Para responde adecuadamente
a la pregunta deberíamos primero ver cual es la imagen de Dios en la Biblia
(AT) para poder ver la aportación que hacen y cuantos de estos rasgos
característicos ayudarán y complementaran la aportación de la compresión de
Diosl. Así empecemos con el pueblo de Israel:
La comprensión de Dios en el Pueblo de Israel
Cuando Israel habla de Dios
no lo hace reflexionando sobre su naturaleza, sino que nos ofrece sus
experiencias concretas, sus vivencias profundas. El pueblo tiene conciencia de
que ha descubierto a Dios a través de su vida cotidiana, de sus luchas,
fracasos y triunfos. Es en esa historia concreta de los hombres donde,
trabajosamente, el pueblo va intuyendo el verdadero rostro de Dios. Unas veces
acertadamente, otras atribuyéndole rasgos que después tendrá que ir
abandonando como inadecuados, en la medida en que vaya conociendo más a ese
Dios que se les revela en su historia como un Dios que salva (en un primer
momento a ellos solos, mientras que destruye al enemigo).
Israel recorre un largo
proceso no sólo en el descubrimiento del rostro de su Dios, sino en el
reconocimiento de que Yahvé, su Dios, es el único Dios. El pueblo hace estos
descubrimientos ayudado por los profetas, que le van enseñando a leer la
historia desde la fe y a reconocer las acciones salvadoras de Dios.
La más antigua profesión de
la fe de Israel parece ser Dt 26,5-10, texto que recoge el núcleo central de su
fe. En ella, se recapitulan los datos principales de su historia
(opresión-liberación‑conquista), reconocida como historia de salvación. Es
ésta una de las características más destacadas y originales de la fe de Israel
en relación con la fe de los pueblos vecinos: su fe tiene su origen en lo
histórico y no en lo mítico, su Dios no es el Dios de la naturaleza con el
que hay que comunicarse a través de ritos mágicos, sino el Dios de la historia
que se revela en lo cotidiano.
Hoy nadie pone en duda lo
original de la fe de Israel al ser
los primeros en descubrir el significado de la historia como epifanía de Dios.
Una epifanía (revelación, manifestación) activa, eficaz, parcial, inclinada
hacia el más débil.El Dios bíblico se revela en la historia de unos hombres
oprimidos y despreciados, en sus esfuerzos y luchas por alcanzar su
liberación. (Sal 146,7‑10)
Dios llama siempre hacia
adelante en la historia. La novedad
del Dios bíblico es que entra en la historia humana, revela su
nombre, establece una alianza y ‑más aún‑ misteriosa pero realmente, es un
Dios que El mismo se hace historia,
se encarna, “pone su tienda entre los hombres" (cf. Jn 1,14) y se hace
"Dios con nosotros". La revelación de Dios en la historia, hecho
historia, es la gran verdad que enfrenta a Israel primero y a los cristianos
hoy, con su propia historia. Es ahí donde los hombres tienen que buscar los
signos de su presencia e identidad.
La tradición yahvista,
cuando en el siglo X hace la primera gran síntesis teológica, se reconoce heredera de la fe de los padres y ese
reconocimiento teológico lo expresa emparentando a Abraham, Isaac, Jacob entre
sí y reconociéndolos como sus antepasados. En la fe de los Padres, Israel
descubre el interes de Dios por el pueblo y descubre al Dios que toma la
iniciativa, que busca al pueblo. A diferencia de la religión de los pueblos
vecinos, Israel no vive la "relación" con su Dios como una conquista
por parte del pueblo, como un intento de alcanzar a su Dios o aplacarle, sino
como un pueblo que se siente interpelado a dar respuesta a una palabra que le
ha sido dada, como una elección de la que ha sido objeto. "Tú eres mi
pueblo, yo te he elegido" es una constante en toda la historia de
Israel. Esta iniciativa en la elección la remonta el pueblo a Abraham, Isaac...
(cf. Dt 7,6‑7).
Como dice Von Rad: "Israel
reconoce que los patriarcas y su clan viven "ante" Dios y
"con" Dios y se convierten así en portadores de la promesa".
Su fe está anclada en algo que está por venir: la tierra, la descendencia, y
una relación de comunión entre Dios y esta descendencia. (Gen 17,7). Sin
embargo, las promesas de Yahvé a Israel nunca se verificaron totalmente en el
presente. Los patriarcas nunca poseyeron a tierra en exclusiva; los cananeos la
habitan con ellos (Gen 12,6). Tampoco Moisés entrará en la tierra prometida.
La lectura atenta del
Antiguo Testamento nos aporta un dato repetido a través de toda la historia de
Israel; el éxodo, el paso de la
esclavitud a la libertad, fue para Israel la gran situación de revelación
de Dios. Este hecho le permitió contemplar la presencia benevolente y activa de
Dios como algo más hondo que el conjunto de los factores históricos desplegados
en aquella situación y perceptibles como un todo. En este "todo"
podía discernirse "el paso" de Dios.
El punto de partida de la
revelación de Dios a Moisés es una situación de miseria y opresión. En este
contexto, Moisés se siente llamado por Dios a actuar como profeta y como guía
para la liberación de los oprimidos. Será el hombre que "escucha" la
Palabra de Dios y lucha por hacerla verdad.
"El Señor le dijo:
He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los
opreso res, me he fijado en sus sufrimientos. Y he bajado a liberarlos de los
egipcios, a sacarlos de esta tierra para llevarlos a una tierra fértil y
espaciosa, tierra que mana leche y miel, el país de los cananeos, hititas,
amorreos, fereceos, hevaceos y jebuseos. El clamor de los israelitas ha llegado
a mi y he visto como los tiranizan los egipcios. Y ahora anda, que te envío al
Faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, a los israelitas" (Ex 3,7‑10). Este texto nos muestra a Yahvé como
aquél que conoce los sufrimientos del pueblo, se deja afectar por ellos y toma
la iniciativa para liberarlo,
Moisés será el mediador y,
junto con el pueblo, el realizador de esa liberación; pero hay un profundo
convencimiento: iYahvé es el liberador!.
Israel tiene conciencia clara de que Yahvé se ha revelado como su Dios. En
esta situación, Dios los hace "su propiedad personal'' (Dt 7,6‑8)
Así es como descubren que
Dios es un Dios parcial, Dios de los pequeños, pobres y vencidos. Su Dios los
libera de la dominación egipcia para hacerlos un pueblo y darles una tierra;
para permitirles ser un pueblo santo que practique la justicia y la equidad;
para que ese pueblo sea fiel; le rinda culto a El como a su único Salvador.
En la dura marcha por el
desierto, Dios, a través de Moisés, les irá educando lentamente en una
liberación que va más allá de la posesión de las cosas, pero que pasa
necesariamente por la conquista de su libertad y dignidad. El desierto será
para el pueblo el símbolo del lugar del despojo, de la purificación y, al tiempo,
el lugar del encuentro. Encuentro con su Dios que hizo posible la solidaridad
entre ellos, de modo que pasaron de ser un grupo disperso y esclavo a ser un
pueblo con identidad y libre.
En la tradición del Éxodo
queda reflejado el asociar el nombre de Yahvé con los orígenes de la Alianza.
Yavhé es el Dios que se ha revelado a Israel que se ha justificado por sus
obras salvíficas. Ha establecido una relación de Alianza con el pueblo.
Israel tiene conciencia de
que Dios ha tomado la iniciativa, de que esa elección no se debe a las
cualidades del pueblo, sino que tiene su origen en el amor fiel de Dios. "Si
el Señor se enamoró de vosotros y os eligió no fue por ser vosotros más numerosos
que los demás -porque sois el pueblo más pequeño- sino por puro amor vuestro,
por mantener el juramento que habla hecho a vuestros padres..." (Dt
7,7-8)
La
relación bipolar de la alianza es: Dios‑pueblo. No se trata de una relación
individual sino de una comunidad y en ese ir haciéndose pueblo, en ese sentir
las relaciones mutuas, en ese ir comprometiéndose en cumplir y respetar sus
leyes, caen en la cuenta y descubren que su Dios hace alianza con ellos, si
ellos hacen alianza con los otros. Así surgirán los distintos decálogos que nos
muestra el Éxodo (Ex 20,2‑17; Dt 5,6‑8; 6,4‑7).
La Alianza del
pueblo con Dios implica una relación de fraternidad entre ellos. La alianza introduce
un factor de solidaridad del pueblo entre si y con Dios. En este compromiso mutuo que se establece con la Alianza, el
pueblo no se siente pasivo, sino que se sabe interpelado a dar una respuesta, a
elegir y responder (Dt 30,15‑20). Israel se compromete a ser fiel a la alianza
guardando el Decálogo, es decir, entrando en una dinámica de fraternidad, de
justicia, benevolencia y ayuda mutua. Israel, pueblo liberado, debe actuar como
liberador (Dt 24,22; Dt 17‑18).
Posteriormente nos encontramos
con el Dios de los Profetas. La profecía surge con fuerza en Israel durante la
monarquía, en una época difícil para la fidelidad del pueblo a la fe de los
padres. Israel se ha hecho un gran pueblo, su poderío con David llega a su
máximo esplendor. Esto llevó consigo, además de un desarrollo económico,
generador de desigualdades sociales e injusticias, un progresivo abandono del
culto a Yahvé siguiendo a los "baales", (los dioses de los pueblos
vecinos). Ya no confían en Yahvé sino en los pactos y alianzas con las grandes
potencias. Ya no son un pueblo misericordioso que practica la justicia sino el
fraude, el robo, el asesinato. Incluso en ese contexto se observa el amor de
Dios a su pueblo. Un amor de Dios que supera al amor materno: "¿Puede una madre
olvidarse de su criatura, dejar de querer al hijo de sus entrañase Pues aunque
ella se olvide, yo no te olvidaré. Mira, en mis palmas te llevo tatuado, tus
muros están siempre ante mi” (Is 49,15‑16)
Todo el capitulo 11 de
Oseas es un canto al amor tierno y solícito de Dios con el pueblo: ''Yo
enseñé a andar a Efraín y lo llevé en mis brazos, y ellos sin darse cuenta de
que yo los cuidaba. Con correas de amor los atraía, con cuerdas de cariño. Fui
para ellos como quien levanta el yugo de la cerviz; me inclinaba y les deba de
comer”. (Os 11,24)
La
imagen más audaz y la más empleada por los profetas es la imagen conyugal. Por
eso, cuando los profetas denuncian al pueblo su pecado, la acusan de
adulterio, de infidelidad.
Oseas describe
magistralmente esta bella imagen en el capitulo 2. Igualmente y con un lenguaje
aun más realista, lo hace Ezequiel en el capítulo 16.
El descubrimiento de que el
Dios en el que creen es fiel, a pesar de la infidelidad del pueblo y ésta no
deroga la alianza y el amor, llega a su plenitud en el destierro. El pueblo se
encuentra allí sin templo, sin ciudad, sin rey, en medio de un pueblo
paganizado, pluralista, hostil. En este momento viven en la angustia de creer
que Dios ya no está con ellos. Es entonces cuando los profetas levantan de
nuevo su voz para mostrarles la gratuidad del amor de Dios, para desvelar un
rostro de Dios presente y cercano al pueblo en la situación en la que éste se
encuentra. El vive también con sus hijos en las orillas del río Quebar en
Babilonia. (Ex 3,10‑23; Jer 20,11‑12) ''Aunque se retiren los montes y
vacilen las colinas, no se retirará de ti mi misericordia ni mi alianza de paz
vacilará -dice el Señor, que te quiere" (Is 54,10)
Junto a la experiencia de
la cercanía y el amor de Dios, los profetas resaltan que Yahvé es un Dios
inmanipulable (zarza ardiendo sin consumirse, ''soy el que soy"). Cuando
la tradición elohista narra el acontecimiento del Horeb (Ex 20,18‑20) pone en
boca del pueblo esta frase: "Háblanos tú y te escucharemos, que no nos
hable Dios que moriremos". Y la tradición, que no duda en hacer esta
audaz afirmación ''El Señor hablaba con Moisés cara a cara, como habla un
hombre con un amigo" (Ex 33,11), no por eso pierde de vista la absoluta
trascendencia de Dios, su santidad y la radical incapacidad humana para
encerrar a Dios en sus conceptos, imágenes y visiones (Ex 33,22‑23). La
grandeza de Dios, su santidad y pureza está especialmente subrayada por Isaías
(29 veces nombra a Yahvé como el Santo de Israel). El capitulo 6 es, todo él,
un cántico a la santidad absoluta de Dios.
También el pueblo teme a
Yahvé, el Dios terrible que "habla" entre truenos y relámpagos. Un
Dios que castiga, que se enciende su ira, que juzga (Núm 11,15). El esquema
infidelidad‑castigo es frecuente en los profetas. La cólera de Dios expresa su
visión crítica sobre la historia y su voluntad irrenunciable de liberarla del
pecado. Es un aspecto del amor.
Pero también es un Un
Dios "justo" que quiere justicia. La justicia de Dios tal
como aparece en el Antiguo Testamento, tiene poco que ver con nuestro concepto
de justicia de "dar a cada uno lo suyo". La noción semita de justicia
implica siempre una relación entre personas. Es una acción más que un estado.
"Sedegah'' ("justo") es aquél que satisface las exigencias de
una relación comunitaria. Es el que establece la relación adecuada.
En el Antiguo Testamento,
Dios es justo a causa de su fidelidad a las exigencias de la Alianza y su
justicia está encaminada a favorecer al débil.
Las normas civiles se
consideraban consecuencia de la justicia de Yahvé que de manera especial se
manifestaba como defensor del oprimido y pequeño, del huérfano y la viuda.
Justicia que en el fondo es
gracia e intervención salvadora. "Inminente, cercana está mi justicia,
como la luz saldrá mi liberación'' (Is 51,5).
Junto
a esta concepción "salvadora" de la justicia está el convencimiento
de que Yahvé es un Dios celoso que quiere justicia. Conocerle, ofrecerle un
culto agradable, es convertirse, practicar la justicia, la piedad, la
liberación de los oprimidos, eliminar la opresión (ls 58,25; Jer 22,13; Os
2,21...)
Si Yahvé es el Dios parcial, protector de los pobres, el
hombre que le "conoce" tiene también que ser un hombre de y para los
pobres y oprimidos.
La comprensión de Dios a los cristianos
Una vez vista la aportación
al pueblo de Israel, veamos cual es la aportación al cristianismo. Nos encontramos ahora ante el Nuevo
Testamento y nos preguntamos por el rostro de Dios que se nos revela en Jesús.
Para el desarrollo seguiremos teniendo como línea conductora, la que nos ha
parecido más adecuada para intentar aproximarnos al Dios de la revelación:
descubrirle en la historia. En Jesús
acontecerá la gran novedad. No sólo descubriremos al Dios que "actúa"
en la historia sino hecho Historia, poniendo "su tienda entre
nosotros" (Jn 1,14).
La
cercanía de Dios que la primitiva comunidad percibió en Jesús no invalida lo
que hemos dicho varias voces sobre la dificultad de hablar de Dios. Acerca de
esto González Faus nos dice: "Hablar de Dios es siempre un poco
blasfemo o un poco idólatra. Siempre tiene algo de tomar el nombre de Dios en
vano... Santo Tomás decía que la última palabra que el hombre puede pronunciar
sobre Dios consiste en afirmar que son mentira todas sus palabras anteriores,
aún las más profundas, o que no se ha dicho nada con ellas".
Las
primeras comunidades cristianas, después de la experiencia de Pascua, expresan,
cada una desde su contexto y cultura, una fe común: Jesús es el valor supremo:
"El Señor" "El Cristo", "El Mesías", "La
imagen de Dios" .. De muy diversas maneras confiesan su fe en que, en
Jesús, Dios mismo se ha revestido de Historia, "se ha hecho carne"
(Jn 1,14). Por eso, cuando la comunidad primera reconoce en Jesús la singular
''epifanía" (manifestación) de Dios no duda en poner en su boca: "El
que me ha visto a mi ha visto al Padre" (Jn 14, 9).
La
vida de Jesús se convirtió de hecho en una escandalosa revelación de Dios. Las
polémicas de Jesús con los representantes "oficiales" de Dios, (que
acabaron con la condena y muerte) muestran que hay, de hecho, una cierta
ruptura o "una puesta al revés de la imagen de Dios del Antiguo
Testamento".
Jesús parece que comienza
su predicación anunciando una buena noticia: "El Reino de Dios está
cerca, convertios y creed esta buena noticia" (Mc 1,14). Dios mismo ha
salido al encuentro del hombre y está ya próximo. El Dios próximo que anuncia
Jesús es el Padre que acoge, sale al encuentro, perdona (Lc 15). Toda la vida
de Jesús fue eso: hacer visible esta proximidad de Dios, ser
"samaritano", próximo a cualquier hombre en necesidad y a más
necesidad más cercanía.
Pero el anuncio y, más aún,
la realización de esta desconcertante proximidad no se realiza impunemente. Y
Jesús pagó por ello un alto precio.
Después de la Resurrección,
Pablo dirá a sus comunidades que Jesús es la "imagen del Dios invisible"
(Col 1,15) y Juan, cuando intenta expresar con la mayor verdad y concisión
posible quién es Dios, nos dice magistralmente: "Dios es amor"
(1Jn 4,8).
Desde Jesús esa expresión
se hace concreta e histórica. Pero anunciar y hacer verdad la cercanía de un
Dios amor, en un contexto donde no se vive el amor sino la división y la
injusticia es algo peligroso, "sub‑versivo" o por lo menos produce un
profundo escándalo.
El Dios que Jesús anuncia y
hace visible es un Dios que hace salir el sol sobre justos e injustos, que no
tiene acepción de personas, que no acepta nuestras clasificaciones,
diferencias y anatemas. Creer en un Dios "parcial" no es negar sino
afirmar una predilección que la tradición judeocristiana ha puesto
repetidamente de relieve. El Dios revelado en la Biblia no es un Dios sin
propiedades. Se caracteriza por una clara solidaridad y predilección por los
pobres, pequeños y marginados El Dios revelado en Jesús es el mismo y único
Dios de Abraham, Isaac, Jacob. El Dios que salva, liberador, protector de los
pobres y viudas, el Dios que llama "propiedad personal" a un pueblo
esclavo y oprimido.
Esa imagen de Dios queda
ratificada en Jesús a quien domina "una inédita pasión por lo perdido"
(Dodd). El Dios cristiano es un Dios de los hombres, de todos. Pero en
Jesús se nos revela especialmente como Dios de los pobres, los desheredados,
los sin ley, los víctimas del egoísmo. Si hay algo unánimemente repetido por
todos los estudiosos de Jesús es que éste se puso de parte de los
desfavorecidos de este mundo. "Habló y actuó en su favor y por ellos
murió y resucitó" .
No sólo proclamó
bienaventurados a los pobres sino que puso gratuitamente todas sus posibilidades
al servicio del enfermo, necesitado, pecador... Los milagros de Jesús, hechos
siempre para remediar alguna necesidad, son el modo cómo Jesús simbólicamente
expresaba y anticipaba la salvación total del hombre "en necesidad".
Su predilección por los
pequeños y sencillos la proclama Jesús como expresión de esa misma predilección
de su Padre: "Bendito seas, Padre, Señor de cielo y tierra, porque si
has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, se las has revelado a la
gente sencilla; si Padre, bendito seas por haberte parecido eso bien"
(Mt 11,25‑26) Jesús mostró con su acción que "El Dios a quien invocó
como Padre no es un Dios que oprime, sino un Dios que libera Eso es lo que
Jesús reprochó a los escribas y fariseos: encadenar a Dios a sus propios
intereses, y hacer de su acción liberadora una razón para oprimir a los demás...
Para ellos el sábado es el día del honor de Dios, no el de la libertad de los
hombres. Si los evangelistas han consagrado tantos episodios a estas
oposiciones sobre el silbado, es porque Jesús considera fundamental poner en
claro que a Dios se le honra en donde se hace libres a los hombres. Por
consiguiente, si el día consagrado a Dios es aquél en que precisamente resulta
imposible trabajar por la liberación del hombre, el Dios al que se honra de esa
forma no es Dios" ( C. Duquoc, Dios diferente).
Otro aspecto llamativo y
diferencial es sobre su trato personal con Dios. Los datos que nos trasmiten
los evangelios dan pie para pensar que Jesús se dirigió siempre a Dios
llamándole ¡Padre!, más aún invocándole como ¡Abba! El llamar a Dios Padre no
es exclusivo de Jesús, pues ya en el Antiguo Testamento aparece el término
padre para nombrar a Dios. Palabra aramea que las primeras comunidades, asombradas
por esta singular invocación, no se atrevieron a traducir y optaron muchas
veces por transmitirla en el lenguaje original en que fue pronunciada. “¡ABBA!
“Padre, todo te es posible, aleja de mi este cáliz; más no sea lo que yo quiero,
sino lo que quieres tú” (Mc 14, 36)
Esta palabra es de origen
infantil, familiar. Expresaría nuestro "papá" o "padre mío"
con tonos de especial ternura y afecto "querido papá". Esta
designación aplicada a Dios no tiene paralelo en toda la literatura religiosa,
ni ambiental ni judía, ni bíblica. Para una mentalidad judía habría sido
irreverente y por ello impensable llamar a Dios con esta palabra tan familiar.
Lo inaudito de esa expresión, hecha oración habitual en Jesús, de alguna manera
nos adentra en el misterio ultimo de Jesús. Allí donde es más el mismo, donde
se sabe hijo en referencia al singular modo de experimentar la paternidad de
Dios. Esta experiencia del "Abba" no es conquista de Jesús, es Dios
mismo que se hace "sentir" así en él. Es una experiencia que es revelación.
González Faus en su libro Acceso a Jesús pone ésta como una de las
notas más singulares de Jesús. "Jesús cree y predica que no hay acceso
a Dios fuera de la búsqueda dolorosa del Reino... y también que no hay Reino
posible sino en la paternidad de Dios, porque el Reino, en última instancia, no
es reino "mío" o "nuestro" sino "del otro".
Porque Dios es ¡Abba! el anuncio de la cercanía del Reino es un anuncio
liberador y ese anuncio brota de la cercanía y el modo con que Jesús
experimenta a Dios como ¡Abba!. Esta fue su pasión y la polarización de su
vida: anunciar y hacer verdad la venida de un Reino donde todos somos hijos de
un Padre común. Esta unión indisoluble Abba‑Reino es también una manifestación
de Dios. Es la revelación de que es posible la "experiencia de Dios en la
humanidad del hombre que se realiza, en la esclavitud que salta, en la
prostituta que llega a ser mujer... en el inhumano que se hace humano. Lo que
el mismo evangelio llama "alegría en el cielo" o "máxima alegría
en el cielo". Y "Dios es alegría".
Es verdad que invocar a
Dios como Padre es un don, un regalo, pero también es una tarea. Jesús invoca
al Padre y lo desvela en su forma de ser y vivir liberador y fraterno. Es un
contrasentido invocarle ¡Padre! con los labios si la vida no revela el esfuerzo
por vivir como hijos y, por tanto, por crear fraternidad allí donde no la hay,
haciéndola crecer allí donde brota, revelándola donde no se conoce,
proclamando la alegre noticia de que tenemos un Padre común.
En cambio, hablar de un
Dios "entregado" y "pasible" (que "sufre") parece
romper con la idea que normalmente se tiene de Dios. Quizá a muchos nos
resuenan aún dentro, las definiciones de Dios que hemos aprendido de niños. Un
Dios eterno, inmutable, todopoderoso, infinito. No es ese el lenguaje bíblico.
A Dios lo podemos "conocer" por su "actuar", en la historia
y en su Hijo. En el Nuevo Testamento nos encontramos dos frases muy semejantes
-en contextos culturales y cronológicamente muy distantes- que nos remiten,
sin duda, a algún rasgo original del acontecimiento Jesús: “Tanto amó Dios
al mundo que le entregó a su Hijo” (Jn 3,16) “El que ni siquiera
escatimó darnos a su propio Hijo sino que nos lo entregó” (Rm 8, 32)
En el Antiguo Testamento
aparecía clara la imagen de Dios "protector" de los suyos. Si uno es
fiel acude a Dios y El le salva. La dura crisis de la imagen de Dios, que hemos
visto expresada en Job, se resuelve con la "intervención salvadora"
de Dios. Este "desvela" su rostro y cura a Job, le devuelve la salud,
los hijos y las posesiones y "justifica" así al hombre fiel. Esta
profunda convicción del Antiguo Testamento es la que, de alguna manera, queda
puesta al revés en Jesús.
El Dios silencioso y
oculto, ese desconcertante rostro de Dios que no es una ventaja para el que
cree en El, llega a su máxima revelación en la cruz de Jesús. Dios no solamente
no acude a salvar al justo sino que éste ni siquiera encuentra "su rostro,
sino su silencio que suena a abandono: Dios mío ¿Por qué me has abandonado?
(Mt 27,43‑46 y Mc 15,32‑ 34). Dios no acude a salvar de la muerte a su propio
Hijo.
Después de la muerte de
Jesús en la cruz, ante el aparente "desentendimiento" de Dios Padre,
ya no se puede hablar de Dios sin experimentar el desconcierto de un Dios
"a merced del hombre", de un Dios que “padece” la injusticia en su
propia "carne" en su "propio Hijo".
En Jesús, muerto
injustamente en la cruz, nos sale al encuentro Dios como Aquel que está a
merced del hombre en la historia. El poder de Dios pasa por la impotencia de la
cruz. El "Dios es amor" puede también expresarse como "Dios es
pasión". Porque sólo sabe de amor quien sabe de dolor. El Dios en el que
creemos es un Dios que "sufre" y ésta es la posibilidad de que en el
Nuevo Testamento pueda verse el dolor de la historia como dolor hecho a Dios. "A
mí me lo hicisteis" (Mt 25). "Saulo, Saulo por qué me
persigues". Estos textos del Nuevo Testamento no son fundamentalmente
una consideración moral sino una revelación de Dios. Dios está en el dolor del
hombre.
Nacho Padró
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