Hace
muchos años, un sacerdote fue destinado a un pequeño pueblo perdido entre las
montañas. Su primer trabajo consistió en arreglar la iglesia, pues tenía el
tejado agrietado y entraba agua en su interior. Él quería dejar la iglesia tan
hermosa que puso cuidado en pintar y adecentar todo. Y claro, había una imagen
de la Virgen, ¡tan fea! que quería quitarla a toda costa. Sin embargo, la gente
del pueblo no quería que la retiraran.
El
sacerdote planeó entonces adquirir una imagen bonita y ubicarla en el altar
principal, desplazando a la Virgen Fea hacia un rincón secundario o, mejor
todavía, escondiéndola en un trastero, pero en cuanto la gente supo de sus
intenciones, se lo impidió.
Pasaron algunos años. La iglesia había quedado hermosa
y resplandecía en la colina. Pero mientras más aumentaba la belleza de la
iglesia, más resaltaba la fealdad de la imagen sobre el altar.
El
sacerdote, espantado por una Virgen tan fea, seguía pensando cómo conseguir
apartarla de su vista.
En
agosto llegó el momento de celebrar la procesión de la Virgen y el sacerdote
propuso llevar la imagen hacia unas casas nuevas para bendecirlas, y como
quedaban muy apartadas, sugirió montarla en un camión.
La
procesión empezó. Todo iba como de costumbre y la gente del pueblo iba feliz,
cantando y rezando. A cierta altura, tal como se había previsto, el viejo
camión se dirigió hacia el barrio nuevo. Faltaba pavimento en esa zona, y los
caminos de tierra estaban tan descuidados que el camión avanzaba con dificultad.
De
pronto, el camión derrapó y cayó en una zanja profunda. La violenta caída rompió
la imagen de la Virgen en mil pedazos. La multitud gritó a una sola voz.
Pero
no era solamente por la destrucción de la Virgen Fea: destruida la gruesa
cáscara de arcilla, apareció una rutilante imagen de plata, con un rostro tan
bello e inocente que a todos deslumbró.
El
sacerdote y los fieles comprendieron que la imagen de la Virgen Fea seguramente
se había hecho para tapar la hermosa imagen original e impedir que los ladrones
se la llevaran. Y el sacerdote pensó: ¡qué equivocado estaba rechazando a la
Virgen fea, sin darme cuenta de que la belleza está en el interior…!
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