¿de dónde procede la expresión “mantenerse en sus trece”, es decir, negarse a abandonar una posición u opinión? Hay varias teorías al respecto, pero la más acreditada se refiere al papa -oficialmente antipapa- Benedicto XIII, más conocido como el Papa Luna, por su linaje y escudo de armas.
Benedicto XIII ejerció su pontificado de 1394 a 1398, oficialmente, y hasta 1423 como antipapa después de que un cónclave le declarase depuesto. Siempre defendió que su autoridad era superior a la del cónclave y que él era el único papa legítimo, aunque al final ya solo la Corona de Aragón lo reconocía como tal, lo que habría dado origen a la expresión “mantenerse en sus trece”: defender la propia posición tozudamente a pesar de toda evidencia en sentido contrario.
ENTRE UN CISMA Y OTRO
Pedro Martínez de Luna y Pérez de Gotor, como así se llamaba, vivió entre dos de las épocas más convulsas de la cristiandad occidental. Los Luna eran uno de los linajes nobles más antiguos e ilustres de la península Ibérica, descendientes de la casa real de Pamplona y emparentados también con la de Aragón. Como hijo segundo su carrera se orientó hacia la Iglesia y, tras graduarse en la universidad de Montpellier, ejerció como profesor de derecho canónico.
El ansiado cardenalato le llegó en 1375 de manos del papa Gregorio XI; los Luna ya habían ocupado diversos cargos eclesiásticos importantes, lo que seguramente influyó en la decisión. Pedro pasó a formar parte de la Curia Pontificia como juez comisario; eran los últimos años del Papado de Aviñón y sus misiones le permitieron conocer a personajes que pasarían a la historia de la Iglesia como la futura santa Catalina de Siena. Fue uno de los cardenales que acompañaron al papa Gregorio en su solemne regreso a Roma en 1377, que ponía fin a casi setenta años de división de la Iglesia católica.
Gregorio XI murió al año siguiente y el cónclave, del que formaba parte el cardenal de Luna, se reunió para decidir su sucesor. Para evitar la elección de un nuevo papa francés se optó por Bartolomeo Prignano, arzobispo de Bari, que subió al solio pontificio con el nombre de Urbano VI. Pero este papa pronto demostró tener demasiada iniciativa para el gusto de los cardenales: les reprochaba la vida licenciosa que llevaban, les trataba con desprecio si no aprobaban sus medidas y se entrometía en los asuntos políticos de los estados vecinos -amenazando, por ejemplo, a la reina Juana de Nápoles con hacerla encerrar en un convento si no pagaba sus deudas con el papado-, poniendo en peligro la seguridad de los Estados Pontificios.
En verano de 1378 la mayoría de cardenales de la curia se reunieron en Anagni, declararon nula la elección de Urbano VI y eligieron a un nuevo papa
En verano de 1378 la mayoría de cardenales de la curia se reunieron en Anagni, ciudad cercana a Roma que fue escenario de algunos de los episodios más convulsos de la historia del papado. Allí declararon nula la elección de Urbano VI puesto que se había hecho en medio de un clima de crispación en Roma y por lo tanto podía considerarse que había sido obtenida con violencia. En su lugar fue elegido el francés Roberto de Ginebra, que tomó el nombre de Clemente VII: pero Urbano se negó a renunciar, dando inicio a una nueva división que duraría otros cuarenta años y sería conocido como el Cisma de Occidente.
Aunque en aquel momento la mayoría de Europa reconoció a Clemente como el papa legítimo, su elección no fue válida según el derecho canónico y, por lo tanto, es considerado como un antipapa; por ese motivo, el nombre de Clemente VII seguía “libre” y fue adoptado por el cardenal Julio de Médici cuando fue elegido papa en 1523.
EL PAPA QUE SE MANTUVO EN SUS TRECE
Pedro de Luna fue uno de los hombres de confianza del antipapa Clemente en los diceiséis años que duró su pontificado. No resulta extraño pues que fuese elegido como su sucesor en 1394 con una apabullante mayoría de 20 votos sobre 21, tomando el nombre de Benedicto XIII. Al igual que con Clemente VII, su elección no se consideró válida en Roma y siglos más tarde hubo otro papa con el mismo nombre, este sí oficial. No obstante, en 2018 se presentó una iniciativa al Vaticano para pedir la rehabilitación de Pedro de Luna como papa oficial, apoyada por varios obispos españoles.
Benedicto no gozó del mismo apoyo que habían tenido sus predecesores. Francia había apoyado con anterioridad a los antipapas porque, siendo franceses, podían resultar útiles políticamente. Pero Pedro de Luna era aragonés y además no se mostraba dispuesto a dejarse manejar por el poder real, de modo que en 1398 la corona francesa le presionó para que renunciase y, ante su negativa, impuso un bloqueo militar sobre el palacio papal de Aviñón. Finalmente, en 1403 logró escapar y refugiarse en Nápoles, pero su poder había sufrido un duro golpe: al retirarle Francia su apoyo también lo habían hecho los cardenales franceses, que componían la mayoría de su curia, así como varios reinos aliados. Solamente le restaba el apoyo de cinco cardenales y de las coronas de Aragón, Castilla, Escocia y Sicilia.
La Iglesia se encontró con tres pontífices que proclamaban su legitimidad, por lo que el rey Segismundo de Hungría tomó cartas en el asunto y convocó un concilio en Constanza
La situación de complicó todavía más en 1409, cuando un concilio celebrado en Pisa dictaminó la destitución de los dos papas -el oficial, Gregorio XII, y Benedicto XIII- y proclamó uno nuevo, Alejandro V. Sin embargo, ninguno de los anteriores quiso renunciar y la Iglesia se encontró con tres pontífices que proclamaban su legitimidad. Finalmente el rey Segismundo de Hungría, que había reclamado sus derechos como Rey de los Romanos -el antiguo título de los reyes lombardos del norte de Italia- tomó cartas en el asunto y convocó un nuevo concilio en Constanza.
El Concilio de Constanza duró cuatro años y trató, entre otros asuntos, la reunificación de la Iglesia católica. Con ese fin ratificó la destitución de Benedicto XIII así como del antipapa de Aviñón, Juan XXIII, a los que declaró herejes; Gregorio XII, por su parte, renunció en favor de la unificación de la Iglesia; y se declaró a Martín V como papa único.
El Papa Luna se negó a aceptar el veredicto y siguió defendiendo su legitimidad hasta el final de su vida, pero la decisión del Concilio de Constanza barrió los últimos apoyos que le quedaban. Alfonso V de Aragón le acogió en su reino y le mantuvo su protección debido a la importancia política que tenían los Luna para la corona. El rey puso a su disposición el Castillo de Peñíscola, en el reino de Valencia, una antigua fortaleza templaria donde vivió hasta su muerte en 1423 y en la que incluso instaló su propia corte papal, aunque no fuese reconocida por nadie. Solo su sucesor, el antipapa Clemente VIII, aceptó renunciar a su legitimidad en 1429, terminando oficialmente el Gran Cisma de Occidente.
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