El lenguaje sobre Dios
Una afirmación fundamental de la teología de todos los tiempos
ha sido colocar la realidad divina más allá de cualquier similitud humana. Dios es siempre superior y distinto de las
palabras y conceptos que usamos para referimos a su ser. En pura teoría estas afirmaciones nos
obligarían a utilizar un lenguaje abstracto para hablar de El, un lenguaje
semejante al del mundo de la física o de la matemática. Sin embargo la realidad histórica muestra que
no ha sido ese el camino.
En el campo religioso prima el lenguaje simbólico sobre los
demás, una necesidad del ser humano que nunca se ha sentido satisfecho con las
abstracciones puras. No bastan los
credos para dar razón de nuestra con lo que recurrimos a formas sustanciales y
visibles para dar cuerpo a esas ideas abstractas. Como dice Víctor Hugo en L'homme qui rit: "Lexpression a des frontiéres, la pensée nén a pas " (La expresión
tiene fronteras, el pensamiento no).
Son, precisamente, la metáfora y el símbolo los que nos permiten
salirnos del marco de la expresión para adentrarnos en otros campos más
abiertos y por lo tanto más sugerentes.
La conclusión formal es que toda religión ha recurrido al mito
y al símbolo en su liturgia, ritual y configuración racional. En casi todas encontramos dos tipos de
símbolos. En primer lugar, los propios
de una comunidad humana especifica que, mediante un complejo sistema, relaciona
y entrecruza los significantes religiosos con las relaciones entre los sexos,
los sistemas matrimoniales, las instituciones de trabajo, la teoría
cosmológica... toda la vida. Por otro,
nos encontramos con una serie de denominadores comunes a todas las culturas que
son hijos del pseudolenguaje del subconsciente y que se conocen con el nombre
de arquetipos colectivos.
En lo referente al lenguaje sobre Dios coinciden los dos tipos
de símbolos en atribuirle metáforas que se corresponden con el mundo de lo
masculino y de lo femenino. Dios o los
dioses tienen atributos de las dos categorías del ser humano lo que quiere
decir que desde un acercamiento analógico Dios comparte rasgos con sus
criaturas. Y no proyectamos los mismos
rasgos cuando hablamos de varones y de mujeres pues nuestro inconsciente
colectivo suministra categorías diferentes a cada sexo. Algo que hoy no se corresponde con la
realidad, pero que perdura en la mente de las personas.
Todos sabemos que el polo masculino se relaciona con el cielo,
la luz, el infinito, la trascendencia, el final de la historia, la salvación,
el reino futuro... Que los varones están más próximos a la exigencia , a la
ley, al juicio, a la vida pública, al mundo exterior. En cambio, las figuras femeninas nos acercan
al campo privado, a los recintos cerrados, al cobijo, a la noche, a la ternura
y al resguardo. Frente al sol prima la
luz lunar y frente al cielo y la trascendencia, la tierra y la inmanencia.
En el campo cristiano el propio Santo Tomás decía que se
utilizaban varios tipos de lenguaje para hablar de Dios. El metafórico que incluía cuerpos concretos
como roca, montaña, fuente - en otros credos serian vacas, árboles, lechuzas- y
el relacionar, que habla del contacto con las criaturas. Dentro de este mundo relacionar maternidad y
paternidad se llevan la palma pues apuntan a los orígenes de la vida, uno de
los referentes de sentido más importantes de las religiones. Junto a padre y madre son también frecuentes
pastores, rey/reina, amigo/a, hermano/a, esposo/a...
Ni que decir tiene que cada cultura proyecta en su Dios
relacional las formas y modos de vivir los seres humanos en su momento
histórico, lo que afecta a esa imagen de Dios antropomórfica. Las culturas agrícolas colocaron más énfasis
en las figuras maternas de Dios con quienes relacionaban la fertilidad de los
campos, rebaños e hijos. Los nómadas y beligerantes se relacionaban con dioses
guerreros que les ayudaban en sus contiendas. De hecho, en la medida que las
mujeres perdieron prestigio social en la tierra, a las diosas les ocurrió algo
semejante en los cielos. Las Grandes
Diosas Madres del neolítico, en un proceso lento pero inexorable, fueron
cediendo protagonismo a los dioses masculinos.
Un proceso que se aceleró en la zona del creciente fértil -con tanta
influencia en nuestra civilización- por una gran invasión de tribus del norte
que no estaban ligados con la agricultura.
Nuestra
herencia judía
¿Y nuestro credo? El
cristianismo no nació de la nada sino que surge como una rama de la religión
judía de la que se desgaja. Incluso
nuestro libro religioso que es la Biblia, tiene una primera parte, todo el
Antiguo Testamento hebreo, común a la religión de Israel. De aquí la
importancia de la idea de Dios que nos ha legado esa transmisión.
Parece claro que los judíos se alejaron de los mitos
cosmogónicos de su entorno en cuanto que la creación se lleva a cabo mediante
el uso de la palabra. Queda fuera de
ella cualquier tipo de relación sexual. Dios es el soberano que habla:
"Hágase" y sus súbditos le obedecen. Yahveh emerge como un Dios
asexuado pues es previo al mundo creado y ninguna categoría sirve para
definirle. Pero aunque esta es la teoría en la realidad judía Yahveh era un
Dios varón pues fueron los varones los que conformaron la sociedad, con lo que
era lógico que lo definieran a su modo.
Rey, padre en alguna ocasión y sobre todo esposo, han sido los
calificativos relacionases que con más frecuencia se le han atribuido.
¿Y las imágenes femeninas? ¿Es una excepción al mundo judío, a
todas las afirmaciones previas con las que inaugurábamos estas palabras? La verdad es que no se pudieron erradicar del
todo. Junto a Yahveh aparece su
compañera Ashera hasta la vuelta del exilio.
Pero además "A su imagen los creó, varón y
mujer los creó" Nos permite ver en que medida la vida de las mujeres y de
los hombres refleja al Creador. Es un
texto categórico que sale de la mente del autor sacerdotal: el ser humano se
caracteriza por ser imagen de Dios, algo fundamental que no puede ser negado ni
alterado por la historia. Todas las
segregaciones que se ha hecho a lo largo de los siglos contra mujeres, esclavos
y otras razas son contrarias a este principio fundamental. Incluso creo que se puede afirmar que esta
comunión universal en la imagen divina supone una base antropológica sobre la
que deben asentarse unas relaciones de justicia igualatoria.
La imagen se concebía como un virreinato de Dios en la
Tierra. En el seno de una sociedad
patriarcal era difícil admitir que las mujeres dependientes de los varones en
la vida social pudieran tener reconocida una igualdad de dominio para regir el
cosmos. El mundo judío no tuvo excesivos
problemas para aceptar el texto, pues desde el principio consideraron los
rabinos que la semejanza se realizaba en la pareja; en el varón y la mujer
unidos y no en cada uno de los sexos por separado.
Eso es lo que debe reflejar la imagen de
Dios, un ser en el que participan por igual los dos sexos que componen el
género humano. Desgraciadamente, hasta
hoy, no ha sido así.
Junto a los
recortes Judíos, los cristianos, que llegaron pronto, de la mano del mismo
Pablo. Aunque con el nuevo credo
quedaron abolidas las diferencias entre judíos y griegos, amos y esclavos,
mujeres y varones (Gál. 3,28) el enfrentamiento con la realidad social del
imperio Romano le empujaron al recorte.
Tras ese largo preámbulo, nuestro intento consiste en recuperar el lado
femenino de Dios.
Un Dios que se parece a
nosotras.
Y vamos a hablar de un Dios que se parece a nosotras no como
un mero ejercicio intelectual, sino como una oferta que puede ser válida para
mejorar nuestras relaciones con Dios.
Las imágenes femeninas pueden entrar -y han entrado- en el Dios
cristiano por dos caminos: La esposa y la madre. Es cierto que en el matrimonio de la alianza
Dios ocupa el lugar del varón, pero no lo es menos que en un matrimonio
perfecto se genera una unión que hace de los dos seres una misma carne. La carne del ser humano representada por la
mujer se funde en esa alianza esponsal con la realidad de Dios.
La Gran Madre
1.-El inicio de la vida
Pero una de las experiencias únicas del mundo femenino es la
de la maternidad, una experiencia que no comparten los varones y que conlleva
infinidad de mensajes que se pueden trasponer a Dios. En primer lugar, la comprensión de la Divinidad
como madre que es origen y fuente de todo lo creado. Es la Gran madre en la que se condensa el
arquetipo de lo femenino y la idea del matriarcado, un concepto muy
desarrollado en los estados primitivos del ser humano.
La imagen se centra en la matriz, que a su vez se divide en
dos partes. La superior, que nos
aproxima al mundo del corazón y de los sentimientos, mientras que la inferior
nos lleva al mundo subterráneo. En
muchos mitos y rituales se representa con el papel de la tierra que espera a
ser fructificado. Esta interioridad nos
transmite la idea de protección. Dios es
entonces como una enorme granada que alberga dentro de su ser un sinfín de
granos que somos los seres humanos, incluso todos los seres creados. La transposición a la idea de cuna o de nido
se hace sin excesiva dificultad.
Entonces al abrigo se suman el calor y presencia tranquilizante de la
madre.
Me gusta
recordar unos pequeños versos de Unamuno, el gran literato español, en lucha
eterna con la fe. El expresa estas ideas
mejor que yo, pues hablándole a Dios dice:
Al corazón sobre tu pecho
pones
Y como en dulce cuna allí
reposa
Lejos del recio mar de las
pasiones
Toda la
espiritualidad del Sagrado Corazón lleva implícitas muchas de estas ideas. Un salvador varón, como es Jesucristo, se
identifica con el resguardo que ofrece la madre al hijo que va a dar a
luz. Los místicos, cuando expresan sus
deseos de unión con Dios hablan en términos casi físicos y así, algunos en la
Edad Media, conciben el camino de acceso al añorado mundo divino mediante la
herida que había hecho la lanza en el costado de Cristo.
Pero no hace
falta ser místicos: calor, cobijo, resguardo, protección... son sensaciones que
nos remiten a aquel tiempo sin problemas en el que habitábamos en seno
materno. De aquí todos los deseos del
inconsciente de regreso al útero en los momentos trágicos de la vida. De aquí también, todos los intentos del
hombre religioso de perderse en las simas de Dios cuando se siente acosado por
el dolor.
La Gran madre
tiene además el atractivo de hacemos conscientes de nuestra fraternidad con
todas las criaturas que forman parte del mundo y que han salido de su
seno. En el diálogo con Dios no entran
sólo los seres humanos, sino que se abre una tercera banda que da entrada al
mundo animal y mineral. La destrucción de los ecosistemas y el peligro de
extinción de muchas especies se convierten en responsabilidad del ser humano,
gerente del buen gobierno de la familia creada.
2.-El fin de la vida.
Junto al
principio de la vida, su fin. Vivimos en una civilización que ha dado la
espalda a la muerte. No queremos enterarnos que tras unos años de vivir en la
tierra nos llega nuestro término. Creo no equivocarme al pensar que el origen
de ese rechazo proviene del miedo, del salto a un mundo desconocido. Incluso
los que tenemos fe recelamos de dar ese paso incierto que nos sume en el
abismo.
La idea de Dios
como Madre puede ayudar en un camino de visión más esperanzada de la muerte.
Cuna y ataúd son metáforas semejantes, pues el nacimiento nos lleva
inexorablemente a la muerte. Por ello, muchas civilizaciones comparan a las
mujeres madres con la tierra en cuanto que ambas generan vida y muchas también
contemplan la muerte como ese regreso al útero que nos hizo nacer. Polvo eres y
en polvo te convertirás decía la antigua liturgia del Miércoles de Ceniza;
“nuestra vida son los ríos que van a dar a la mar que es el morir”, cantaba el
poeta español. Tierra y agua que en estos dichos se convierten en dos metas que
se identifican como la línea de salida pues de ellas salimos y a ellas
volvemos. La mujer como tierra y como agua, Dios que busca el reencuentro
profundo con sus criaturas.
Lo que tanto se buscaba expresa Martín Descalzo en estos
versos:
Morir solo es morir. Morir se acaba
Morir es una hoguera fugitiva
Es cruzar una puerta a la
deriva
Y encontrar lo que tanto se
buscaba
Desde esta
atalaya la muerte pierde parte del miedo con el que se la contempla. Es la
vuelta a la madre, al periodo sin preocupaciones, al resguardo y al calor. Es
poder descansar definitivamente en los brazos eternos, pues la fe total que
colocamos en los brazos de nuestra madre al nacer lo traspasamos al dios del
amor. Goethe decía que el ser humano necesita cada día más luz, mientras que
para Unamuno nuestra necesidad era de más calor, pues no se muere por la
oscuridad sino por el frío. No moriremos nunca mecidos en el regazo del calor
eterno pues la resurrección no es mera inmortalidad sino la total comunión con
Dios después de la muerte.
Theilard de Chardin
da un paso más cuando contempla al mismo Dios cortando las lianas que nos unen
a las personas con el mundo creado. No somos nosotros sino el propio Dios el
que busca y aflora ese encuentro. Por eso reza. " Dios mío, hazme
comprender (en el momento de mi muerte) que eres tú el que estás pariendo las
fibras de mi ser para penetrar en lo profundo de mi sustancia y llevarme al
interior de tu persona" Entonces la muerte ya no podrá hacemos daño, pues
se habrá convertido para mí en el cuerpo de El que es y del que vendrá dice el
propio Theilard enseñándonos a pensar como él.
3.- El alimento materno
Vida y muerte están ligadas a la necesidad de alimento pues
cuando éste desaparece, el corazón deja de latir. Esta condición inexorable de
comida en nuestras vidas convierte a la lactancia materna en un símil perfecto
para aplicarle a Dios, pues a diferencia de otros animales el cachorro humano
nace totalmente indefenso y necesita del cuidado de su madre o de otra persona
para sobrevivir. El símil mantiene la distancia entre la pequeñez de la
criatura y la grandeza de su Creador y se acentúa la necesidad de mano divina
para mantener el soplo de la vida.
La teología
cristiana siempre ha enfatizado este alimento, pero colocando el acento en el
plano espiritual. La palabra de Dios y
su ley eran para los fieles el sustento del alma. Era en los encuentros de la
oración y del diálogo donde el cristiano recibía la comida que su alma iba
reclamando. A los poco avezados, a los neófitos espirituales, Dios les iba dando,
gota a gota, la leche necesaria para crecer en el camino espiritual. Una leche
que sabe dulce al paladar del que sufre aridez espiritual y que aflora cuando
no la disfruta. "Si alguno tiene sed que venga a mi" (Jn 7,37) dice
Jesucristo en el Evangelio de Juan. Santa Teresa en el Camino de Perfección XXXI imagina su alma como la del niño que
mama. Es el propio Jesús el que hace de nodriza, una nodriza que sin que el
niño paladee le echa la leche, gota a gota, en la boca "para
regalarle" dice la santa.
San Agustín en Las confesiones expresa su dependencia de Dios con estas mismas
palabras: "¿Qué soy sino una criatura amamantada con tu leche y alimentada
con la comida que nunca perece?". El cuerpo de Jesús en la eucaristía se
hace pan partido y entregado asumiendo una doble faceta alimentarla: la
material del pan y la espiritual de su entrega a los fieles.
En el Nuevo Testamento, junto al alimento de la
primera fase de la vida se hace alusión a la necesidad de una nutrición sólida
en momentos posteriores, en las etapas de la madurez. San Pablo a los fieles de
Corinto los considera poco avezados en el mundo religioso de aquí que en su
evangelización les dice: "Os di a beber leche y no alimento sólido, pues
todavía no lo podías soportar" ICor 3,2. Una y otra comida hacen alusión a
la palabra de Dios que Pablo transmite. Palabra que para el cristiano no se
reduce a la facultad de pronunciar ideas sino que va acompañada de actos
puntuales.
Creo,
Que un hombre honrado
Cuando nos da su pan
Tiene a Cristo entre los dedos
(León Felipe)
Unos
versos en los que el poeta identifica la eucaristía con el compartir. El pan
del altar se hace uno con la hogaza de la caridad.
Toda persona que
ha dado de mamar a un niño puede trasponer sus sensaciones a Dios. El Creador
que se vacía en aras de otro. Es el momento de la gratuidad total pues en los
primeros días ni siquiera hay la posibilidad de obtener una sonrisa. Son
instantes en los que la madre se anula a sí misma, no piensa en la falta de
sueño, ni en el cansancio sino en la suerte del hijo que pende de su pecho. La
madre alimenta al hijo para que viva, para que sea independiente, para que la
abandone llegado el momento y forme su propio hogar. Pocas imágenes más
atractivas para aplicar a Dios.
El
cristianismo, además, tiene como oración básica el Padrenuestro. Una plegaria
en la que se pide a Dios que nos conceda el pan diario. En este caso se habla
del alimento que necesita el cuerpo y se le pide a Dios, como las diosas de la
fertilidad, que las tierras fructifiquen. Estamos haciendo alusión a lo que la
teología tradicional llamaba la creación continua: el mundo creado se desvanece
si Dios no lo mantiene en vida.
El ser humano
imagen de Dios y la imposibilidad de actuación divina que de otro modo que no
sea inspirando a las personas, nos obliga a prestar especial atención a todos
aquellos que están faltos de lo necesario. El pan se convierte en un símil de
necesidad "no sólo de pan vive el hombre" y los cristianos tenemos
que hacer realidad la maternidad divina que proclamamos. Serán entonces
nuestros brazos, nuestras caricias y nuestros alimentos el vehículo de
transparencia de la Madre divina.
La teoría
de la ternura
Toda la
psicología moderna enfatiza la importancia de la ternura tutelar en los
primeros años de vida del ser humano, una ternura que se conoce con el nombre
de la cuna del ser, cuna de la subjetividad. Una labor que está
fundamentalmente en manos de las madres y que permiten que crezca la autoestima
y la confianza del niño. El acceso a Dios puede estar mediado por esta
experiencia primaria.
Son muchas las
horas que pasan juntos las madres con los hijos: alimento, vestido, aseo,
enseñanza.. son funciones que les unen y que van dejando en el niño la
sensación de que su madre puede colmarle todos sus deseos. Esa seguridad que
proyecta la madre le hace fuerte a pesar de su debilidad. Se sabe querido,
protegido dentro de unos brazos cálidos, besado una y mil veces por unos labios
dulces. De noche se despierta y pide agua pero realmente lo que quiere es
presencia para sentirse seguro en medio de su pesadilla.
El niño tiene la
lágrima fácil. Alejado del regazo materno descubre su precariedad y tiene miedo
a peligros reales o imaginados. Vuelve corriendo al regazo materno donde
encontrar consuelo a sus penas. Imágenes todas fácilmente extrapolables a la
vida del cristiano con Dios. Muchas veces buscarnos el regazo de Dios para
colocar nuestra frente dolorida y recabar consuelo. "Como uno a quién su
madre consuela así yo os consolaré" dice el propio Dios en Isaías
66,12-13.
En ese contacto
diario con la madre el hijo ha ido adquiriendo la certeza de que su madre está
siempre dispuesta a ayudarle si la necesita. Es una experiencia personal pero
también le basta mirar a su entorno y ver a madres a las puestas de las
cárceles, junto a las cabeceras de hijos que mueren por enfermedad o por
drogas, en las Plazas de Mayo de la historia pidiendo justicia para los suyos.
Adquieren la conciencia de la fidelidad inquebrantable de la madre que aplicada
a Dios se multiplica por infinito. "Si mi padre y mi madre me abandonan
Yahveh me acogerá" dice el salmo 27.
Son intuiciones
que hacen perder el miedo a Dios y que en la noche oscura del alma proyectan la
idea de que Dios camina a nuestro lado aunque su presencia no se advierta. La
mejor receta nos la suministra San Juan de la Cruz.
Quédeme y olvídeme
El rostro recliné sobre el
Amado
Dejando mi cuidado
Entre azucenas olvidado.
El Dios
inmanente
Desde los
principios del cristianismo el dualismo griego se introdujo en el pensamiento
haciendo que todo lo referente a las necesidades del cuerpo se despreciara.
Había que cortar todo aquello que nos relacionaba con la materia para primar la
parte espiritual. Las doctrinas ascéticas vienen de estas consideraciones, pues
privarse de comida, bebida, sueño, ropa, sexo... hacían a la persona más
espiritual y por lo tanto más cercana a Dios. En el otro extremo, el horror a
que el ser de Dios se contaminara con la materia le fue alejando de la tierra
primando su aspecto trascendente.
Si decimos que
Dios se parece a nosotras y dentro del género humano los varones son
considerados con mayor excelencia por ser más espirituales y racionales,
nuestra afirmación afecta a la trascendencia divina. Siendo consecuentes, el
hecho de pensar a Dios en femenino introduce todo un factor de inmanencia en su
descripción. Deja de ser un ente alejado y pasa a estar profundamente anclado
en la realidad. Una filósofa francesa lo llama el trascendental sensible y
muchas mujeres teólogas lo vemos formando parte del cosmos, dinamizando en su
interior la masa inerte. Dios, entonces, no habita en el cielo, sino en el
centro cálido de cada ser y todo ello al estilo agustiniano, que ve a Dios como
lo más intimo de la persona, interior
intimo meo. Entonces damos un paso
más proclamando que sólo podemos contemplar lo divino en lo humano y que toda
la secularidad es sagrada.
Sin consideramos
más materia que los varones de hecho nuestro trabajo a lo largo de los siglos
ha consistido en cuidar a los cuerpos. Por ello no nos asusta primar la
inmanencia de Dios, ni que su concepción materna le involucre en gestar, parir,
nutrir al cosmos. No nos asusta que Dios “se contamine" con el mundo material
y postulamos el uso de los cinco sentidos para hablar de Dios y con Dios. Hasta
ahora sólo hemos utilizado la vista y el oído que tienen un carácter más
intelectual y están mejor considerados. Decimos que el hombre está a la escucha
de la Palabra y se habla del futuro de los bienaventurados, como gozando de la
visión beatífica. Nunca olemos - oler tiene muy mala prensa pues mientras no se
le añada un adjetivo es indicativo de suciedad- gustamos o tocamos a Dios o nos
dejamos tocar por El.
No es indiferente
que nuestro pensamiento haya seguido esos derroteros. La ascética nos ha impedido gozar del mundo
creado y gustar de Dios de forma que los cristianos vayamos con la sonrisa por
la vida. El tacto, considerado peligroso por sus connotaciones sexuales, se nos
ha prohibido, impidiendo su lenguaje mucho más tierno y cercano que las
palabras. ¡A las mujeres cuantos hombres de Dios nos han negado el beso o la
mano! Todavía hoy, hay órdenes religiosas que tienen prohibido besar y eso que
algunas se ocupan de enfermos ¿Cómo se puede atender a una persona necesitada
prescindiendo de la ternura que lleva involucrada la caricia? Por otro lado, el
olfato nos llevaría fácilmente el encuentro con Dios pues su presencia se
densifica en los lugares con poca agua y mucha basura.
Podemos orar con el poeta a ese dios que se nos hizo trascendente para
que se acerque. ¿Por qué no te oigo?
¿Por qué no te veo?
¿Por qué no me hablas?
¿Por qué no te siento?
José Bergamín.
No será que
estamos buscando a Dios en el cielo inconscientes de que tenemos su presencia
al alcance de la mano y no acertamos a verla.
1- El Dios imnanente sufre.
Un Dios que se
parece a nosotras sufre con su creación. La madre lo realiza pronto en el mismo
acto de traer el fruto de su vientre a la vida, en los dolores de parto.
Dolores que pronto se olvidan cuando el niño descansa en nuestros brazos. Pero
no es sólo el dolor físico sino el moral el que acecha a la maternidad. ¿Qué
madre no tiene el corazón partido cuando ve a uno de sus hijos sufrir?
Precisamente es en la capacidad de dolor donde se mide la capacidad de amar. Si
Dios es incapaz de sufrir es más pobre en sus sentimientos que los seres
humanos que sabemos las dos cosas: amar y penar. O renunciamos a definir a Dios
como amor o tenemos que aceptar que sufra con nosotros y por nosotros.
Es una
conclusión a la que se llega más por intuición femenina y mística que por fríos
análisis racionales. Desgraciadamente en nuestra descripción de Dios la palabra
de los filósofos se llevó la palma a pesar de que Jesucristo y el mismo AT
soplaban otros vientos. En el AT Dios hizo suyo el llanto de Raquel que lloraba
por sus hijos Jer 31, 15-20; en contextos de guerra padeció la suerte que
sufría el pueblo elegido Jer 48, 31,36 y la propia historia de la salvación
comienza cuando Dios se entristece al ver la suerte de pueblo esclavo en
Egipto.
Si todo el
sufrimiento en el cosmos Dios lo comparte también la degradación de la
condición femenina. Muchas mujeres son las más pobres de los pobres, violadas,
y maltratadas por las personas con las que conviven se convierten en nuevos
Ecce Horno. No sólo en la maternidad sino también en el envilecimiento y el
desprecio somos imagen de Dios. Esta vez en la cruz.
Si llevamos estas
ideas hasta el fin tenemos que afirmar que buscamos consuelo en Dios pero nunca
pensamos que también su persona necesita ser consolada. Consuelo en obras que
mitiguen el dolor de sus criaturas, y consuelo en palabras cuando nos
relacionamos con El. Eso es la amistad: compartir alegrías y sufrimientos.
2- El Dios imnanente es débil
Un Dios que se parece a nosotras no tiene poder, pues
tradicionalmente las mujeres no lo hemos detentado. Nuestro Dios débil no pasa
por el escándalo de un ser todopoderoso que no hace nada por terminar el
sufrimiento del mundo que ha creado. Muchas mujeres se han liberado de la
proyecciones infantiles sobre la omnipotencia de Dios conscientes de que
nuestro credo no se basa en las acciones de un salvador victorioso sino fracasado.
El misterio del Dios amor que quiere compartir la vida de los seres humanos es
un misterio de debilidad que la historia ha demostrado puede ser mejor que la
fuerza. Desde una concepción divina de este tipo es más factible la búsqueda de
métodos menos arrogantes y más humildes de evangelización.
Un teólogo
procesal, Whitehead, nos alerta sobre el hecho de haber olvidado que nuestra
religión tiene su base en le cruz. Sus palabras reflejan lo que debe ser
nuestro credo. "El cristianismo no enfatiza al cesar gobernante, o al
implacable moralista o al inamovible principio del movimiento. Se apoya en los
elementos tiernos del mundo, que despacio y sin ruido operan mediante el amor;
y encuentran sentido en presente inmediatez de un reino que no es de este
mundo. El amor no gobierna y no permanece inmutable; a su vez tiende a ser
olvidadizo de la moral. No mira al futuro sino que tiene su recompensa en el
presente inmediato.
Junto a las
metáforas que nos hablan de Dios como roca, fortaleza, rey, montaña...
ofrecemos otras como nube, tienda, camino, agua. Con ellas nos acercarnos a la
vulnerabilidad de Dios, al riesgo que asumió al creamos de fracaso y de
abandono. Un riesgo que hoy sabemos se convirtió en realidad cuando muchas
personas niegan conocerle, incluso niegan su existencia. "Estoy a la
puerta y llamo" es la lógica del amor a que no obliga. El poder de Dios no
está en El sino en hacemos libres a nosotros de abrir esa puerta que nos lleva
a la plenitud. Su convite es de amor persuasivo pero sin coaccionar.
Esta
autohumillación de Dios en la impotencia es la que hace posible tanto la
libertad humana como la reciprocidad en la relación que Dios establece con los
seres humanos. Ésta se haría prácticamente imposible desde una figura divina
que no estuviera dispuesta a bajar mil escalones para ponerse cerca de su
criatura. Este esquema debe servir de ejemplo a la Iglesia, limitándose en su
poder, para dejar espacio de diálogo a los cristianos y al os que no lo son.
El sufrimiento y
la debilidad van acompañados de su pasión por la justicia y de una justa ira
cuando ve los derechos humanos pisoteados. Ese enfado genera toda una serie de
acciones encaminadas a mejorar lo que no es justo. A las mujeres se nos ha
educado a suprimir nuestra ira, a ser pacientes y a soportarlo todo, pero si
queremos ser imágenes de Dios tenemos que salir al paso de las situaciones
inmorales. Esa ira de Dios por el mal que sufren sus hijos es la mejor
comprensión del pecado. No es la ofensa
al Creador sino el mal trato que damos a sus criaturas donde está la
negatividad.
La sabiduría de Dios
Hasta ahora hemos hecho un recorrido por imágenes femeninas
para Dios que se conformaban con los patrones clásicos. La mujer en casa al
cuidado de los hijos y el marido, refugio caliente y brazos amorosos para unos
y otros. Entramos en un siglo en el que el porcentaje de mujeres que trabaja
fuera del hogar es numeroso y muchas familias no verán a Dios reflejado e estas
metáforas que no se corresponden con lo que pasa en su casa.
Por eso, es bueno sacar a relucir otros
textos de un Dios en femenino que sigue un comportamiento menos clásico. Tienen
el valor añadido de demostrar que los estereotipos culturales no son rígidos y
que todos los seres humanos pueden adoptar actitudes maternas o ser dirigentes
de la comunidad con independencia de su sexo. Hoy muchas matronas son varones y
muchas mujeres son ministros.
Hay unos textos
en el AT que encajan en estas ideas. Son todos los que hacen referencia a la
sabiduría personificada de Dios que se disfraza de mujer. Con ello siguen una
tradición de esta zona que relaciona sabiduría con el mundo femenino. Pitonisas, profetisas, brujas... muchas
civilizaciones han tenido la intuición de que las mujeres tenían más capacidad
de llegar a los arcanos del saber. Incluso muchas diosas eran titulares de la
sabiduría siendo una de las más conocidas en esa faceta Maat en Egipto. En el
libro de los Proverbios, una mujer, que personifica a Dios, nos invita a entrar
en la casa que se ha construido ella misma y en la que ha preparado un gran
banquete. Es mujer rica puesto que tiene sirvientes a los que manda con las
invitaciones y, sin embargo, faena ella misma dedicando tiempo y esmero en los
preparativos. No quiere dejar ningún cabo suelto y sabe que su interés es mayor
que el de sus asalariados. Sorprende el llamamiento que hace pues convoca a su
mesa a los simples e incluso a los faltos de juicio. Hay urgencia en sus
palabras y para hacerlo ver emplea el imperativo: "¡Ven! Come mi comida,
bebe mi vino!". Para convencer a los futuros comensales la oferta va unida
a una promesa: "viviréis los que comáis".
Junto a estas imágenes que siguen el estereotipo de las
actitudes femeninas: mujer en casa, preparando la comida, invitando al banquete.
...nos encontrarnos que esta misma persona actúa en otros textos de forma muy
diversa. Su interés por los seres humanos es tal que teme no ser escuchada
dentro de los límites del hogar con lo que sale a los caminos, se coloca en el
cruce de las carreteras, sin temor a perder su reputación pues sólo las mujeres
de vida pública se comportaban de esta forma. Dios no hurta esfuerzos, ni le
importa el que dirán si con su actuación consigue el amor de los seres humanos.
Pero no sólo sorprende el sitio que utiliza para darse a
conocer, sino que también sorprenden sus palabras. "A vosotros, hombres, os llamo, para los
hijos de hombre es mi voz. ...Escuchad voy a decir cosas importantes y es recto
cuanto sale de mis labios. ...Yo soy la inteligencia, mía es la fuerza. Por mí
los reyes reinan y los magistrados administran la justicia” Prov. 8. La
sabiduría en forma de mujer le está prestando a Dios su palabra, su
inteligencia, su presencia. ...para encaminar a los hombres por la senda
adecuada. ¡Qué distinta imagen de las prohibiciones de Pablo de hablar las
mujeres en las asambleas!
La importancia de estos textos es doble pues se le aplican a
Jesucristo en el prólogo del evangelio de San Juan. Jesús sale a los caminos y
nos da de beber y comer su propia carne garantizando vida eterna a sus
comensales. Un Jesús al que tachan de afeminado quizás porque no hay constancia
de su matrimonio pero también porque se declara a si mismo "manso y
humilde de corazón" (Mt 11,29) porque muestra cariño con los niños, llora
ante el sufrimiento ajeno, consuela y exhorta a las mujeres y habla de si mismo
como de una gallina que ha querido recoger a los polluelos de Israel bajo sus
alas y no han querido. Frente a estas imágenes también hay otras que nos hablan
de su faceta materna: es el grano de trigo que cae en tierra y muere para dar a
luz, es la viña que alimenta con su savia a los sarmientos, es el pan repartido
y entregado. Un comportamiento que le alejaba de los varones de su época.
En la Edad Media se retomaron estas ideas con mucha fuerza
componiendo toda una tradición de Jesús madre que como dice un diccionario de
espiritualidad francés, "a muchos teólogos hace temblar". Un temblor por el que espero no pasen los que
escuchan o leen estas palabras.
El Dios amor y el Cantar de
los Cantares
Quiero antes de terminar hacer un breve apunte que sugiera una
nueva metáfora para hablar de Dios y que tiene relación con el Cantar de los
Catares. En esta colección de cantos con los que se celebraban las bodas en
Israel se ha visto con mucho acierto reflejado el amor de Dios por su pueblo.
Lo negativo ha sido que en el matrimonio patriarcal la figura del esposo tenía
necesariamente que servir para reflejar a Dios pues la mujer no tenía la
suficiente dignidad. La esposa era la que encarnaba un comportamiento
perennemente infiel que caracteriza a los seres humanos.
Me gusta más imaginar que la pareja refleja también el amor
interno de Dios, el amor que se profesan las personas de la Trinidad y que nos
sirven de modelo de amor a los hombres. En los cantos es difícil precisar
cuando hablan él o ella pues ambos celebran el deleite de la compañía mutua, la
donación absoluta de sus personas y la igualdad en su relación. La naturaleza
que les rodea también goza y exulta de ver el amor de la pareja. Son sujetos
libres y autónomos que deciden con plena responsabilidad unirse en una alianza
eterna. Cualquiera de las personas de la Trinidad se puede simbolizar con la
mujer igual que tradicionalmente se ha hecho con el varón. Son imágenes que
reflejan de Dios las dos caras de un ser que como Jano tiene dos lados, en
nuestro caso uno femenino y otro masculino de tal manera que ninguno desmerece
del otro.
Es la forma de terminar con los dualismos y poder descubrir
nuestra imagen dual, de varón y mujer, en su persona. Esa unión nos permite
encontrar las motivaciones que le llevan a Dios a obrar, a seguir un
comportamiento muchas veces incomprensible. Pues su cara de varón se regirá,
siguiendo el estereotipo, cultural por la razón y la lógica mientras que el
rostro femenino cogerá la senda del sentimiento. Y es que como decía Pascal: "L'amour a des raisons que la
raison ne connait pas". (El amor tiene razones que la
razón es incapaz de comprender).
Los
detractores
En principio tanto los sectores tradicionales como los
liberales son conscientes de que muchas cosas tienen que cambiar en la Iglesia
Católica con respecto a las mujeres. Las imágenes de Dios como madre han tenido
éxito en cuanto que contentaban a los dos bandos. A los más conservadores
puesto que apuntalaba la figura de la mujer madre, de la mujer en casa al
cuidado del marido y los hijos. A los más progresistas en cuanto que lo veían
como un paso en una buena dirección que exigiría dar muchos más en ese sentido.
Con todo ha habido críticas y es bueno conocerlas. Hay
personas que no consideran lícito introducir palabras nuevas para hablar de
Dios si éstas no aparecen en la Biblia. Si además son femeninas piensan que
oscurecen la kénosis divina, el gran salto del poder a la fragilidad humana, un
salto que pasaría desapercibido en femenino pues en las mujeres no somos
capaces de ver poder.
Pero lo que más recelo produce es hablar de un Dios inmanente.
Hay miedo de volver a la Diosa Gaia, y a las Grandes Diosas Madres, un concepto
del que se separó el pueblo de Israel pues en sus relatos creacionales lo que
quiso fue enfatizar la trascendencia divina. Se habla de retroceso en este
pensar e imaginar a Dios pues el Dios matriz es la vuelta a concepciones menos
personales y más arcaicas. Para mí, en la medida que la materia ha perdido su
carácter negativo nada hay de malo en que Dios le infunda vida desde dentro.
Pienso, a su vez, que la consideración de que un Dios matriz es menos personal
es hija de la vieja teoría que nos concibe a las mujeres como útero y pechos,
desprovistas de cabeza.
Será el tiempo el que determine si nuestra oferta el válida y
enriquece nuestras imágenes de Dios. Cada persona decidirá de momento por sí
misma.
A modo de conclusión
De cualquier manera muchas cosas tienen que cambiar. Si Dios
se parece a nosotras tendrán que declararse santas a más mujeres, pues su vida
habrá reflejado la del Creador. De momento sólo representamos el 25% de los
santos declarados oficialmente por la Iglesia. Incluso si la maternidad es un
espejo de Dios, algunas de esas santas tendrán que ser mujeres casadas, ya que
al día de hoy la mayoría de las canonizaciones femeninas corresponden a
religiosas. También tiene que cambiar el leccionario y la liturgia, pues el
porcentaje de varones que celebramos es muy superior al femenino-
A lo largo de los siglos hemos traído vida al mundo, hemos
dado de beber, y de comer, hemos vestido.... El programa de vida que Jesucristo
presentó a sus seguidores para alcanzar el reino. El sentimiento, la ternura,
la cercanía han formado parte de nuestra actuación pero son valores universales
que se deben impulsar. Estamos en un momento histórico en el que las mujeres
nos sentimos llamadas a compaginar la maternidad y el cuidado del hogar con
otros quehaceres que nos alejan de nuestras casas. Para que esto sea posible y
no se resientan los hijos y las personas mayores a nuestro cargo, pedimos a los
varones que nos ayuden en esas cargas que antes eran sólo nuestras. Pensamos
que el lavatorio de los pies supuso un convite a seguir ese ejemplo a todos los
cristianos con independencia de su sexo...
Tras muchos años de recorte, las mujeres sabemos que podemos
ser iconos de Dios y no sólo en las características que se corresponden con la
presunta feminidad, sino que queremos transparentar a dios en la administración
del mundo, en su inteligencia, en su creatividad, en su relación con otros
seres... Todos los seres humanos podemos ser iconos de Dios en todas sus
facultades. Esa imagen en la que fuimos creados
se hace flexible y vuelve al donante pues las personas que hemos recibido ese
don, nos convertimos en metáfora de lo divino. Es un descubrimiento reciente
para las mujeres que queremos compartir con todo el mundo pues nos llena de
satisfacción y de legítimo orgullo.
Si somos capaces de ver a Dios en una imagen dual de varón y
de mujer, crecerá nuestra estima por su ser, pues hay riqueza en el Dios
masculino, pero pobreza si no se complementa con el femenino. Por un lado, será
la exigencia que nos empuja a superamos cada día y por otro la certeza de que
nuestro hacer va acompañado de una música de fondo, de una nana que promete
mecer en el regazo, que habla de cercanía, aporta consuelo y anuncia un final
feliz. El que nos convoca a la trascendencia y a la libertad nos nutre, nos
cobija y responde con ternura a las caídas en el camino. Si tomamos el riesgo
de la aventura, el Dios femenino nos asegura que está con nosotros, pase lo que
pase.
No
es fácil hablar de Dios y siempre hay que hacerlo con respeto y conciencia de
la enorme diferencia con los hombres. Platón en el Timeo decía que
"descubrir al hacedor y padre de este mundo es una ardua tarea; y cuando
lo habéis encontrado es imposible hablar de él ante el pueblo"(28c9).
Nuestra oferta es modesta y sacada de la vida, pero pienso que ofrece una
imagen de Dios nueva y atractiva, que al ser menos racionalista y más
experiencial, se hace más fácil de captar por las personas. Por eso pienso que
esta oferta merece la pena, y me pregunto cual ha sido nuestra ceguera que nos
ha impedido describir a Dios en estos términos antes.
Por Isabel Gómez-Acebo
Licenciada en Ciencias Políticas, a los 40 años decide estudiar Teología en la Universidad de Comillas, donde actualmente es profesora
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