En un pueblo había una cruz muy antigua. Muchos acudían ahí para pedirle a Cristo algún milagro.
Un día un hombre quiso pedirle un favor. Lo impulsaba un sentimiento generoso.
Se arrodilló ante la cruz y dijo:
"Señor, quiero padecer por ti. Déjame ocupar tu puesto. Quiero reemplazarte en la cruz."
Y se quedó fijo con la mirada puesta en la cruz, como esperando la respuesta. El Señor abrió sus labios y habló. Sus palabras cayeron de lo alto, susurrantes y amonestadoras:
"Siervo mío, accedo a tu deseo, pero ha de ser con una condición".
"¿Cuál, Señor?, - preguntó con acento suplicante el hombre. ¿Es una condición difícil? Estoy dispuesto a cumplirla con tu ayuda, Señor, respondió él viejo ermitaño.
Escucha: suceda lo que suceda y veas lo que veas, has de guardar silencio siempre.
El hombre contestó: "Te lo prometo, Señor" Y se efectuó el cambio. Nadie advirtió el trueque. Nadie reconoció al hombre, colgado con los clavos en la Cruz.
El Señor ocupaba el puesto del hombre. Y éste por largo tiempo cumplió el compromiso. A nadie dijo nada.
Pero un día, llegó un rico, después de haber orado, dejó allí olvidada su billetera. El hombre lo vio y calló. Tampoco dijo nada cuando un pobre, que vino dos horas después, se encontro y se llevo la billetera del rico. Ni tampoco dijo nada cuando un muchacho se postró ante él poco después para pedirle su bendición antes de emprender un largo viaje.
Pero en ese momento volvió a entrar el rico en busca de la billetera.
Al no hallarla, pensó que el muchacho se la había apropiado.
El rico se volvió al joven y le dijo enojado:
¡Dame la billetera que me has robado!. El joven sorprendido, replicó: ¡No he robado ninguna billetera!.
¡No mientas, devuélvemela enseguida!.
Le repito que no he tomado ninguna billetera , afirmó el muchacho.
El rico arremetió, furioso contra él. Sonó entonces una voz fuerte: ¡Detente!
El rico miró hacia arriba y vio que la imagen le hablaba. El hombre, que no pudo permanecer en silencio, gritó, defendió al joven, increpó al rico por la falsa acusación. Éste quedó anonadado y se fue.
El joven se fue también porque tenía prisa para emprender su viaje.
Cuando el lugar quedó a solas, Cristo se dirigió a su siervo y le dijo:
"Baja de la Cruz. No sirves para ocupar mi puesto. No has sabido guardar silencio".
"Señor, - dijo el hombre - , ¿Cómo iba a permitir esa injusticia?".
Se cambiaron los oficios. Jesús ocupó la Cruz de nuevo y el hombre se quedó ante la Cruz.
El Señor, siguió hablando: "Tú no sabías que al rico le convenía perder la billetera, pues llevaba en ella el precio de la virginidad de una joven mujer. El pobre, por el contrario, tenía necesidad de ese dinero e hizo bien en llevárselo pues se la habia encontrado y con eso dio de comer a sus hijos; en cuanto al muchacho que iba a ser golpeado, sus heridas le hubiesen impedido realizar el viaje en el cúal podría encontrar su muerte. Ahora, hace unos minutos acaba de zozobrar el barco y él ha perdido la vida. Tú no sabías nada.
Yo sí se. Por eso callo".
Y el señor nuevamente guardó silencio.
Muchas veces nos preguntamos ¿por qué razón Dios no nos contesta?.
¿Por qué razón se queda callado Dios?
Muchos de nosotros quisiéramos que Él nos respondiera lo que deseamos oír... pero, Dios no es así. Dios nos responde aun con el silencio... Debemos aprender a escucharlo. Su Divino Silencio, son palabras destinadas a convencernos de que, él sabe lo que está haciendo. En su silencio nos dice con amor:
¡CONFIA EN MÍ, QUE SÉ BIEN LO QUE DEBO HACER!
No hay comentarios:
Publicar un comentario