Contaba Daniel Gutiérrez Renales, pastor y agricultor de Abánades (Guadalajara), que un día una vaquilla del pueblo burló a las tropas franquistas y acabó dando su vida por la República. Los nacionales habían confiscado la res y se la habían llevado a El Castillo, su posición en este frente; pero cuando la fueron a sacrificar el animal se zafó y echó a correr. Los soldados la persiguieron, le dispararon para matarla en su huida. Pero no la alcanzaron y la pobre incauta acabó yéndose a refugiar en el Alto del Molino, tomado por las tropas republicanas. Supuestamente, aquella codiciada pieza acabó en el estómago de los "rojos", porque al día siguiente, según el pastor, estos les gritaban socarrones a sus enemigos desde las trincheras: "¿Queréis un filete de ternera?".
En las excavaciones arqueológicas llevadas a cabo en sucesivas campañas desde 2010 por el CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas), han aparecido los huesos de una vaca. En un informe comentan que podría tratarse de aquel animal tan berlanguiano, porque ese tipo de carne era un lujo en el campo de batalla. Aunque por los vestigios descubiertos la dieta de los soldados republicanos que participaron en la Ofensiva del Alto Tajuña (finales de marzo y primeros de abril de 1938) debía de ser la envidia de España. Es algo que solo se sospecha ahora que los científicos han desenterrado los restos de la que se conoce como "la Batalla Olvidada", porque la mayoría de los libros de historia nunca la citan.
Durante unos tres días de encarnizada lucha se produjeron unas 8.000 bajas entre heridos y difuntos. Los que ya no se levantaron jamás pudieron ser entre 1.000 y 2.000
Durante unos tres días de encarnizada lucha se produjeron unas 8.000 bajas entre heridos y difuntos. Los que ya no se levantaron jamás pudieron ser entre 1.000 y 2.000. Pero de los republicanos no existen listados y los recuentos de los sublevados solo registran con sus nombres a los oficiales. Todas ellas fueron las muertes más inútiles de la guerra, si es que hay alguna muerte útil, porque este enfrentamiento en los alrededores de Abánades en el que los gubernamentales se anotaron un ligero avance "no cambió nada" en la contienda. "Quedó eclipsado para los historiadores por las ofensivas de Aragón y Levante", que sí fueron decisivas y "cambiaron el destino", explica Alfredo González-Ruibal, investigador del CSIC en el Instituto de Ciencias del Patrimonio (Incipit) de Santiago y director de las prospecciones.
La profunda laguna de la historia oficial en este municipio de Guadalajara de solo 59 vecinos se ha ido supliendo con testimonios y, sobre todo, con arqueología. Una disciplina que, en este lugar, es la ciencia que interpreta latas de conserva, munición oxidada, botellas de coñac y vértebras de bacalao salado para reconstruir el día a día y las penurias de ambos bandos en un paisaje en el que perduran las trincheras, los fortines, los refugios improvisados en "parideras" del monte, viejas cabañas construidas para recoger los rebaños.
El Alto del Molino permaneció bajo dominio republicano durante toda la guerra, y aunque allí la compañía de ametralladoras pudo disfrutar de raciones extra para afrontar los combates, también padeció enfermedades cutáneas y musculares asociadas a los parásitos, y bronconeumonías por culpa de las noches de invierno de hasta -20ºC. Así de elocuentes son los envases de medicamentos. O las latas de leche condensada, atún, sardinas y sobre todo anchoas, una exquisitez que nunca llegaba a otros frentes. Y también el fino papel de aluminio propio del chocolate, las espinas de pescado o los huesos de cabras y ovejas que revelan la ingesta en fresco, cuando en otros lugares las tropas se conformaban con pequeñas raciones de carne en lata. Para beber y aguantar el frío, el dolor y la angustia, el avituallamiento incluía vino, coñac Peinado fabricado en Tomelloso, licores varios y, según se sospecha por unas botellas blancas y traslúcidas, alguna vez también champán.
Aquellos días los sublevados intentaron sin éxito abrir una brecha en este frente. Se sabe que existen fosas comunes con cadáveres , pero aún no se han encontrado. De momento, según González-Ruibal, lo que ha aflorado es "la punta del iceberg". Durante años, los vecinos se han topado huesos desperdigados "labrando la tierra". Y los trabajos del CSIC han desenterrado restos de otros 13 jóvenes procedentes de toda España, sepultados aquí y allá. La mayoría murieron cuando tenían unos 20 años de edad y todos han aparecido sin chapas ni documentos identificativos. Esos esqueletos de soldados de ambos bandos llevaban desde 2012 en la sede compostelana del Incipit y han sido devueltos a Guadalajara esta semana para regresar a la tierra el próximo marzo, en el 80 aniversario de la Batalla Olvidada. Ellos también son soldados olvidados, porque nadie los ha reclamado y el Ejército, según el director del equipo arqueológico, tampoco asume los gastos del sepelio.
Para escribir sus historias anónimas se han centrado en los útiles que empleaban, que se han incorporado al museo de la guerra que ha creado Abánades
Para escribir sus historias anónimas no ha quedado más remedio que fijarse en los útiles que empleaban, y que se han incorporado al museo de la guerra que ha creado Abánades. Al igual que en cualquier tipo de excavación arqueológica, se ha obtenido mucha información de los grandes hoyos donde las tropas arrojaban su basura y de los corrales donde dormían. De allí, y de las huellas de los combates a corta distancia, y de los cráteres abiertos por las explosiones donde han aparecido algunos cuerpos destrozados. En las parideras vivían, y también escribían cartas y hacían trabajos de oficina. Han aparecido plumillas, tinta Waterman y Milán y hasta quebradizas minas de grafito milagrosamente conservadas. Hay, además, navajas de afeitar y liendreras, porque los piojos, como las pulgas y la sarna eran una constante. Y envases de medicamentos como el Bardanol, para combatir los problemas de piel, y de otro llamado Urodonal que estos chicos no tomaban por el ácido úrico, sino para aplacar el dolor de las articulaciones, el reuma y la "fiebre de la trinchera" causada por parásitos humanos.
Han aflorado muchísimos botones, hebillas, zapatos, llaves, mecheros; una ficha del juego de damas; insignias de guerrera en las que se lee "Catalunya"; munición con caracteres cirílicos; algún cierre de cremallera, que era un invento relativamente reciente. Pero lo que más le llama la atención al director de las excavaciones son "los objetos que no se espera encontrar en el escenario de una batalla", como "algún pendiente o algún frasco de perfume de mujer". Un soldado guardaba con celo una medalla de San Antonio. Quizás pensaba que el santo lo protegería de la muerte, porque en algún momento dado perdió la cadena y se prendió la medalla a la ropa con un imperdible al que, 80 años después, la chapita de plata sigue amarrada y sin dueño.
Silvia Pontevedra
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