en el siglo XIX, diversos autores recogieron una curiosa historia que se remontaba al tiempo en que el emperador Rodolfo II (1572-1612) instaló su corte en la ciudad de Praga. Se contaba, en efecto, que tras la desaparición de un niño cristiano la población acusó a los judíos que vivían en la capital checa de haberlo secuestrado para asesinarlo y utilizar su sangre en los sacrificios que realizaban durante la Pascua. Se trataba de una acusación falsa, típica de los "libelos de sangre" que sufrieron los judíos desde la Edad Media. Rodolfo II no pudo sino condenar al destierro a todos los judíos de la ciudad, o incluso matarlos, según algunas versiones de la historia.
Así, ante la amenaza que se cernía sobre los judíos, un dirigente de su comunidad, Judá Leví ben Betzalel, conocido como Rabbí Löw, decidió intervenir. El rabino había tenido un sueño en el que se le ordenaba construir un ser artificial conocido en la tradición judía con el nombre de gólem.
EL HOMBRE DE FANGO
Rabbí Löw pidió ayuda a dos rabinos amigos y los tres hombres se dirigieron a la orilla del río Moldava (en checo, Vltava). Allí trazaron en el barro la forma de un hombre tumbado y dibujaron su rostro, piernas y brazos. Los dos rabinos amigos de Löw rodearon al gólem siete veces cada uno mientras recitaban ciertos encantamientos, tras lo cual la figura adquirió un tono rojizo, como si estuviera ardiendo. Cuando se enfrió, el mismo Löw lo rodeó siete veces mientras sostenía una Torá en sus manos.
Los tres rabinos trazaron en el barro la forma de un hombre tumbado y dibujaron su rostro, piernas y brazos.
Luego los tres hombres recitaron un versículo del Génesis (2,7): "Entonces formó Yahvé Elohim al hombre del polvo del suelo, e insuflando en sus narices aliento de vida, quedó constituido el hombre como alma viviente". Por último, Rabbí Löw escribió en la frente del gólem la palabra emet (verdad, en hebreo), y así el gólem cobró vida.
Encargado por Löw de buscar al niño desaparecido, el gólem lo encontró y se presentó con él en brazos durante el juicio que se celebraba para condenar a los judíos. El niño declaró que su padre le había obligado a esconderse en el sótano de su propia casa para provocar la destrucción de los judíos. Y así fue como el gólem salvó a la comunidad judía.
Sin embargo, la historia no tiene un final feliz. El gólem empezó a crecer sin parar y se volvió violento e incontrolable, hasta el punto de que mató a varios gentiles (es decir, no judíos) y sembró el pánico en toda la ciudad. Otras versiones afirman que llegó incluso a matar judíos. Rabbí Löw hubo de intervenir de nuevo. Tras obtener del emperador la promesa de que no atacaría a los hebreos, eliminó la letra aleph de la palabra emet que el gólem llevaba escrita en su frente, con lo que ésta pasó a significar "muerte", en hebreo met. Tras privarlo así de vida, Löw escondió al gólem en el ático de la sinagoga Vieja-Nueva de Praga, lo encerró con llave y ordenó que nadie accediera a aquel lugar.
LO QUE DICE LA BIBLIA
La historia del gólem ha fascinado a escritores y cineastas de nuestra época, en parte a causa de sus semejanzas con otros relatos que han cautivado la imaginación popular, como el del monstruo de Frankestein. Sin embargo, en el caso del gólem no nos encontramos ante una pura creación novelesca. El motivo está muy enraizado en la tradición religiosa judía; de hecho, se inspira directamente en la Biblia.
En efecto, en el Génesis se narra cómo Dios creó a Adán a partir de la tierra –el nombre Adam procede de la misma raíz hebrea que la palabra adamá, tierra– insuflándole el aliento divino que no solo le dio la vida, sino también un alma. A partir de este pasaje del Génesis, algunos estudiosos judíos especularían sobre la posibilidad de una réplica humana del proceso de creación divina, moldeando una figura de barro, el gólem, a la que se daba vida mediante una serie de rituales mágicos.
Algunos estudiosos judíos especularían sobre la posibilidad de una réplica humana del proceso de creación divina.
Algunos rabinos interpretaban el gólem en un sentido místico y pensaban que no era más que una metáfora sobre el despertar espiritual del ser humano tras su contacto trascendente con Dios. Otros, en cambio, llegaron a pensar que una persona piadosa que poseyera conocimientos especiales podía crear un ser humano artificial a partir de materia inorgánica. Así, se discutió la posibilidad de que, durante sus primeras horas de vida, Adán hubiera sido un gólem, o que el profeta Jeremías hubiera creado uno por sus propios medios.
Durante la Edad Media, la obra cabalística Sefer Yetzira (El libro de la Creación) se convirtió en la principal fuente sobre las fórmulas mágicas concretas que permitían dar vida a un gólem. Por ejemplo, se aconsejaba que el rabino no lo hiciera en solitario, que utilizara tierra virgen y se purificara previamente.
EL GÓLEM LLEGA A PRAGA
Las leyendas judías transmitidas por el Talmud hablan de varios rabinos que crearon un gólem, pues cualquier sabio suficientemente próximo a Dios podía hacerlo. El folclore popular judío de la Edad Media también lo mencionaba. El foco de estas historias terminó situándose en Polonia, el país que acogía una comunidad judía más numerosa. En particular, se destacaba la figura de un estudioso y cabalista polaco del siglo XVI llamado Eliyahu de Chelm, de quien se decía que creó un gólem que "crecía cada día y llegó a ser más grande que todos los que vivían en su casa", de modo que hubo de matarlo quitándole una letra de la frente. En cambio, ningún testimonio indica que Rabbí Löw, que vivió en Praga hacia la misma época y alcanzó también gran fama y prestigio, se dedicara a crear un gólem.
La asociación del gólem con la ciudad de Praga surgió mucho más tarde, en el siglo XIX. El primero en evocarla fue el austríaco Franz Klutschak, periodista y estudioso del folclore, quien en 1841 publicó una historia sobre el tema en una revista praguense. En 1847, el médico y folclorista judío Leopold Weisel recogió otra versión. El relato más completo lo publicó en 1909 un rabino y juez judío residente en Varsovia, Yudl Rosenberg. A él se debe el motivo del secuestro del niño cristiano y la persecución antijudía, un episodio totalmente imaginario que se contradice con el régimen de relativa tolerancia del que gozaban los judíos de Praga en época de Rodolfo II.
El relato más completo sobre el gólem de Praga lo publicó en 1909 un rabino y juez judío residente en Varsovia, Yudl Rosenberg.
En cualquier caso, el gólem sigue vivo en la conciencia popular judía como metáfora de la soberbia del ser humano que pretende hacer lo que le está vedado, el mismo pecado que hallamos también en otra creación humana más reciente: el monstruo de Frankenstein. Tanto el gólem de Praga como la criatura de Frankenstein resultan defectuosos y, al final, ingobernables, convirtiéndose en un castigo contra sus creadores por haber intentado emular a Dios.
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