Carlomagno porta en esta estatuilla los símbolos imperiales: la corona, el globo y la espada. Museo del Louvre, París.
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Ambos gobernantes eran el fruto de sendas revoluciones políticas llevadas a cabo por sus familias respectivas. En el caso de Carlos, su padre destronó en 754 a los reyes merovingios y ocupó el trono con la aprobación del papa de Roma; en el de Harun, fue su antepasado Abul Abbas quien puso fin en 750 a la dinastía omeya con sede en Damasco y creó un poder imperial que muy pronto se asentó en Bagdad.
EL HECHO QUE CAMBIÓ SU VIDA A partir del siglo VIII, el pueblo franco se adueñó de un territorio que abarcaba todo lo que actualmente es Francia, exceptuando Aquitania. Lo gobernaban los reyes de la dinastía merovingia, cuyo poder fue disminuyendo al tiempo que aumentaba el de la familia de los mayordomos de palacio, que actuaban como primeros ministros. Uno de ellos, Carlos Martel , encabezó a la aristocracia franca que en Poitiers , en el año 732 o 733, frenó la expansión islámica en la Galia. Desde ese momento el poder de los carolingios, la familia de Carlos, fue en aumento, hasta que su hijo Pipino el Breve logró adueñarse del trono. Para ello contó con el apoyo del papa Esteban, y a cambio le concedió una franja de Italia central.
Biblia enjoyada. Tesoro de la catedral de Aquisgrán.
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La alianza entre los francos y el papado influyó mucho en Carlomagno, hijo y sucesor de Pipino, que además de llevar el nombre de su abuelo Carlos gozaba de su misma energía y decisión. Quería renovar la majestad del antiguo Imperio romano, y ello en una época en que la Iglesia buscaba la forma de fundar un Estado gobernado por el dogma cristiano . La unión de ambos ideales en el imperio forjado por Carlomagno orientó el curso de la historia europea durante cinco siglos. El rey franco subió al trono en 768, gobernó durante cuarenta y seis años , y se dedicó a conquistar el territorio de sus vecinos y a convertirlos al cristianismo católico, es decir, romano, «con lengua de hierro». Así se hizo con la pagana Sajonia, objeto de una brutal ocupación.
En la primavera de 777, los francos celebraban una Dieta (una asamblea de magnates laicos y eclesiásticos) en la ciudad de Paderborn, en Westfalia, para deliberar sobre el futuro de Sajonia. En medio de la reunión aparecieron tres notables musulmanes , que habían viajado desde los Pirineos hasta allí provistos de un salvoconducto. Los emisarios y su comitiva causaron una honda impresión. Había pasado más de una generación desde la última vez que la aristocracia franca había tenido contacto directo con el mundo musulmán. Los corpulentos germanos, pertenecientes a todas las tribus (francos, borgoñones, alamanes, sajones, frisios), se levantaron de sus bancos de madera cubiertos de piel de oso para tratar de comprender el propósito de tan insólita embajada.
La riqueza del Islam. La rica ciudad de Bagdad, fundada por al-Mansur, abuelo de al-Rashid, era, con casi un millón de habitantes, el corazón del califato. Arriba, dinar abasí.
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La delegación estaba compuesta por el emir abasí de Barcelona (que también lo era de Gerona) y por los valíes de Zaragoza y Huesca. Carlomagno escuchó sus quejas sobre la pretensión del emir omeya de Córdoba, Abderramán I, de controlar todo el territorio de Hispania. Abderramán era el único príncipe omeya que había escapado con vida después de que su dinastía fuese derrocada por los abasíes; apoyado por leales a su familia, desembarcó en Almuñécar, al sur de la península Ibérica, en 755, y tras derrotar al gobernador abasí se instaló en Córdoba , capital de al-Andalus en los siguientes tres siglos.
La ciudad de Jerusalén. Carlomagno protegió a los peregrinos cristianos de Jerusalén, lugar sagrado para judíos, cristianos y musulmanes, que allí levantaron la Cúpula de la Roca (arriba).
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Ahora Carlomagno se veía en la necesidad de elegir entre el emir omeya y el califa abasí de Bagdad, Muhammad al-Mahdi, y lo hizo a favor de este último. En el año 778 , Carlomagno partió al frente de una expedición cuyo objetivo era la capital de Abderramán, aunque para alcanzarla debía atravesar el río Ebro por Zaragoza , según el plan acordado en Paderborn entre los tres emisarios y el rey. Sin embargo, la presencia de tropas cordobesas impidió que Zaragoza le abriera sus puertas. Entonces Carlomagno dio media vuelta y cruzó los Pirineos, quizá por Roncesvalles como quiere la leyenda; lo que allí ocurrió forma parte más de la épica que de la historia.
LA LLAMADA DE BAGDAD El fracaso en Zaragoza no impidió que los francos conquistasen inexorablemente la hegemonía sobre Europa. El día de Navidad del año 800, el papa León III coronó emperador a Carlomagno durante la misa del gallo en Roma, certificando que el poderoso reino franco era ya un imperio. Y así lo reconoció también el imponente califato abasí. Para que esto último sucediera debieron ocurrir algunos hechos importantes. Uno fue la decisión de Carlomagno de ocupar la ciudad de Barcelona en el otoño de 801 a fin de convertirla en el enclave de una sólida «marca», la Marca Hispánica , un protectorado fronterizo que frenara el expansionismo omeya. Otro fue la repentina muerte de al-Hadi en 776, que abrió el camino del califato a su hermano pequeño Harun al-Rashid, el más famoso y el más culto de los soberanos abasíes; hombre apasionado tanto de las controversias filosóficas, la poesía báquica, el vino y los muchachos , como de la hegemonía sobre los otros pueblos del Islam, en especial sobre los omeyas de Córdoba.
La capilla Palatina. Inspirada en la iglesia de San Vital de Rávena y el palacio imperial de Constantinopla, y consagrada en 805, era la prueba manifiesta del nuevo poder imperial carolingio.
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No es de extrañar, por tanto, que Harun enviase a Aquisgrán, la capital de Carlomagno, una embajada con hermosos regalos para celebrar su coronación imperial y la conquista de Barcelona. El cronista Eginardo refiere en sus Anales que, en el año 801, estando Carlomagno en Pavía, «le anunciaron que unos legados de Aarón [Harun al-Rashid], rey de los persas, habían llegado al puerto de Pisa . Envió, pues, a unos hombres a su encuentro, [...] e hizo que se presentaran ante él. Uno de ellos era persa de oriente, legado del mencionado rey, y el otro era sarraceno procedente de África, legado del emir Abraham [Ibrahim ibn al-Aglab], que gobernaba en los confines de África, en Fez. Éstos anunciaron que el judío Isaac, a quien el emperador había enviado cuatro años antes ante el mencionado rey de los persas con sus legados Lantfrido y Segismundo, había emprendido ya el camino de regreso con grandes mercedes».
Corona votiva traída por el emperador desde Lombardía. Tesoro de la catedral de Aquisgrán.
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Lantfrido y Segismundo murieron durante el viaje de vuelta. El 20 de julio de 802, Carlomagno recibió los presentes que le enviaba el califa en la recién construida capilla Palatina. Entre los muchos regalos, el emperador se entusiasmó con un elefante africano de nombre Abul Abbas, traído hasta allí por el mercader Isaac el judío tras recorrer cuatro mil kilómetros, desde Bagdad a Génova pasando por el norte de África. Este regalo es una muestra de la diplomacia abasí : un cumplido a la fidelidad carolingia, a una estrategia mundial que relacionaba los intereses del califa de Bagdad y del nuevo emperador de Occidente como respuesta a la toma de Barcelona de manos omeyas.
EL SUEÑO DE DOS COLOSOS Los embajadores del califa de Bagdad supieron apreciar, además, el significado de la capilla Palatina, que seguía el ejemplo de la iglesia de San Vital de Ravena y del gran palacio imperial de Constantinopla, con su cámara octogonal, el chrystotriklinos, combinación de capilla y sala del trono. Si Abderramán había edificado en Córdoba su monumental mezquita , con un gran efecto propagandístico, la construcción de Aquisgrán supuso un golpe de efecto similar: indujo a los enviados del califa a afirmar que en Europa existía por fin un poder lo bastante fuerte como para defenderse del expansionismo de los omeyas . La relación entre Carlomagno y Harun al-Rashid se prolongó. En 807, Carlomagno, también en Aquisgrán, recibió del califa «un pabellón y unas tiendas de campaña que contenían una antesala de admirable tamaño e inmejorable aspecto», «gran cantidad de capas sirias, valiosas y de gran precio, aromas, ungüentos, bálsamo» y un prodigioso reloj mecánico con pequeñas figuras de jinetes cuya aparición marcaba las horas.
La mezquita de Córdoba. Comenzada por Abderramán I, su construccio´n era el espejo del poder alcanzado por los omeyas de al-Andalus. En la imagen, la sala de oración.
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Pero los proyectos imperiales de Carlomagno y Harun no sobrevivieron mucho tiempo a estos dos colosos. En 843, el tratado de Verdún supuso la partición de los dominios del emperador entre sus herederos; mientras, una sucesión de guerras civiles en Bagdad consagró el fraccionamiento de los vastos dominios del califato. La disolución de estos dos poderes dio paso a un período de civilizaciones desconectadas y encerradas en sí mismas, y al florecimiento de entidades pequeñas por todos lados, desde el kanato jázaro que, convertido al judaísmo, dominó la región entre el mar Negro y el Caspio, hasta los principados feudales en Francia, Inglaterra, Italia y el norte de España.
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