El modo en que la tradición cristiana ha enfocado la relación del hombre
con la naturaleza ha influido en el impacto que la misma ha tenido y puede
tener, para bien y para mal, en los problemas ecológicos.
El cristianismo está siendo juzgado por algunos muy
duramente en relación con los problemas ecológicos. Las críticas son: 1.la
concepción judeo-cristiana del tiempo lineal ha sido la referencia más adecuada
para el surgimiento de una ideología del progreso que ha acabado por
identificarse con el progreso científico-técnico, el que no ha reparado en
avasallar destructivamente la naturaleza; 2. la
concepción judeo-cristiana de la creación hace al hombre centro de la misma, le
separa radicalmente del resto de los seres, dándole además el derecho y la
misión de dominarlos; 3. en el cristianismo hay igualmente
exaltación del papel de la acción humana, tanto en el pecado como en la
salvación; aunque en última instancia ésta se reconozca don de Dios, el hombre
es llamado a trabajar activamente por ella; este activismo limita fuertemente
la dimensión contemplativa, mucho más adecuada para mantener relaciones
armoniosas con la naturaleza; 4. puede ser
subrayada la dimensión histórica y el papel del hombre en la misma, podrá
incluso ser subrayado el deber de realizar históricamente la justicia entre los
hombres, pero no con y en la naturaleza.
Las reacciones defensivas que surgen ante estas críticas
son: en primer lugar, y aunque el marxismo ideológico esté desacreditado con
razón, no puede olvidarse que, si por un lado es importante subrayar el papel
de los factores ideológicos, por otro lado no puede arrinconarse el papel
decisivo que cumplen otros factores económicos y sociales. Tampoco puede
olvidarse que la tradición cristiana se va construyendo en contacto con las
tradiciones que dejan sus huellas, positivas y negativas. Hay que añadir
igualmente el impacto de la mentalidad de la modernidad (racionalismo,
ilustración, marxismo), de algún modo surgida en el humus cristiano. Es decir,
la responsabilidad estaría más repartida de lo que las críticas sugieren. Es
cierto que pueden encontrarse en la tradición cristiana visiones,
interpretaciones y comportamientos que pueden identificarse con las críticas a
las que nos hemos referido; pero es absolutamente injusto identificar la
tradición cristiana con ellas, pues es mucho más amplia y compleja.
Hay que decir que, aunque un buen número de críticas son
injustas por parciales, no es menos cierto que, al margen de lo que la doctrina
cristiana pueda decir desde sus fuentes bíblicas, los pueblos y culturas que
primero han ideado y realizado un dominio explotador de la naturaleza son
pueblos que deben ser situados en el marco cultural cristiano, tomado en su
sentido más amplio.
La mayor parte de las críticas pueden situarse en los
relatos de creación del Génesis. Estos textos tienen diversas interpretaciones
(críticas y defensas), surgiendo entonces la cuestión de saber si hay criterios
para decidir a favor de unas frente a otras. ¿Qué hacer cuando se dan interpretaciones
rivales o incluso incompatibles, como en este caso? Frente a la postura
postmoderna que insiste en la mera transitoriedad y relatividad, cabe remitirse
a una serie de criterios que nos permitirán decidir la preferibilidad y
veracidad de una de ellas. Esos criterios son:
-
El criterio de plenitud. Es preferible aquella interpretación que, el la
dialéctica de recepción y creación, data al texto de más sentido, es decir, no
podemos imponer al texto nuestro prejuicio.
-
El criterio de congruencia. La interpretación preferible es aquella que resulta
más coherente con el conjunto del sistema de sentido en el que se inscribe.
-
El criterio de tradición. En principio, la interpretación de un texto debe ser
creativamente coherente con la cadena de interpretaciones a que ha dado lugar.
Si
aplicamos estos criterios a los textos del Génesis se puede decir que, las
consideraciones anteriores ponen de relieve que la creciente sensibilidad
cristiana hacia la ecología puede y debe echar raíces en los textos relevantes
de su tradición para que, a la vez, ella interpele nuestro presente y nuestro
presente descubra en ella potencialidades nuevas. La mirada crítica la debemos
mantener sobre los pueblos de cultura cristiana en las intervenciones
expoliadoras de la naturaleza, deberá ser un acicate para volver creativamente
a estas dimensiones de la tradición que nos acusan y nos llaman a los cambios
necesarios. Por último, la riqueza y matices de esta tradición deberán entrar
en el diálogo con las otras cosmovisiones laicas o religiosas para ofrecer su
contribución a la resolución de los graves problemas que la crisis ecológica ha
puesto de manifiesto.
“ La cuestión ecológica: una responsabilidad
de todos
Hoy la
cuestión ecológica ha tomado tales dimensiones que implica la responsabilidad de todos. Los verdaderos aspectos de la misma,
indican la necesidad de esfuerzos concordados, a fin de establecer los
respectivos deberes y los compromisos de cada uno: de los pueblos, de los
Estados y de la Comunidad internacional. Esto no sólo coincide con los
esfuerzos por construir la verdadera paz, sino que objetivamente los confirma y
afianza. Incluyendo la cuestión ecológica en el más amplio contexto de la causa de la paz en la sociedad humana,
uno se da cuenta mejor de cuán importante es prestar atención a lo que nos
relevan la tierra y la atmósfera: en el universo existe un orden que debe
respetarse; la persona humana, dotada de la posibilidad de libre elección, tiene
una grave responsabilidad en la conservación de este orden, incluso con miras
al bienestar de las futuras generaciones. La
crisis ecológica es un problema moral.
Incluso los
hombres y las mujeres que no tienen particulares convicciones religiosas, por el
sentido de sus propias responsabilidades ante el bien común, reconocen su deber
de contribuir al saneamiento del ambiente. Con mayor razón aún, los que creen
en Dios creador y, por tanto, están convencidos de que en el mundo existe un
orden bien definido y orientado a un
fin, deben sentirse llamados a interesarse por este problema. Los cristianos,
en particular, descubren que su cometido dentro de la creación, así como sus
deberes con la naturaleza y el Creador forman parte de su fe. Ellos, por tanto,
son conscientes del amplio campo de cooperación ecuménica e interreligiosa que
se abre a sus ojos.
Al final de
este Mensaje deseo dirigirme directamente a mis hermanos y hermanas de la
Iglesia católica para recordarles la importante obligación de cuidar toda la
creación. El compromiso creyente por un ambiente sano nace directamente de su
fe en Dios creador, de la valoración de los efectos del pecado original y de
los pecados personales, así como de la certeza de haber sido redimido por
Cristo. El respeto por la vida y por la dignidad de la persona humana incluye
también el respeto y el cuidado de la creación, que está llamada a unirse al
hombre par glorificar a Dios.
San
Francisco de Asís, al que proclamo Patrono celestial de los ecologistas en 1979,
ofrece a los cristianos el ejemplo de un respeto auténtico y pleno por la
integridad de la creación. Amigo de los pobres, amado por las criaturas de
Dios, invitó a todos –animales, plantas, fuerzas naturales, incluso al hermano
Sol y a la hermana Luna – a honrar y alabar al Señor. El pobre de Asís nos da
testimonio de que estando en paz con Dios podemos dedicarnos mejor a construir
la paz con toda la creación, la cual es inseparable de la paz de los pueblos.
Deseo que
su inspiración nos ayude a conservar siempre vivo el sentido de la
“fraternidad” con todas las cosas –creadas buenas y bellas por Dios
Todopoderoso – y nos recuerde el grave deber de respetarlas y custodiarlas con
particular cuidado, en el ámbito de la más amplia y más alta fraternidad
humana”. Vaticano, 8 de
diciembre de 1989.
Begoña Hernández Rubio
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