro The Darwinian Left5: «cuántas veces una élite percibida como opresora ha sido sustituida mediante una revolución por otra de características muy parecidas».
La segunda conclusión importante tiene que ver con los que se encuentran en la zona inferior de la escala. La evolución nos ha dado «antenas sociales» que nos permiten percibir qué cosas contribuyen positivamente al estatus y nuestro sistema de recompensa nos impulsa a realizar tales acciones. El proceso es en parte innato y en parte aprendido, ya que necesitamos averiguar qué cosas contribuyen al éxito social en cada sociedad y las variaciones pueden ser muy grandes. Las ventajas reproductivas del alto estatus son evidentes a lo largo de la historia, aunque en la actualidad no haya una relación clara entre éxito social y reproducción.
Debemos preguntarnos qué es lo ocurre con los que están abajo ¿se deriva alguna ventaja de ello? La respuesta es: ninguna. Estar en la base de la pirámide es un malísimo negocio para los individuos de cualquier especie y compromete en buena medida sus opciones reproductivas. El problema es que escapar de la vida social no es una opción para la mayoría. Un babuino solitario no sobrevive mucho tiempo en la sabana y, en el caso que sobreviva no va a poder aparearse ¿Aplica esto a los humanos? Sí. Es razonable pensar que nuestra mente ha sido «tuneada» por la evolución para evitar esta situación, sometiéndonos en tal caso a un castigo psicológico. Esta hipótesis está apoyada por estudios6 que demuestran que las personas en situación de pobreza tienen elevados niveles de cortisol, un marcador fiable de estrés, y esto implica un grado elevado de infelicidad y angustia.
La pobreza no es solamente una privación de medios de subsistencia, también es una tortura psicológica que se deriva del mero hecho de saberse en el fondo de la pirámide social, incluso si la supervivencia está asegurada. El hecho de que en países en los que la pobreza es prevalente puedan tener también altos niveles de natalidad no contradice este argumento, ya que el fenómeno es relativamente reciente. A lo largo de nuestra prehistoria y de nuestra historia, los pobres han sobrevivido menos y sus hijos muchísimo menos. En mi opinión, este hecho constituye un buen argumento para justificar la lucha contra la pobreza, que no es otra cosa que la desigualdad extrema.
La biología no puede moldear nuestros valores, pero puede darnos buenos consejos: combatir la pobreza, estar vigilantes y construir los adecuados contrapesos para que nadie en la sociedad alcance demasiado poder.
Notas
(1) Rueden C von, Gurven M, Kaplan H. Why do men seek status? Fitness payoffs to dominance and prestige. Proc R Soc B Biol Sci. 2011;278(1715):2223-2232. doi:10.1098/RSPB.2010.2145
(2) Boehm C. Hierarchy in the Forest.; 2019. doi:10.2307/j.ctvjf9xr4
(3) Wilkins AS, Wrangham RW, Tecumseh Fitch W. The «domestication syndrome» in mammals: A unified explanation based on neural crest cell behavior and genetics. Genetics. 2014;197(3):795-808. doi:10.1534/genetics.114.165423
(4) Scheidel W. The Great Leveler.; 2018. doi:10.23943/9780691184319
(5) A Darwinian Left: Politics, Evolution and Cooperation – Peter Singer, IRA W Decamp Professor of Bioethics Peter Singer – Google Libros. Accessed August 29, 2022.
(6) Haushofer J, De Laat J, Chemin M. Poverty Raises Levels of the Stress Hormone Cortisol: Evidence from Weather Shocks in Kenya *. Published online 2012.
Pablo Rodríguez Palenzuela es catedrático en la Universidad Politécnica de Madrid y autor del libro Cómo entender a los humanos, publicado por Next-Door en 2022.
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