Roma sigue siendo en la actualidad una de las civilizaciones que más fascinación despierta. Al margen del éxito de obras literarias y producciones audiovisuales que han seducido a varias generaciones mostrando las luces y sombras de una de las mayores potencias de la Antigüedad, Roma acuñaría durante siglos una entidad propia que parece seguir vigente. Presente en tres continentes y con una influencia sin parangón a todos los niveles, la que es reconocida como una de las civilizaciones más importantes de la historia tendría un papel fundamental en el desarrollo político, social, económico y cultural de los territorios que dominó, incluso en aquellas zonas más reacias a su presencia.
Aunque no pocas investigaciones señalaban que la presencia romana en las Islas Británicas había sido poco determinante para su devenir, las nuevas indagaciones están ayudando a realizar muchas matizaciones al respecto. A pesar de no disponer de suficientes evidencias escritas, los hallazgos arqueológicos parecen demostrar que los contactos entre Roma y Britania fueron más estrechos y antiguos de lo que podría suponerse. Los restos materiales indican que durante el siglo I a. C. algunas tribus que habitaban las islas mantenían contactos comerciales con Roma basadas en la importación y exportación de metales, esclavos, vino y vidrio. Dichas tribus, que batallaban entre sí por el dominio del territorio, mostraron una oportunidad única que el célebre Julio César aprovecharía. Y es que enterado de las fricciones entre los atrebates y los catuvellaunos, Julio César ofreció auxilio al rey celta Commius prometiéndole derrocar a su adversario a sabiendas de que esa acción, favorable a los intereses romanos, también podría reportarle un gran prestigio personal.
La ayuda prestada a los atrebates abriría a Roma las puertas de un territorio inhóspito que, desde el primer momento, mostró la ferocidad de sus gentes. Si bien Roma utilizaría la expedición romana como un gran éxito político que frenaba así el peligro real de una alianza entre los britanos y los galos, la resistencia mostrada por las tribus que se enfrentaron al ejército romano obligaron a Julio César a retirarse a la Galia por un año, tiempo que dedicaría a preparar una ofensiva que contó con unos efectivos de más de 25.000 hombres. La superioridad numérica de ese enorme ejército haría posible una victoria que instauraría en el trono a Commius a cambio de que éste, en agradecimiento por la asistencia prestada, accediera al compromiso de tributos. Reforzados los lazos de colaboración, en los años venideros los intercambios comerciales entre el sur de Britania y la Galia romana fueron incrementándose hasta dar origen a importantes núcleos poblacionales, pese a que la presencia romana en el territorio parecía ser poco esencial.
Las relaciones entre ambos territorios se mantendrían de este modo hasta la llegada de Claudio al poder. El emperador, consciente de la necesidad de afianzar su propia posición, aprovecharía los nuevos problemas entre las tribus para liderar a las legiones que derrotarían a Caracatus, el líder de los catuvellaunos. La victoria romana supondría un punto de inflexión, ya que si bien Claudio salió enormemente fortalecido por su brillantez como estratega militar, a partir de entonces se inició una resistencia britana que se haría aún más evidente a medida que Roma iba haciéndose con el control de extensas franjas territoriales. La falta de unanimidad entre los líderes tribales daría al traste con la resistencia britana en numerosos territorios, a pesar de que el mayor peligro para Roma procedía de los ambiciosos gobernadores romanos. Deseosos de obtener poder y fortuna, sus desmanes ayudarían a reactivar una implacable lucha por parte de tribus que, a pesar de haberse mantenido como aliadas al Imperio, decidieron actuar ante los agravios cometidos.
Con el sur controlado, los esfuerzos romanos se centrarían en intentar hacerse con el norte. Territorio muy hostil en donde habitaban los caledonios y los ordovices (entre otros), dichas tribus se desplazaban con asiduidad al sur para atacar y saquear los núcleos romanos aprovechando las largas ausencias de las fuerzas romanas que defendían las fronteras imperiales. La destrucción sistemática de villas y ciudades bajo dominio romano y la crisis que se cernía sobre Britania a raíz de estas incursiones fomentaría la decisión del emperador Adriano de levantar un vasto muro de 117 km. El levantamiento del Muro de Adriano y del Muro de Antonino (erigido por el emperador Antonino Pío unos 160 km más al norte) cumplirían el objetivo de proteger la Britania sometida, si bien la división física del territorio sería poco ventajosa ante la propia debilidad romana. Con el ejército imperial repartido por otros limites igualmente conflictivos, y una Roma muy inestable por las luchas por el trono imperial, los ataques de las tribus procedentes de la actual Escocia serían cada vez más frecuentes durante el siglo II d.C. Ni las alianzas de paz con algunas tribus ni la división de la Britania en dos provincias (Britania Inferior y Britania Superior) llevadas a cabo por Septimio Severo aplacarían la gravedad de la situación.
Para entonces, la sociedad britana había cambiado notablemente. Muchos ciudadanos de otras partes del Imperio se desplazaron hasta Britania a sabiendas de las oportunidades que ofrecía. Individuos procedentes de Hispania, Tracia, Mauritania o Grecia desarrollaron actividades económicas muy lucrativasque ayudaron al florecimiento de la actividad agrícola y comercial. Concentrados en villas y nuevas urbes como Lindum (Lincoln), Eboracum (York) o Londinium (Londres, que con 30.000 habitantes se convertiría en la capital), estos nuevos habitantes impulsarían unas exitosas relaciones comerciales en donde, a cambio de vidrio, cerámica, aceite, vino y el famoso garum, se exportaba mármol, oro, plata, latón, plomo y esclavos. A pesar de que una inmensa mayoría de la población britana siguió conservando su cultura, lengua y tradiciones, se cree que unas 200.000 personas adoptaron el estilo de vida romano. Y es que, tal y como se realizaría en otros lugares bajo su dominio, se impulsó una política que pasaba por asimilar a la aristocracia local para favorecer la mutua colaboración. La nobleza, una vez educada en las costumbres romanas, pasaba a ser colaboradora directa del gobernador de turno.
La inestabilidad creciente en Roma y las continuas luchas por el poder acabaron jugando en su contra. Los numerosos problemas en todas las áreas fronterizas del Imperio serían respondidos desde Roma con una ineficaz política de defensa que pasaba por concentrar sus efectivos en las zonas que consideraban prioritarias. Áreas muy alejadas como Britania quedaron marginadas, prácticamente desprotegidas y a merced de tribus del norte o del este que, aprovechando la situación, conseguirían reducir la presencia romana a algo casi anecdótico. Sin tropas que defender el territorio, y las peticiones de auxilio de las principales urbes ignoradas, las incursiones y los pillajes acabaron destruyendo la considerable impronta romana en el territorio.
Vía| Millar, F. (2003). El Imperio Romano y sus pueblos limítrofes (tomo IV), Siglo XXI, México; Townson, D. (2004). Breve historia de Inglaterra, Editorial Alianza, Madrid.
En colaboración con QAH| Tempus Fugit
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