Aunque en las Escrituras y en la teología predominan los
aspectos masculinos, también se encuentran aspectos femeninos y maternales.
Así, no solamente podemos encontrar a Dios como Padre fuerte, sino también como
Madre compasiva, consoladora y protectora, que revela fuerza, pero también
creatividad, equilibrio y belleza. Son huellas ligeras pero que demuestran que
a pesar de la fuerza del entorno social androcéntrico hay algo arraigado en el
fondo del ser humano que le lleva a hablar de la madre y de sus
características, enfocándolos en su imagen de Dios. El problema reside en el
hecho que no tenemos un texto que claramente nos muestre esa imagen femenina y
maternal de Dios, sino que es una imagen escondida, camuflada, quizás menos
sutil en Isaías, que se ha de estudiar en contexto viendo diferentes textos. De
ahí que en vez de un texto, mostraré diversas muestras de esa imagen de Dios
mediante textos bíblicos más o menos representativos.
En el AT para referirse a Dios, existen unos “núcleos” semánticos
que abren el acceso a la realidad femenina del misterio de Dios. Una de las
expresiones usadas con frecuencia es “rachami”, palabra que describe la
clemencia, la misericordia. La raíz de la palabra es “rechem”, que
significa el útero materno. Las “rachamin” se refieren a aquel lugar del
cuerpo de una mujer en donde el niño es concebido, nutrido, protegido, donde
crece y después es dado a luz. La palabra compara el amor de Dios con el de una
madre: “¿Se
olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de
su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti.” (Is 49, 15) o al afirmar “¿No es Efraín hijo precioso para mí? ¿no
es niño en quien me deleito? pues desde que hablé de él, me he acordado de él
constantemente. Por eso mis entrañas se conmovieron por él; ciertamente tendré
de él misericordia, dice Jehová.” (Jer 31, 20); como en “Desde
el siglo he callado, he guardado silencio, y me he detenido; daré voces como la
que está de parto; asolaré y devoraré juntamente” (Is 42, 14).
Donde el vínculo tan estrecho que se
produce entre madre e hijo, en esta circunstancia, es signo de cómo Dios ama a
su pueblo pese a todo.
Vemos
en el símil del parto como Yahvé concibe en sus entrañas de madre. Los textos
están describiendo una forma de amar que hunde sus raíces en la forma de querer
que una buena madre tiene hacia el hijo que lleva en sus entrañas. De hecho
ambas expresiones están relacionadas con la palabra que traducimos por útero
materno y comparten la misma raíz: Dios ama con un amor entrañable,
misericordioso, compasivo, «Él [es] amor entrañable» (Sal 78,38). Son imágenes
escandalosas de un Dios preñado de su pueblo (Is 43,4-6) y de una serie de
fenómenos de la naturaleza: “¿Tiene
la lluvia padre?,¿O quién engendró las gotas del rocío?¿De qué vientre salió el
hielo? Y la escarcha del cielo, ¿quién la engendró?” (Job
38,28-29) lo que nos hermana a todos los seres creados en el útero divino. De
este origen nacen una serie de imágenes que hablan de no abandono, de ira
aplacada, de dolor por el pueblo que se relaciona con los dolores del parto,
dolores de los que Yahvé no está exento (Is 42,13-15). Dolor por el hijo que
nace y dolor por el hijo que sufre a lo largo de toda la vida. Ese sufrimiento
le hace ser especialmente cercano a todos los que padecen por eso el mismo
profeta nos habla de que Dios se compadece como la mejor madre de sus hijos (Is
49, 14-16) a la par que los consuela “como
a uno a quién su madre le consuela, así yo os consolaré” (Is 66, 12 -13). Este
amor invencible, que evoca la intimidad misteriosa de la maternidad, se muestra
de modos distintos en la Biblia hebrea. Aparece como protección, salvación en
los peligros, perdón para los pecados, como principio de fidelidad, manteniendo
las promesas e impulsando a la esperanza, a pesar de nuestras infidelidades.
Encontramos estas imágenes femeninas y maternales en la “hesed”
de Dios, la clemencia profunda, la fidelidad para las personas, a pesar de
sus infidelidades y pecados, viene del corazón maternal de Dios, de sus “rachamin”. En una descripción llena de
ternura Dios se ocupa del océano que acaba de contener dándole “las nubes por toquilla y los densos nublados
por pañales” (Job 38,9). Mientras que para Adán y Eva nacidos a una nueva
vida cose túnicas de piel para vestirlos: “ Y
Jehová Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de pieles, y los vistió.” (Gén 3,21),
donde usa la palabra túnicas de piel (kotnot
`or). Las túnicas son de piel y no las frágiles vestiduras que se habían
hecho el hombre y la mujer (Gén 3, 7). Esta nueva piel los prepara para una
nueva existencia. Este versículo pone de relieve la ternura de Dios y, al mismo
tiempo, introduce una nota de esperanza: aunque el hombre haya caído y
traicionado, Dios sigue preocupándose del ser humano, como muestra que hará a
lo largo de toda la Biblia con el pueblo elegido. Aparece la solicitud amorosa
de Dios.
La fe de Israel es dirigida a este Dios como al útero de
su madre. Llama y pide protección amorosa, con palabras que hacen sentir y
experimentar a Dios de modo materno: “Mira
desde el cielo, y contempla desde tu santa y gloriosa morada. ¿Dónde está tu
celo, y tu poder, la conmoción de tus entrañas y tus piedades para conmigo? ¿Se
han estrechado?” (Is 63, 15). Una maravillosa metáfora para hablar del
cuidado de Dios por los suyos: “¿Acaso
olvida una mujer a su niño de pecho? Pues si ellas llegaran a olvidar yo no te olvido”
(Is 49,15). ¿Qué amor más intenso como imagen de comparación que el de una
madre?.
Nos encontramos luego el término “ruach” que también es evocativo. Significa
“viento”, “espíritu” o “respiración de vida”. Pero cuando lo leemos en el
relato de la creación (Gn 1, 2), cuando la “ruach” se mueve sobre la
tierra, evoca la presencia de una Madre Grande que da a luz la creación a
partir de su útero generoso y amoroso. Este mismo Espíritu aparece como “ruach”, madre de vida, y como aquello
que da respiración de vida a todo lo que existe. Además de crear a su imagen a
hombre y mujer!!. (Gn 1, 26-27).
Otra expresión femenina y significativa en el AT es la Sabiduría
(hochmach), descrita como “la hija de Dios”. Con ella Dios crea y realiza
su trabajo de dar vida. En Pro 8, 24-32: “Antes
de los abismos fui engendrada; Antes que fuesen las fuentes de las muchas
aguas. 25 Antes que los montes fuesen formados, Antes de los
collados, ya había sido yo engendrada; 26 No había aún hecho la
tierra, ni los campos, Ni el principio del polvo del mundo. 27 Cuando
formaba los cielos, allí estaba yo; Cuando trazaba el círculo sobre la faz del
abismo; 28 Cuando afirmaba los cielos arriba,Cuando afirmaba
las fuentes del abismo; 29 Cuando ponía al mar su estatuto,
Para que las aguas no traspasasen su mandamiento; Cuando establecía los
fundamentos de la tierra, 30 Con
él estaba yo ordenándolo todo, Y era su delicia de día en día, Teniendo solaz
delante de él en todo tiempo. 31 Me
regocijo en la parte habitable de su tierra; Y mis delicias son con los hijos
de los hombres. 32 Ahora, pues, hijos, oídme, Y bienaventurados
los que guardan mis caminos“, la
Sabiduría es imaginada como una madre que transmite sabiduría a sus hijos. El autor del libro de la Sabiduría la retrata
como una presencia femenina en la historia de la salvación. Ella era compañera
y guía. Ayudó a los humanos en dificultades y peligros. Pasó con ellos el Mar
Rojo. “Abrió la boca de los mudos y soltó
la lengua de los pequeñuelos” (Sb 10,21) de forma que pudieran alabar a
Yahvé. Aquí se describe un “tipo femenino” de presencia y actividad de Dios. El
tema aparece también en el Eclesiástés 24 pero sin salirse esta vez de lo
típicamente femenino. Un Dios-mujer que coloca su tienda entre los hombres y
planta un maravilloso jardín lleno de árboles frutales. El Dios Ella no prohíbe
sus frutos e invita a entrar en la casa donde ha preparado un magnífico festín
personalmente. El convite resuena con fuerza: “¡Ven! ¡Come mi comida y bebe mi vino!” Por si no bastara el
alimento añade una promesa. “Viviréis los
que comáis”
En este punto, y como conclusión, creo que es interesante comparar el
relato de la creación del Génesis, con la descripción de la actividad creadora de
la Sabiduría (Sab 7-8, donde destaca Sab 7, 12: “Y yo me regocijé con todos estos bienes porque la Sabiduría los trae,
aunque ignoraba que ella fuese su madre). En el Génesis, Dios forma “lugares” y crea formas de
vida. Él ve desde fuera y está satisfecho. Es una imagen masculina. En el libro de la Sabiduría vemos
la creación como un proceso continuo de “ordenar”, moldeando, inspirando, sosteniendo,
cambiando desde dentro. Este trabajo ingente sólo puede ser captado
correctamente desde ese punto de vista, por alguien que vive y siente con la
Sabiduría, en femenino.
Nacho Padró
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