Los egipcios lloraban a sus muertos y así se hicieron representar en relieves: llorando desesperados. No se contentaban tan sólo con momificar a sus muertos más dignos para que tuvieran en la muerte el aspecto más parecido posible que en vida, sino que además le dedicaban todo un cortejo fúnebre con numerosos detalles rituales que no podían pasar por alto, ya que afectaba directamente a la vida en el Más Allá del difunto.Sabemos por los relieves hallados en numerosas tumbas cómo se desarrollaba todo el evento.
El enterramiento comenzaba con el traslado desde la casa hasta el lugar de enterramiento. Este traslado era pomposo, en forma de procesión. Para ella, la momia había sido colocada en su correspondiente ataúd o bien en el sarcófago. En este cortejo participaban muchas personas. No debemos olvidar qué tipo de familias podían costearse esta clase de enterramientos –realeza y alta nobleza-, y son las únicas que estudiamos debido a que son las que nos han dejado huella. Es por ello que participaban en él tanto familiares como miembros de la administración del Estado.
Para una mayor facilidad en el traslado, el ataúd iba colocado sobre un trineo que era arrastrado por familiares y sacerdotes. En casos de mayor importancia del personaje, como por ejemplo Faraón, del trineo tiraban bueyes sagrados. También formaban parte de este cortejo fúnebre dos trineos más: uno de ellos trasladaba la caja que contenía los vasos canopos, que contenían los órganos seleccionados del difunto; en el otro trineo se nos muestra aparentemente que traslada a un hombre envuelto en tela. Se trata del Tekenu. No se sabe a ciencia cierta qué o quién podría ser este tekenu, pero los investigadores barajan varias teorías: los restos no usados en la momificación, un sacerdote, o hasta la representación de un feto.
Lo que sí sabemos con seguridad es que estas procesiones se dirigían todas a un sitio en concreto, la necrópolis, que se encuentra en la orilla izquierda del río (al Occidente), y para lo cual debían cruzar con el difundo el Nilo. Todas las necrópolis egipcias se encuentran en ésta orilla del río debido al sentido metafórico de la puesta del sol relacionada con la muerte (recordemos que además los egipcios pensaban que el difunto bajaba al inframundo en la barca de Ra, subiéndose a ella en el atardecer). Otro dato curiosos es que cuando el difunto cruza el río, en la otra orilla había otra procesión esperándole.
La entrada en la necrópolis debía de ser un momento muy especial, ya que su llegada era celebrada con bailes. Estos bailarines son especiales; eran llamados muu y tenían una forma muy particular de bailar: chasqueando los dedos (o eso es lo que parece en las representaciones), e iban ataviados con un gorro alargado muy característico.
El rito fúnebre continuaba dentro de la tumba, en la que se procede al enterramiento propiamente dicho. Hablaremos de ellas con más profundidad en el siguiente artículo, pero podemos adelantar que toda tumba que se preciara en el Antiguo Egipto debía tener un patio, el cual era muy importante, pero que desgraciadamente están muy poco estudiados. Este patio es posiblemente el lugar en el que se llevaban a cabo los últimos rituales, de los que destaca el ritual de “la apertura de la boca”. En dicho rito el sacerdote se encargaba devolverle los sentidos al difunto tocando el ataúd con una azadilla de bronce u oro en las representaciones físicas de esos sentidos –ojos, nariz, boca y oídos-, es decir, el sacerdote tenía la labor de volver a convertirlo en un ser vivo antes de entrar en su casa eterna y que así pudieran volver a comer, beber o hablar.
Una vez concluido el último y más importante ritual, el cuerpo era introducido en la tumba por un pozo. Junto al ataúd con el cuerpo se introducen todas las ofrendas (mobiliario, alimentos, objetos prácticos, figuras de dioses, flores…). Además por lo general, los rituales fúnebres del Antiguo Egipto terminaban con una celebración, en honor a que el fallecido habría podido iniciar su periplo hacia su otra vida correctamente.
Cabe destacar que todas estas costumbres y rituales estaban, en un principio, reservadas a Faraón, y después la acogen los nobles también. Sin embargo, de la población pobre no tenemos noticias. Lo más lógico es pensar que no tendrían ningún tipo de ritual funerario ya que no podrían costear sus alto coste, y simplemente se enterrasen en un simple agujero en el suelo. Así que, como en tantos otros casos, sólo conocemos lo que ocurre con entre el 1 y 5% de la población egipcia.
Vía| J. Sanmartín y J. M. Serrano, Historia Antigua del Próximo Oriente, ed. Cátedra, 1993.
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