miércoles, 7 de junio de 2023

la batalla de poitiers, el freno la expansión del islam

 


a principios del siglo VIII, el Islam parecía destinado a gobernar el Viejo Mundo. El califato de los omeyas, animados por la convicción de que era su cometido divino extender su fe por todo el mundo, había protagonizado una de las mayores expansiones militares de la historia: la Persia sasánida había caído sin dificultad en sus manos, el Imperio Romano de Oriente resistía a duras penas el embate y en el norte de África habían salido victoriosos de una dura lucha contra los bizantinos y bereberes. Después de conquistar la península Ibérica en apenas quince años y atravesar los Pirineos, en el año 732 pusieron la mira en las tierras del Loira.Al contrario que en tierras hispanas, donde habían llegado para quedarse, en las francesas se habían limitado a establecer algunas plazas fuertes y desde allí realizar campañas de saqueo en busca de botín y esclavos. El objetivo en otoño del 732 era la abadía de San Martín en Tours, una de las más importantes de la cristiandad occidental. El duque Odón el Grande de Aquitania (territorio que comprendía aproximadamente la mitad suroeste de la actual Francia) pidió entonces ayuda a Carlos, mayordomo de palacio de Austrasia (en la actual Alemania) para defender sus tierras.

Imperio Franco 481-814

Durante la Alta Edad Media los francos fueron consolidando su poder en las actuales Francia, Suiza y Alemania. La dinasía carolingia ascendió del rango de mayordomos de palacio al de emperadores.

Imagen: CC https://bit.ly/34B5FE6

 

Carlos no ostentaba la corona de los francos, ni falta que le hacía: el mayordomo, en origen un ministro principal del rey, era quien ejercía realmente el poder militar y político. Solo él contaba con la autoridad suficiente para reunir un ejército, pero no lo iba a dar gratuitamente: a cambio de su ayuda exigió vasallaje a Odón, sembrando así la semilla del feudalismo europeo.

Al mando de sus tropas, se dirigió hacia Tours para frenar el paso a los musulmanes al mando del valí de Al-Ándalus, Abu Said Abderramán al-Gafiqi.

LA ESTRATEGIA VENCEDORA

Aunque las fuentes son enormemente discordantes respecto al número de efectivos de cada ejército, en todos los casos resulta claro que las fuerzas de Carlos estaban en inferioridad. No solo tenían menos hombres sino que eran tropas de infantería, en contraste con la caballería pesada de los andalusíes. En una batalla a campo abierto no tenían posibilidades, pero el franco supo aprovechar una serie de ventajas estratégicas.

Carlos Martel

Carlos Martel (686-741 d.C.) fue padre de Pipino el Breve y abuelo de Carlomagno, que se convertiría en el primer Emperador de Occidente. Según la Crónica de Saint Denis, "como el martillo (martel) quiebra y machaca el hierro, el acero y los demás metales, así quebró él y machacó a sus enemigos".

Foto: CC / JB Debay / Museo Palacio de Versalles

 

La principal fue la elección del terreno, unas colinas boscosas cerca de Poitiers, por donde el ejército enemigo debía pasar para llegar a Tours. El terreno elevado frenaba la carga de la caballería y los árboles dificultaban el movimiento de los caballos y ocultaban a los soldados francos, por lo que al-Gafiqi no podía hacerse una idea del tamaño del ejército enemigo ni de por dónde atacaría. Durante varios días se sucedieron escaramuzas de tanteo, sin ningún resultado: los andalusíes no se arriesgaban a atacar a un ejército que podía ser mucho mayor de lo que esperaban y los francos, conscientes de que esa incógnita era su carta vencedora, no presentaron batalla en campo abierto.

El segundo factor decisivo fue el tiempo: era octubre, el invierno se acercaba y las tropas andalusíes no estaban preparadas para resistir durante semanas, sin ropa adecuada para el frío y lejos de sus bases para alimentar a un ejército de varias decenas de miles de soldados. Finalmente, al-Gafiqi decidió arriesgarse a lanzar un ataque el 10 de octubre.

La precipitación fue su ruina, ya que no había enviado exploradores para conocer el tamaño del ejército franco ni con qué tipo de soldados contaba: así, no fue consciente de que sus fuerzas eran superiores.

Las fuerzas de Carlos Martel, con menos hombres y sin caballería pesada, estaban en inferioridad, pero el franco supo aprovechar varias ventajas estratégicas para ganar la batalla.

El tercer y definitivo elemento de la victoria franca fue el engaño: mientras los francos se atrincheraban en formación defensiva, hicieron correr la voz de que un segundo contingente atacaba el campamento musulmán para apoderarse del botín que habían conseguido a lo largo de toda la campaña. Esto provocó que parte de las tropas andalusíes corrieran a defender sus tiendas, lo que a su vez fue interpretado por el resto del ejército como una retirada. Mientras intentaba mantener la disciplina entre sus hombres, los francos rodearon a al-Gafiqi y acabaron con él. Muerto su comandante, la retirada se convirtió en desbandada.

Al día siguiente, el ejército andalusí no apareció. Los francos al principio pensaron que se trataba de una trampa para hacerles bajar la guardia y atraerlos a campo abierto, por lo que Carlos mantuvo su estrategia defensiva. Sin embargo, al ver que pasaban las horas sin ningún signo de peligro, envió exploradores al campamento musulmán, que encontraron completamente desierto: el ejército se había retirado durante la noche, tan precipitadamente que habían dejado atrás las tiendas y buena parte del botín.

¿UNA BATALLA DECISIVA?

Durante siglos, la historiografía europea elevó la batalla de Poitiers a la categoría de mito, definiéndola como el episodio que salvó la Cristiandad occidental: Carlos se ganó entonces el sobrenombre de Martel, “el martillo” y fue visto por los cronistas cristianos como el hombre que frenó la conquista islámica de Europa -al menos, hasta el ascenso de los otomanos-, especialmente en un momento en el que el continente estaba fragmentado políticamente y nadie más habría estado en condiciones de hacerlo.

Durante siglos, la historiografía europea elevó la batalla de Poitiers a la categoría de mito, definiéndola como el episodio que salvó la Cristiandad occidental.

Pero la trascendencia dada a la batalla de Poitiers deriva del punto de vista cristiano y de su importancia simbólica: para los andalusíes se trataba de una expedición de saqueo más en una zona que ni siquiera controlaban y que solo atacaban en busca de botín. Las pocas plazas fuertes con las que contaban en el sur de Francia estaban aisladas y no existía una administración como correspondería a un territorio conquistado. La mayor pérdida para ellos, en aquella ocasión, fue el botín que habían conseguido a lo largo de la campaña de ese año. Ni siquiera a nivel estrictamente militar Poitiers fue una gran batalla, aunque sí brillante por cuanto respecta a la estrategia de Carlos Martel.

Sin embargo, la victoria y la posterior caída de las bases musulmanas al norte de los Pirineos tuvo sin duda un efecto importante, ya que creó una barrera natural a una expansión que hasta entonces parecía incontenible. Casi 70 años después de Poitiers el nieto de Carlos Martel, Carlomagno, era coronado emperador en Roma, poniendo las bases de un nuevo poder imperial en Europa. Las tierras al sur de los Pirineos se convirtieron en la Marca Hispánica, que sería a la vez frontera y punto de encuentro entre la cultura cristiana y la musulmana.

En el bando musulmán la derrota, aunque sin gran trascendencia militar, supuso un golpe al prestigio del califato omeya, que basaba su legitimidad en la jihad, la guerra santa para llevar el Islam a todo el mundo. La dinastía tenía los días contados: pocos años después, en el 750, los omeyas eran destronados por los abásidas en Damasco y relegados a la categoría de emires de Al-Ándalus.

Tanto para el mundo occidental como para el oriental, esa batalla aparentemente menor supuso un punto de inflexión como pocos en la historia.

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