La religión de este pueblo de casi un millón de habitantes, y que vive en Kenia meridional y Tanzania septentrional es de carácter monoteísta. Y es que los massai, de posible origen semítico, creen también que son el pueblo elegido de Dios, NGAI, quien les cedió toda potestad sobre todo el ganado sobre la tierra. Sus guerreros, como los antiguos espartanos en ciertos momentos de su formación, viven del pillaje vacuno, que creen legítimamente les pertenece. Creen también que su Dios les enviará un Mesías y se abstienen de comer carne y leche al mismo tiempo y practican la circuncisión. Su Dios Supremo, NGAI es masculino y femenino a un tiempo, y significa “cielo” en la lengua que hablan, que es la lengua Maa. Así algunas oraciones se refieren a él como masculino y otras como femenino. Ella-El es de “muchos colores” y es frecuente oír las expresiones murmuradas: “Dios, cobíjame bajo tus alas” o “Sólo Dios sabe”. Cuando alguien es maltratado por el destino o por un personaje poderoso y soberbio dicen: “no importa, porque Dios está presente”. Es el Dios de la bondad y también del Sol y otorga su bendición con la lluvia, y mora en Ol Doinyo Lengai (literalmente, “la Montaña de Dios”), que sitúan en las montañas del Kilimanjaro. Aunque a veces se desdobla en el bien y el mal, NGAI NAROK y NGAI NANYOKIE respectivamente. El primero negro, y asociado al norte, y el segundo rojo, vengativo y asociado al sur. Cuando los massai fueron conquistados por el ejército británico, vieron en sus uniformes rojos el mal augurio de su dios iracundo y destructor. Las disputas entre ambos Dioses se oyen en las tormentas con la voz del trueno y todas las fuerzas naturales pueden ser tanto una bendición como un castigo de NGAI. Cuando la sequía los amenaza con el hambre los niños massai invocan a su Dios con himnos religiosos, después de la puesta de sol, en círculo y con un haz de hierba en las manos.
Al principio, el Cielo (NGAI) y la Tierra eran uno sólo, y todo el ganado pertenecía a NGAI. Por ello al separarse ambos, Cielo y Tierra, todas las vacas se fueron al cielo, aunque sin hierba no podían subsistir. De este modo encomendó a los massai que cuidaran de estos animales y ambos descendieron por una higuera salvaje (ficus nalalensis) que los massai llaman oreti, al que cantan e invocan en danzas y consideran símbolo de vida.
La religión de los massai, como la de los nuer, se centra en el culto a la vaca. Las vacas son sagradas y es Dios mismo quien encomendó su cuidado a este pueblo. Encontramos reminiscencias con el culto a la Gran Madre o vaca Hathor en Egipto o con las vacas Go de la tradición védica, los rayos de luz espiritual y material que vitalizan la naturaleza entera. Los massai, además extraen de la vaca todo lo que necesitan para su subsistencia: cuero y pieles de vestimenta, leche, carne y sangre para su alimentación (fermentan la leche con la sangre del animal). Todo lo asociado a la vaca es sagrada, por ejemplo la tierra y el pasto que les sirven de sostén y alimento. Este pasto es también una dádiva de NGAI y adquiere especial significado religioso y de prestigio. Llevar hierba en la mano es signo de paz y se usa para bendecir en los rituales, los guerreros la ocultan en el sobaco cuando hacen sus famosas danzas en que saltan verticalmente, con las rodillas juntas y los brazos pegados a los costados. Otro modo de bendecir, por extraño que nos pueda parecer es escupir, y es lo que hace el anciano con el niño recién nacido, quizás para crear en él anticuerpos de utilidad futura.
Las vacas expresan la generosidad y grandeza de NGAI, y el comer su carne y beber su leche en los rituales es comulgar con Dios, volver a ser uno con él, lo que se hace en los momentos más importantes de la vida del massai, las ceremonias de traspaso de un estado a otro, las puertas de la vida, que son: el nacimiento, la iniciación y circuncisión, el matrimonio y la muerte; y los ritos de pasaje de una edad a la siguiente. La imagen de la vaca impregna todo el ámbito doméstico y ritual de los massai y hasta en el juego enkeshui, semejante al juego de damas aunque más complicado, cada guijarro representa una vaca. Todo trabajo está dedicado al pastoreo de la vaca, o protegerla de animales salvajes, o aún robarla a las tribus vecinas. Otra actividad diferente a estas es considerada indigna de un massai, incluso los guerreros cuando cazan animales salvajes no lo hacen por el alimento, sino como protección o prueba de valor, por ejemplo en el caso del león. Dentro de su formación, los jóvenes masssai deben cazar al menos una vez un león, es una caza ceremonial que los autentifica como guerreros. Para ello se dividen en parejas, y cada uno escoge a su mejor amigo, aquel a quien estaría dispuesto a confiar la vida. Baten extensos territorios buscando al león, adentrándose, incluso en Parques o Reservas siguiendo el rastro de un macho. Una vez terminada la cacería, dos son los guerreros distinguidos por su coraje, el que se acercó lo suficiente a un león no herido hasta inflingirle sangre, y el que le corta la cola estando aún vivo. El primero se queda la melena del león como trofeo, y encabeza la procesión de regreso a la tribu, el segundo la cierra; ambos formarán parte del consejo del clan terminada su etapa de guerrero. Si la procesión avanza en zig zag y van cantando es que nadie ha muerto y su pueblo prepara una gran fiesta; si van en línea recta, avanzan en silencio y no hay celebración, uno o varios de los guerreros ha muerto en esta prueba.
NGAI es también el Sol, y en alguna de sus tradiciones lo vinculan a OLAPA, la diosa de la Luna. Ambos lucharon un día, y la Luna, siendo muy temperamental, hirió al Sol. Esta luminaria, para ocultar la vergüenza de esta herida (que en una clave no podemos dejar de asociar a las manchas solares o a la herida en el costado del Cristo-Sol), comenzó a brillar con más intensidad, de modo que nadie pudiera mirarle cara a cara. NGAI, vengándose, le devolvió el golpe hiriéndole en uno de sus ojos, lo que aún ven los massai en los contornos sombreados de la luna llena.
NGAI no es sólo el dios supremo de los massai, sino también de los kamba y kikuyu. Estos últimos dicen que mora en el monte sagrado Kiringaya (el monte Kenya), y los kamba que vive en un lugar oculto que nadie conoce. Los massai de Kenya explican que la humanidad fue creada de un árbol o caña dividida en tres partes, y cada una de ellas se convirtió en uno de sus hijos. El primero recibió arco y flecha para ganarse la vida cazando, el segundo recibió una azada para labrar la tierra y el tercero un cayado para pastorear los rebaños
En otra tradición massai se menciona que Dios creó al primer guerrero, LE-EYO, y le enseño un encantamiento para recitar frente a los niños muertos y hacer que volvieran a la vida y fueran inmortales; pero él no quiso pronunciar dicho canto mágico hasta que no murió uno de sus propios hijos, pero ya para entonces, fue muy tarde, pues NGAI le había castigado por su egoísmo privando al ensalmo de su poder. Desde ese día la muerte fue señora de los hombres.
NGAI otorga a cada hombre, al nacer, un espíritu guardián, quien tras la muerte lo conduce a lugares desérticos si fue malo y a tierras de ricos pastos y ganado si fue bueno.
NGAI no se preocupa de los asuntos humanos y sólo se debe acudir a Él en caso de extrema necesidad, si no se quiere despertar su ira con pedidos banales. Sin embargo cuando se trata un asunto de interés público, o en un juicio o danzas rituales, se dicen oraciones propiciatorias de guía y amparo.
Sólo si muere un personaje ilustre es enterrado, en un foso poco profundo y con la cabeza mirando hacia la casa, depositan a su lado un cayado, sandalias nuevas y un poco de hierba. En otros casos se deja el cadáver a merced de los carroñeros, a veces incluso vivo pues la casa queda contaminada si en ella muere alguien y el enfermo desahuciado es llevado al campo para ser devorado por las hienas. Si muere uno de sus sacerdotes curadores o Laibon, son enterrados bajo un montículo de piedras sobre la cual los devotos, tiran un guijarro al pasar. Los muertos no son nunca nombrados y se refieren a ellos usando circunloquios.
José Carlos Fernández