Blog para la muestra y reflexión sobre el Misterio mediante mayéutica socrática.
jueves, 28 de abril de 2016
domingo, 24 de abril de 2016
jueves, 21 de abril de 2016
La Virgen Fea
miércoles, 20 de abril de 2016
¿DÓNDE ESTÁ JESÚS? (Evangelio de la Biblia infantil)
domingo, 17 de abril de 2016
El Rey Triste y el sirviente Feliz
Había una vez un rey muy triste que tenía un sirviente, que como todo sirviente de rey triste, era muy feliz. Todas las mañanas llegaba a traer el desayuno y despertaba al rey cantando y tarareando alegres canciones. Una sonrisa se dibujaba en su distendida cara y su actitud para con la vida era siempre serena y alegre. Un día el rey lo mandó a llamar: * Sirviente -le dijo- ¿cuál es el secreto? * ¿Qué secreto, Majestad? * ¿Cuál es el secreto de tu alegría? * No hay ningún secreto, Alteza. * No me mientas, sirviente. He mandado a cortar cabezas por ofensas menores que una mentira. * No le miento, Alteza, no guardo ningún secreto. * ¿Por qué está siempre alegre y feliz? ¿eh? ¿Por qué? * Majestad, no tengo razones para estar triste. Su Alteza me honra permitiéndome atenderlo. Tengo mi esposa y mis hijos viviendo en la casa que la Corte nos ha asignado, somos vestidos y alimentados y además su Alteza me premia de vez en cuando con algunas monedas para darnos algunos gustos, ¿cómo no estar feliz? * Si no me dices ya mismo el secreto, te haré decapitar -dijo el rey-. Nadie puede ser feliz por esas razones que has dado. * Pero, Majestad, no hay secreto. Nada me gustaría más que complacerlo, pero no hay nada que yo esté ocultando... * Vete, ¡vete antes de que llame al verdugo! El sirviente sonrió, hizo una reverencia y salió de la habitación. El rey estaba como loco. No consiguió explicarse cómo el sirviente estaba feliz viviendo de prestado, usando ropa usada y alimentándose de las sobras de los cortesanos. Cuando se calmó, llamó al más sabio de sus asesores y le contó su conversación de la mañana. * ¿Por qué él es feliz? * Ah, Majestad, lo que sucede es que él está fuera del círculo. * ¿Fuera del círculo? * Así es. * ¿Y eso es lo que lo hace feliz? * No Majestad, eso es lo que no lo hace infeliz. * A ver si entiendo, estar en el círculo te hace infeliz. * Así es. * ¿Y cómo salió? * ¡Nunca entró!! * ¿Qué círculo es ese? * El círculo del 99. * Verdaderamente, no te entiendo nada -dijo el Rey-. * La única manera para que entendieras, sería mostrártelo en los hechos. * ¿Cómo? * Haciendo entrar a tu sirviente en el círculo. * Eso, obliguémoslo a entrar!! * No, Alteza, nadie puede obligar a nadie a entrar en el círculo. * Entonces habrá que engañarlo. * No hace falta, Su Majestad. Si le damos la oportunidad, él entrará solo en el círculo. * ¿Pero él no se dará cuenta de que eso es su infelicidad? * Si, se dará cuenta. * Entonces no entrará. * No lo podrá evitar. * ¿Dices que él se dará cuenta de la infelicidad que le causará entrar en ese ridículo círculo, y de todos modos entrará en él y no podrá salir? * Tal cual. Majestad, ¿estás dispuesto a perder un excelente sirviente para poder entender la estructura del círculo? * Sí * Bien, esta noche te pasaré a buscar. Debes tener preparada una bolsa de cuero con 99 monedas de oro, ni una más ni una menos. ¡99! * ¿Qué más? ¿Llevo los guardias por si acaso? * Nada más que la bolsa de cuero. Majestad, hasta la noche. * Hasta la noche. Así fue. Esa noche, el sabio pasó a buscar al rey. Juntos se escurrieron hasta los patios del palacio y se ocultaron junto a la casa del sirviente. Allí esperaron el alba. Cuando dentro de la casa se encendió la primera vela, el hombre sabio agarró la bolsa y le pinchó un papel que decía: "Este tesoro es tuyo. Es el premio por ser un buen hombre. Disfrútalo y no cuentes a nadie cómo lo encontraste". Luego ató la bolsa con el papel en la puerta del sirviente, golpeó y volvió a esconderse. Cuando el sirviente salió, el sabio y el rey espiaban desde atrás de unas matas lo que sucedía. El sirviente vio la bolsa, leyó el papel, agitó la bolsa y al escuchar el sonido metálico se estremeció, apretó la bolsa contra el pecho, miró hacia todos lados de la puerta y entró a su hogar. El rey y el sabio se arrimaron a la ventana para ver la escena. El sirviente ingresó presuroso a su hogar y con su brazo arrojó al piso todo lo que había sobre la mesa dejado sólo la vela. Se sentó y vació el contenido de la bolsa... Sus ojos no podían creer lo que veían. ¡Era una montaña de monedas de oro! El, que nunca había tocado una de estas monedas, tenia hoy una montaña de ellas !! El sirviente las tocaba y amontonaba, las acariciaba y hacía brillar a la luz de la vela. Las juntaba y desparramaba, hacía pilas de monedas. Así, jugando y jugando empezó a hacer pilas de 10 monedas. Una pila de diez, dos pilas de diez, tres pilas, cuatro, cinco, seis... y mientras sumaba 10, 20,30, 40, 50, 60... hasta que formó la última pila: 9 monedas !!! Su mirada recorrió la mesa primero, buscando una moneda más. Luego el piso y finalmente la bolsa. * "No puede ser", pensó. Puso la última pila al lado de las otras y confirmó que era más baja. * Me robaron -gritó- me robaron, malditos!! Una vez más buscó en la mesa, en el piso, en la bolsa, en sus ropas, vació sus bolsillos, corrió los muebles, pero no encontró lo que buscaba. Sobre la mesa, como burlándose de él, una montañita resplandeciente le recordaba que había 99 monedas de oro "sólo 99". * "99 monedas. Es mucho dinero", pensó. Pero me falta una moneda. Noventa y nueve no es un número completo -pensaba- Cien es un número completo pero noventa y nueve, no. El rey y su asesor miraban por la ventana. La cara del sirviente ya no era la misma, estaba con el ceño fruncido y los rasgos tiesos, los ojos se habían vuelto pequeños y arrugados y la boca mostraba un horrible rictus, por el que se asomaban los dientes. El sirviente guardó las monedas en la bolsa y mirando para todos lados para ver si alguien de la casa lo veía, escondió la bolsa entre la leña. Luego tomó papel y pluma y se sentó a hacer cálculos. ¿Cuánto tiempo tendría que ahorrar el sirviente para comprar su moneda número cien? Todo el tiempo hablaba solo, en voz alta. Estaba dispuesto a trabajar duro hasta conseguirla. Después quizás no necesitara trabajar más. Con cien monedas de oro, un hombre puede dejar de trabajar. Con cien monedas de oro un hombre es rico. Con cien monedas se puede vivir tranquilo. Sacó el cálculo. Si trabajaba y ahorraba su salario y algún dinero extra que recibía, en once o doce años juntaría lo necesario. "Doce años es mucho tiempo", pensó. Quizás pudiera pedirle a su esposa que buscara trabajo en el pueblo por un tiempo. Y él mismo, después de todo, él terminaba su tarea en palacio a las cinco de la tarde, podría trabajar hasta la noche y recibir alguna paga extra por ello. Sacó las cuentas: sumando su trabajo en el pueblo y el de su esposa, en siete años reuniría el dinero. Era demasiado tiempo!!! Quizás pudiera llevar al pueblo lo que quedaba de comidas todas las noches y venderlo por unas monedas. De hecho, cuanto menos comieran, más comida habría para vender...Vender... Vender... Estaba haciendo calor. ¿Para qué tanta ropa de invierno? ¿Para qué más de un par de zapatos? Era un sacrificio, pero en cuatro años de sacrificios llegaría a su moneda cien. El rey y el sabio, volvieron al palacio. El sirviente había entrado en el círculo del 99... Durante los siguientes meses, el sirviente siguió sus planes tal como se le ocurrieron aquella noche. Una mañana, el sirviente entró a la alcoba real golpeando las puertas, refunfuñando de pocas pulgas. * ¿Qué te pasa?- preguntó el rey de buen modo. * Nada me pasa, nada me pasa. * Antes, no hace mucho, reías y cantabas todo el tiempo. * Hago mi trabajo, ¿no? ¿Qué querría su Alteza, que fuera su bufón y su juglar también? No pasó mucho tiempo antes de que el rey despidiera al sirviente. No era agradable tener un sirviente que estuviera siempre de mal humor... Comentario del autor del Cuento: Vos y yo y todos nosotros hemos sido educados en esta estúpida ideología: Siempre nos falta algo para estar completos, y sólo completos se puede gozar de lo que se tiene. Por lo tanto, nos enseñaron, la felicidad deberá esperar a completar lo que falta... Y como siempre nos falta algo, la idea retoma el comienzo y nunca se puede gozar de la vida. Pero qué pasaría si la iluminación llegara a nuestras vidas y nos diéramos cuenta, así, de golpe, que nuestras 99 monedas son el cien por ciento del tesoro, que no nos falta nada, que nadie se quedó con lo nuestro, que nada tiene de más redondo cien que noventa y nueve, que todo es sólo una trampa, puesta frente a nosotros para que quedemos cansados, malhumorados, infelices o resignados. Una trampa para que todo siga igual ... "... cuántas cosas cambiarían si pudiéramos disfrutar de nuestros tesoros tal como están..." |
sábado, 16 de abril de 2016
El Silencio de Dios
En un pueblo había una cruz muy antigua. Muchos acudían ahí para pedirle a Cristo algún milagro.
Un día un hombre quiso pedirle un favor. Lo impulsaba un sentimiento generoso.
Se arrodilló ante la cruz y dijo:
"Señor, quiero padecer por ti. Déjame ocupar tu puesto. Quiero reemplazarte en la cruz."
Y se quedó fijo con la mirada puesta en la cruz, como esperando la respuesta. El Señor abrió sus labios y habló. Sus palabras cayeron de lo alto, susurrantes y amonestadoras:
"Siervo mío, accedo a tu deseo, pero ha de ser con una condición".
"¿Cuál, Señor?, - preguntó con acento suplicante el hombre. ¿Es una condición difícil? Estoy dispuesto a cumplirla con tu ayuda, Señor, respondió él viejo ermitaño.
Escucha: suceda lo que suceda y veas lo que veas, has de guardar silencio siempre.
El hombre contestó: "Te lo prometo, Señor" Y se efectuó el cambio. Nadie advirtió el trueque. Nadie reconoció al hombre, colgado con los clavos en la Cruz.
El Señor ocupaba el puesto del hombre. Y éste por largo tiempo cumplió el compromiso. A nadie dijo nada.
Pero un día, llegó un rico, después de haber orado, dejó allí olvidada su billetera. El hombre lo vio y calló. Tampoco dijo nada cuando un pobre, que vino dos horas después, se encontro y se llevo la billetera del rico. Ni tampoco dijo nada cuando un muchacho se postró ante él poco después para pedirle su bendición antes de emprender un largo viaje.
Pero en ese momento volvió a entrar el rico en busca de la billetera.
Al no hallarla, pensó que el muchacho se la había apropiado.
El rico se volvió al joven y le dijo enojado:
¡Dame la billetera que me has robado!. El joven sorprendido, replicó: ¡No he robado ninguna billetera!.
¡No mientas, devuélvemela enseguida!.
Le repito que no he tomado ninguna billetera , afirmó el muchacho.
El rico arremetió, furioso contra él. Sonó entonces una voz fuerte: ¡Detente!
El rico miró hacia arriba y vio que la imagen le hablaba. El hombre, que no pudo permanecer en silencio, gritó, defendió al joven, increpó al rico por la falsa acusación. Éste quedó anonadado y se fue.
El joven se fue también porque tenía prisa para emprender su viaje.
Cuando el lugar quedó a solas, Cristo se dirigió a su siervo y le dijo:
"Baja de la Cruz. No sirves para ocupar mi puesto. No has sabido guardar silencio".
"Señor, - dijo el hombre - , ¿Cómo iba a permitir esa injusticia?".
Se cambiaron los oficios. Jesús ocupó la Cruz de nuevo y el hombre se quedó ante la Cruz.
El Señor, siguió hablando: "Tú no sabías que al rico le convenía perder la billetera, pues llevaba en ella el precio de la virginidad de una joven mujer. El pobre, por el contrario, tenía necesidad de ese dinero e hizo bien en llevárselo pues se la habia encontrado y con eso dio de comer a sus hijos; en cuanto al muchacho que iba a ser golpeado, sus heridas le hubiesen impedido realizar el viaje en el cúal podría encontrar su muerte. Ahora, hace unos minutos acaba de zozobrar el barco y él ha perdido la vida. Tú no sabías nada.
Yo sí se. Por eso callo".
Y el señor nuevamente guardó silencio.
Muchas veces nos preguntamos ¿por qué razón Dios no nos contesta?.
¿Por qué razón se queda callado Dios?
Muchos de nosotros quisiéramos que Él nos respondiera lo que deseamos oír... pero, Dios no es así. Dios nos responde aun con el silencio... Debemos aprender a escucharlo. Su Divino Silencio, son palabras destinadas a convencernos de que, él sabe lo que está haciendo. En su silencio nos dice con amor:
¡CONFIA EN MÍ, QUE SÉ BIEN LO QUE DEBO HACER!