La vida en las primeras ciudades humanas ya reunía algunas de las condiciones estresantes que caracterizan a las urbes modernas. El cambio sucedió hace unos 10.000 años y fue la mayor revolución que ha experimentado nuestra especie: los hombres y mujeres abandonaron la vida de cazadores-recolectores y comenzaron a vivir en grandes asentamientos.
Uno de los mejores lugares del mundo para estudiar este cambio es la antigua ciudad de Catal Hüyük, en Turquía, un poblado en el que hace 9.000 años vivieron entre 3.500 y 8.000 personas. Allí, el equipo de Clark Spencer Larsen ha utilizado los datos acumulados durante los últimos 25 años para estudiar cuáles fueron las condiciones de vida de aquellos primeros “urbanitas”. Y la conclusión es que sufrieron situaciones de hacinamiento, enfermedades y violencia que no habían experimentado hasta entonces.
En un trabajo publicado este lunes en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), el equipo de Larsen, que ha liderado las excavaciones en el yacimiento desde 2004, ha analizado con detalle los restos vegetales y animales que aparecen en el asentamiento y se ha centrado en 752 restos humanos utilizados por sus habitantes entre el 7100 y el 5950 a.C. “Catal Hüyük fue una de las primeras comunidades proto-urbanas del mundo y sus habitantes experimentaron lo que pasa cuando pones a mucha gente junta en un área pequeña por un tiempo largo”, explica Larsen. “Preparó el escenario para lo que somos ahora y los desafíos que afrontamos en la vida urbana”.
Este lugar, descubierto en 1958, estuvo habitado sin interrupción durante mas de 1000 años y se extiende a lo largo e 13 hectáreas y en 21 metros de depósitos. A partir del análisis de los isótopos de los huesos, los autores han podido determinar cuál era la alimentación de estos humanos, basada principalmente de trigo, cebada y centeno, aunque también consumían algunas plantas no domesticadas. Las proteínas promedian de ovejas y cabras junto con algún que otro animal salvaje. Esta forma de alimentación introdujo los primeros problemas, primero de escasez, que le obligó a moverse más lejos en sus desplazamientos diarios, y después de salud. “Estaban cultivando plantas y cuidando animales desde que asentaron la comunidad, pero tuvieron que intensificar sus esfuerzos a medida que la población crecía”, indica Larsen. La dieta rica en grano produjo que muchos de sus habitantes experimentaran algo que hasta entonces no parecía apenas en el registro fósil: entre el 10 y el 13 por ciento desarrollaron caries y presentaban los orificios causados por esta enfermedad en sus dientes.
Otro dato interesante obtenido a partir de los análisis es que los habitantes de Catal Hüyük empezaron a sufrir más infecciones, debido a la falta de higiene y el hacinamiento. Hasta un tercio de los huesos presentan señales de infección. Durante los momentos de mayor densidad de población, las casas eran como apartamentos pegados sin espacio entre ellos y los ocupantes entraban y salían de ellas por las escaleras que iban hasta el tejado. Las paredes y suelos interiores se recubrían a menudo con arcilla y los análisis muestran a menudo restos de materia fecal, lo que habla de unas condiciones bastante insalubres. “Vivían en condiciones de gran hacinamiento, con los pozos de desechos y los corrales muy cerca de sus casas”, explica Larsen. “Así que hay un montón de problemas sanitarios que pudieron contribuir a la expansión de las enfermedades infecciosas”.
Esta misma falta de espacio, recalcan los autores del estudio, pudo conducir a una mayor violencia dentro del asentamiento. De una muestra de 93 cráneos, más de una cuarta parte (25 individuos) presentaban fracturas cicatrizadas. Y 12 de ellos fueron atacados más de una vez, con entre dos y cinco heridas producidas en distintos momentos. La forma de las lesiones sugiere que se hizo con objetos contundentes y redondos y que las víctimas (la mayoría de ellas mujeres -13 contra 10) estaban a menudo de espaldas cuando les golpearon. Una posible explicación de estas lesiones es que el aumento de la población avivó las posibilidades de conflicto y la violencia.
A falta de estudiar otros factores, como el misterioso hecho de que en los grupos familiares hallados bajo cada casa la mayoría no esté relacionado genéticamente, los autores creen que estos descubrimientos nos permiten comprender mejor cómo evolucionaron los estilos de vida de la humanidad a lo largo de la historia. “Podemos aprender mucho sobre los orígenes inmediatos de nuestras vidas actuales”, concluye Larsen, “de cómo nos hemos organizado en comunidades. Muchos de los desafíos que tenemos hoy día son los mismos que tenían en Catal Hüyük, solo que aumentados”.
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