¡La
pequeña ciudad de Nazaret bullía de emoción! Se estaban preparando para una
visita al templo de Dios en Jerusalén.
Los
padres estaban atareados haciendo los paquetes y preparando la comida. Y los
niños andaban por todas partes.
Jesús
iba por primera vez. Tenía doce años.
Cuando
llegaron allí, la ciudad estaba muy concurrida. Sus estrechas calles aparecían
llenas de gente que se dirigían al templo de Dios.
Alrededor
del templo había una muralla, con grandes puertas, como un castillo. Dentro
había una gran plaza abierta y más murallas. José y Jesús cruzaron la plaza.
En
la sombra junto a las murallas, se sentaban los maestros. Los maestros
enseñaban a la gente cosas sobre Dios y les explicaban qué hacer para
agradarle. Y contestaban a sus preguntas. Jesús quería pararse a oír, pero José
no se detuvo.
Aquella
noche, la familia celebró una comida especial. En ella se contaba la historia
que explicaba cómo Dios había ayudado a su pueblo a escapar de Egipto hacía
mucho, mucho tiempo.
Finalmente
llegó la hora de regresar a casa. Los padres estaban atareados con los equipajes.
Y los niños andaban por todas partes.
Nadie
notó que Jesús había desaparecido… hasta la hora de acostarse.
¡Jesús
se había perdido!
Nadie
lo había visto en todo el día.
María
y José apenas durmieron, estaban muy preocupados. Tan pronto como se hizo de
día, volvieron a Jerusalén y buscaron a Jesús por todas partes.
Finalmente,
llegaron al templo.
Y
allí estaba, sano y salvo, con los maestros, escuchando y haciendo preguntas.
-
¡Jesús! –gritó María-. Hemos estado buscándote por todas partes. Estábamos muy
preocupados.
Jesús
los miró con sorpresa. No era un niño travieso. Nunca hacía cosas malas.
-
Debíais suponer que yo estaba aquí. El templo es la casa de mi Padre –les dijo.
Luego
se levantó enseguida y se fue con ellos.
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