En la introducción del libro Omina mortis. Presagios de muerte (Cuando los dioses abandonan al emperador romano)* su autor, Miguel Requena Jiménez, afirma que trata de analizar “[…] una serie de historias, en su mayoría de naturaleza maravillosa, que según los autores clásicos que las recopilaron habían anunciado la muerte a varios emperadores romanos”.
Ya sólo con poner a nuestro alcance, convenientemente sistematizados, aquellos pasajes de los autores clásicos se habría cubierto un objetivo elogiable, y sin duda merece nuestro agradecimiento la espectacular colección de omina que nos es ofrecida. Si la presencia de los augurios era lógica –dada la importancia que tenían para sus contemporáneos- en los relatos antiguos de carácter histórico, difícilmente podríamos haber imaginado, en ausencia de un trabajo como este, la riqueza de matices y de sucesos prodigiosos que aquéllos contienen.
En realidad la obra de Requena Jiménez va más allá de la mera recopilación de historias o pasajes clásicos, pues nos permite, centrada como está en la permanencia secular de los omina romanos, adentrarnos en una parte de la psicología –o si se quiere, de la naturaleza- humana que el positivismo y el racionalismo contemporáneos desdeñan, cuando no ignoran.
El libro continúa la misma línea de investigación que el autor ya había emprendido años antes, con trabajos sobre los omina imperii (los presagios venturosos que anunciaban el advenimiento de un futuro emperador). El que ahora ve la luz se dedica a los omina mortis, aquellos que eran interpretados como augurios de una muerte inminente. La perspectiva desde la que se abordan unos y otro cambia: mientras que El emperador predestinado. Los presagios de poder en época imperial romana (Madrid, 2001) y Lo maravilloso y el Poder. Los presagios de imperio de los emperadores Aureliano y Tácito en la Historia Augusta (Valencia, 2003) se agrupaban por emperadores, los omina mortis son clasificados por áreas temáticas, en función de la tipología del omen que en cada caso se manifiesta.
La consideración común a todos los omina mortis tiene mucho que ver con el trasfondo religioso que inspiraba la vida y la sociedad romana, bajo la protección de los dioses. El temor de los hombres a la desprotección divina les hacía auscultar qué signos podrían revelar o bien el enojo de los dioses o bien la ruptura de sus relaciones con ellos. Los omina mortis no eran, pues, sino anuncios, signos precursores, anticipos ominosos de la inminente desprotección divina.
Muchos de ellos, como se describe en el primer capítulo del libro, estaban vinculados a la “negra noche”, en la que los dioses protectores también duermen y, por ello, acechan los peligros. La noche, asociada a la luna, o los eclipses anuncian la oscuridad del Hades, por lo que constituye el momento propicio para llevar a cabo los ritos funerarios. La presencia del color negro (incluso de su personificación en los etíopes y otros africanos con los que Roma se relacionaba) es constante en los prodigios de carácter nefasto.
En el capítulo segundo se exponen, en concreto, los presagios de muerte de los emperadores romanos que, según las muy abundantes fuentes citadas, venían asociados a los animales, en cuanto –una vez más- los dioses se servían de ellos para dar sus avisos. Presagios de poder o de victoria en algún caso –la presencia del águila sobre un futuro emperador- pero de muerte en otros muchos, como el de los lobos que entraban en la ciudad (lupus urbem intrauit), los aullidos de perros, la presencia de búhos y de otras aves –por ejemplo, los buitres- cuya herencia llega hasta nosotros en la expresión “ave de mal agüero”.
El capítulo tercero no sería comprensible sin el previo conocimiento de la importancia que en la sociedad romana –y, en general, en las sociedades antiguas- tenían los ritos, las prácticas rituales dentro del ámbito religioso. La repetición del rito, el ritualismo inmutable, testimoniaba la conexión con el pasado en el que se había mantenido la armonía de los humanos con los dioses y, a la vez, afirma Requena, constituía “un medio eficaz de neutralizar la ansiedad que en sociedades profundamente religiosas supone ese traumático momento en el que el hombre entra en contacto con la divinidad”. Los errores en el rito tenían, por ello, un significado grave y, en la concepción de los antiguos, posiblemente fatal para quien los cometía.
Los sacrificios han sido vistos en todas las culturas como un elemento capital de la relación de los hombres con la divinidad, y Roma no era una excepción en absoluto. Cualquier error en el desarrollo de los ritos de naturaleza sacrificial permitía augurar el correlativo rechazo de los dioses, traducido en la pérdida de su protección, bien a quien lo protagonizaba, bien a la comunidad entera. Los ejemplos en este sentido que ofrece el libro son muy numerosos y entre ellos destacan los que presagiaban la muerte de quien resultaba (por ejemplo, en su indumentaria) manchado por la sangre del animal sacrificado.
A las caídas de los protagonistas y a la apertura espontánea de las puertas, como augurios o presagios de muerte, se dedica el capítulo cuarto del libro. En él se nos ofrecen muy abundantes ejemplos de hechos que, para los contemporáneos, anunciaban inminentes desgracias: las caídas al suelo de las personas o de ciertos objetos (por ejemplo, la corona, los anillos imperiales u otros signos asociados simbólicamente a la monarquía) se interpretaban como una aproximación a las divinidades ctónicas, a los dioses infernales; el derrumbe, real o soñado, de la casa o de su tejado prefiguraba y presagiaba la muerte de su dueño (así en el caso de César, cuya mujer había soñado la noche previa a su asesinato la caída de su casa); idéntica significación podía tener la caída de árboles, especialmente, del laurel o de la higuera, o el desplome de las estatuas, tanto de las que representaban a personas que pronto fallecerán como a los dioses que las protegían. Estos y otros presagios fatales auguraban el fin de la tutela y protección divinas sobre quienes hasta entonces habían gozado de ellas.
En cada uno de los cuatro bloques temáticos enunciados se suceden las citas de autores clásicos, muchas de ellas ya incluidas en la recopilación que a finales del siglo XIX publicara Fr. Wagner sobre los omina de la época imperial romana. Su interpretación ha sido objeto de polémica, como testimonia Requena al describir brevemente en la introducción del libro las tres corrientes mayoritarias (personificadas en Wagner, Mouchová y Krauss respectivamente) que han tratado de descifrar su significado, a las que se unen otras ulteriores.
La obra de Requena Jiménez sigue el método de análisis que ya propusiera Waldemar Deonna al tratar sobre los relatos ominales en la leyenda de Augusto: un estudio minuciosos de cada augurio dentro de su contexto, que concluirá situando los omina dentro de las estructuras ideológicas que rodeaban la vida de cada emperador.
Requena Jiménez revela en el libro su innegable conocimiento de los clásicos romanos y nos permite, además, apreciar la permanencia –al menos, hasta hace pocas décadas- de ciertas tradiciones arraigadas en nuestras sociedades que traen causa, sin duda, de costumbres y hábitos heredados de la cultura romana. Y como bien afirma el autor en su parte final, haríamos mal en banalizar o tachar de mera ingenuidad, superstición o superchería las prácticas que, durante siglos, testimoniaban no sólo la especial relación de las civilizaciones antiguas con la divinidad sino su situación de desvalimiento y desprotección frente a los fenómenos naturales, en presencia de los cuales trataban de impetrar el favor de los dioses.
No se sabe qué admirar más en el libro, si la riqueza de las fuentes consultadas o la admirable capacidad de que hace gala Requena Jiménez para relacionar cada una de las áreas temáticas con pasajes de otras obras romanas, o medievales, ayudándonos de este modo a situarlas dentro del continuum de la cultura clásica. Cierto que el trabajo viene precedido de otros (el autor se reconoce deudor de investigaciones anteriores que ya habían recopilado omina de los autores clásicos), pero su valor añadido viene dado, además de por la sistematización y el análisis en profundidad de las citas, por situar los omina mortis dentro del “universo mental” que caracterizaba la sociedad de Roma.
La síntesis del libro queda muy adecuadamente reflejada en sus palabras finales: “Frente a quienes valoran los presagios como invenciones de un autor o fábulas fantásticas sin ningún valor histórico, soslayando los problemas de interpretación cultural, religiosa e institucional que plantean, nuestra tesis sostiene que estos relatos presentan una riqueza temática y estructural que nos introduce de lleno en la concepción sociológica del poder en el imperio romano, nos permite definir con mayor exactitud aspectos trascendentales de la religión, la política y la sociedad romana y, sobre todo, sirve para aproximarnos a la mentalidad colectiva del ciudadano romano y de los habitantes del Imperio”.
Miguel Requena Jiménez es Profesor Titular de Historia Antigua en la Universidad de Valencia. Académico Correspondiente de la Real Academia de la Historia y Premio de la Fundación Pastor de Estudios Clásicos (2000).
*Publicado por Abada Editores, junio 2014.
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