desde tiempos remotos, el hombre mesoamericano ha sentido fascinación por el mayor y más bello felino de América, el jaguar o panthera Onca. Este animal, que sólo se encuentra en el continente americano, vive en medios húmedos y selváticos, en un espacio geográfico que originalmente abarcaba desde México hasta Argentina, aunque la acción humana ha ido invadiendo y modificando este corredor natural, con lo que su población ha quedado considerablemente mermada. Su nombre procede del término que usaban los tupi de Brasil para denominarlo, januara; los aztecas lo llamaban ocelotl.
A partir de la observación de su comportamiento, las antiguas culturas de Mesoamérica (la región histórica que comprende México y América Central) relacionaron el jaguar con diversos fenómenos de la Naturaleza. Así, su excepcional visión para cazar en la oscuridad hizo que se le vinculara con la noche. Asimismo, se le relaciona con el final de las eras cosmogónicas, los ciclos finiseculares y las puestas del astro rey, cuando el jaguar se convierte en el sol del ocaso camino del mundo de los muertos, por donde cada noche transita para derrotar a las tinieblas.
Como a veces tiene su guarida en cuevas, se le relacionaba también con lo acuático y la fertilidad, como se ve en los magníficos murales de Teotihuacán, donde el jaguar aparece rodeado de símbolos de agua porque le gusta nadar, como al tigre. Por otra parte, se le consideraba una encarnación de las fuerzas telúricas (de la Tierra), incluso en su aspecto más terrible; así, la diosa azteca Tlaltecuhtli se representa con garras de jaguar.
ENTRE LOS HOMBRES Y LOS DIOSES
El jaguar desempeñaba un papel muy destacado en la cosmogonía de los aztecas o mexicas. En el mito, el primer sol que alumbró a la humanidad fue el dios Tezcatlipoca y por eso reinaba en los cielos. Su hermano Quetzalcóatl, que sentía celos de su poder, lo abatió de un bastonazo mortal para ocupar su lugar. Pero Tezcatlipoca no murió, sino que se convirtió en un jaguar que aniquiló a los gigantes que entonces poblaban la Tierra.
Los mexicas, que adoraron al jaguar bajo la advocación de Tezcatlipoca, le llamaron Tepeyóllotl, «Corazón del Monte», porque sus dominios se encontraban en el corazón de las montañas, es decir en el interior de las cuevas, el inframundo y el cielo nocturno.
Su propia piel moteada se convirtió en metáfora del cielo estrellado, motivo por el que también le llamaron «Estrella Jaguar». Sobre esta característica piel «manchada» los mexicas también tenían un mito: mientras los dioses creaban el Sol y la Luna, el jaguar fue lanzado al fogón sagrado y revivió de entre las llamas con su inconfundible pelaje chamuscado, como recuerdo de aquella acción.
El jaguar tenía, además, un significado político. En todas las culturas mesoamericanas, este felino aparece en los relieves y esculturas de templos y palacios. Se consideraba que reinaba tanto sobre la luz como sobre las tinieblas, y con esta ambivalencia portaba energías sagradas ytransmitía sus cualidades al gobernante, convirtiéndose en su su alter ego o su nahual, su animal protector.
Asimismo, era un modelo de cazador astuto y valiente, por lo que los guerreros se vistieron con sus pieles e incluso se crearon órdenes militares de guerreros ocelotl o jaguar, cuyos miembros eran los más valerosos y aclamados por la comunidad. Dioses, reyes, guerreros y sacerdotes añadieron a sus nombres el apelativo de jaguar, como símbolo de prestigio y poder.
UNA VISIÓN MILENARIA
Incluso en la actualidad, los pueblos indígenas siguen respetando y venerando a este poderoso felino. En la provincia mexicana de Guerrero se celebran fiestas propiciatorias de la lluvia en las que ésta es reclamada por jóvenes disfrazados de jaguares que llevan a cabo peleas rituales.
Aunque los europeos intentaron cambiar estas relaciones ancestrales con el jaguar desde su llegada, lo cierto es que aún perduran, porque los pueblos mesoamericanos tomaron la hegemonía del jaguar de la Naturaleza circundante, y siguen creyendo que la sombra enigmática y crepuscular de este animal se enseñorea de saberes y fuerzas de un universo sagrado que escapa al control del hombre.
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