En 1904, el arqueólogo noruego Gabriel Adolf Gustafson excavó cerca de Oslo un barco vikingo que contenía un completo ajuar funerario
En 1870, el joven noruego Johannes Hansen llegó a Estados Unidos desde su humilde granja de Oseberg, en Noruega. Como muchos jóvenes escandinavos, esperaba hacer fortuna al otro lado del Atlántico. Sin embargo, un encuentro con una vidente habría de cambiarle la vida. Al parecer, la mujer le dijo que no era necesario que sufriera penurias en América para hacerse rico, ya que el túmulo que se alzaba en sus tierras escondía un gran tesoro y sólo tenía que excavar para encontrarlo.
Este encuentro, recogido en un compendio de historia local de 1930, es muy probablemente fruto del misticismo que suele acompañar a los descubrimientos arqueológicos de principios del siglo XX. Pero lo cierto es que Johannes volvió a Oseberg y comenzó a excavar el túmulo. Sus esfuerzos fueron infructuosos y abandonó la búsqueda ante la sospecha de que el montículo era en realidad una tumba de víctimas de la peste negra de 1348. En los años siguientes, los vecinos continuaron realizando pequeñas búsquedas sobre el terreno, sobre todo después de que en 1880 se descubriera el túmulo de Gokstad, que contenía un gran barco utilizado como tumba de un príncipe vikingo del siglo IX. Un vecino de Hansen, Oskar Rom, decidió adquirir la granja de Oseberg con la intención de proseguir los trabajos. Y así fue como en 1903, tras excavar una trinchera para drenar el agua del terreno, Oskar Rom encontró un pequeño fragmento de madera tallada de unos 20 centímetros: era el principio del que sería el mayor descubrimiento arqueológico de Noruega.
Llega el arqueólogo
En la tarde del 8 de agosto de 1903, Rom se personó en la oficina del profesor Gabriel Adolf Gustafson, director del Museo de Antigüedades de la Universidad de Cristianía (Oslo). Un año antes, un inspector local ya había intentado llamar la atención del arqueólogo sobre las excavaciones que los vecinos estaban haciendo en Oseberg, pero Gustafson, un hombre algo arrogante y condescendiente, no prestó atención al aviso. Rom estaba a punto de sufrir el mismo destino cuando Gustafson vio el fragmento de madera que el granjero había traído consigo. El delicado patrón de la decoración no dejaba lugar a dudas sobre el origen vikingo del descubrimiento. Al día siguiente, Gustafson viajó a Oseberg y realizó un sondeo en el túmulo para estimar su valor. El 10 de agosto informaba en el periódico Aftenposten que se había hallado un nuevo barco funerario vikingo. Ante la expectación suscitada, Oskar Rom se apresuró a sacar tajada y pidió 12.000 coronas noruegas a Gustafson, una suma considerable en aquella época. Sin una ley de patrimonio que protegiera el yacimiento, el arqueólogo no tuvo más opción que buscar fondos para poder hacer frente al pago.
El 13 de junio de 1904 se inició la excavación. El túmulo, de 40 metros de ancho por 6 de alto, había sido construido con arcilla azul y piedras cubiertas con turba, un material vegetal que se obtiene en pantanos. Este recubrimiento había servido para sellar el contenido y había mantenido unos niveles de humedad óptimos para conservar la madera, y eso es lo que explica que el estado de conservación del barco de Oseberg sobrepase con creces el de Gokstad. Pero el peso de la tierra había aplastado la estructura del navío y la tumba alojada en su interior, por lo que la excavación se convirtió en un gran rompecabezas que los conservadores tardaron décadas en recomponer.
Una vez despejado el terreno, se comprobó que el barco medía 21,44 metros de largo por 5 de ancho y se había dispuesto con la proa mirando hacia el mar. En la popa, tras el mástil, se halló la cámara funeraria, cuya madera se ha datado en el año 834. Gustafson pronto se dio cuenta de que la tumba había sido saqueada, tal vez poco después del entierro. Los ladrones entraron por la proa e hicieron un agujero para acceder a la cámara funeraria y robar el ajuar, al tiempo que dejaban los huesos diseminados por la galería.
Un barco reconstruidoEl barco de oseberg se expone totalmente ensamblado en el Museo de Barcos Vikingos de Oslo. Construido hacia el año 820, en madera de roble, en él destaca la proa, acabada en forma de cabeza de serpiente en espiral. No presenta señales de utilización, por lo que se cree que su uso fue exclusivamente funerario.
¿Reina o sacerdotisa?
Los últimos estudios indican que los huesos corresponden a dos mujeres, una de entre 70 y 80 años y otra más joven, de unos 50. Las especulaciones sobre su identidad se dispararon de inmediato: se habló de la reina Aasa, abuela del primer rey de Noruega, Harald I (850-933), e incluso de una sacerdotisa. En cualquier caso, seguramente una de ellas fue sacrificada para acompañar a la difunta de mayor rango al mundo de los muertos.
Además del barco, el ajuar funerario incluía objetos de uso cotidiano, como camas, edredones, ropa, peines, útiles de cocina, aperos de labranza y tiendas. También había una carreta y cuatro trineos, así como los restos de quince caballos, seis perros y dos vacas. Todo esto sugiere que los vikingos tenían una firme creencia en la vida mas allá de la muerte, por lo que las tumbas debían ser abastecidas de todo aquello que fuera a necesitar el difunto. El ajuar de Oseberg parece reforzar la idea del viaje simbólico a la tierra de los muertos e indica que también las mujeres podían acceder a este mundo de ultratumba. De lo que no cabe la menor duda es de que, sea quien sea la mujer enterrada en Oseberg, ocupó un lugar prominente entre su pueblo.
Para saber más
El mundo de los vikingos. Richard Hall. Akal, Madrid, 2008.
NationalGeographic.com
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