Gastamos demasiado tiempo en luchar batallas innecesarias. La vida son dos días, y uno y medio lo gastamos intentando ganar la aprobación de quienes siempre van a encontrar motivos para despreciarnos.
Nos duele más una ofensa que mil halagos, porque así de frágiles somos (y así de equivocados estamos).
Queremos enarbolar banderas que nadie necesita, mientras callamos las palabras que sí se esperan. Por comodidad o por miedo.
Compadreamos con la mediocridad.
Maldita cobardía, que se nos ha instalado en el alma disfrazada de prudencia.
No nos adentramos en los campos donde hacen falta mártires, mientras paseamos por el escenario de las tonterías.
Seguimos a un crucificado desde atalayas de bienestar.
No puede ser.
José María Rodríguez Olaizola Sj
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