En este escrito se analiza la transición del poder de Saúl a David, motivada precisamente por la ruptura de la alianza por parte de Saúl y el alejamiento que eso conlleva. Analizando cómo es la puesta en escena y particularmente cómo es enfocado el problema del poder. El texto permite visualizar la ´alianza´ injertada en un conflicto de poder donde su legitimidad teológica de éste está enmarcada en el cumplimiento de la alianza que permite limitar la violencia entre los humanos. El relato plantea además la cuestión de la legitimidad del poder en Israel. Este debe estar enmarcado en la alianza, limitado por un estatuto de mutuo reconocimiento y con un sentido constructivo para la comunidad que debe crecer en una vida sin Faraón, fuera de Egipto y esta forma de ver el poder monárquico corresponde a un poder mitigado por la alianza.
Generalmente los períodos de transición son por lo regular períodos repletos de dificultades porque se trata de tiempos de transformación y por lo tanto de lucha entre lo viejo que se niega a morir y lo nuevo que apenas toma fuerza. Por esta razón, es necesario preparar bien la renovación. Uno de estos períodos que aparecen en La Biblia es la transición del reino de Saúl al reino de David.
La unción del profeta Samuel sobre David y la victoria sobre el gigante filisteo Goliat, fueron el inicio de una serie de acontecimientos de conflicto donde se empezó a gestar la nueva realidad en Israel que llevaría a David al trono.Es el punto de cruce entre los dos grandes personajes Saúl y David con dos posicionamientos diferenciados sobre el tema del poder y la alianza (unción) que se tiene con Dios y como esta evoluciona. Es este abismo entre los dos principales de Israel hace que el relato se despliegue como una exploración sobre el ejercicio humano y divino del poder y sobre el rol que éste tiene en la alianza entre Dios y el pueblo. Ambos personajes evllucionan siendo la narración de la cueva el punto de inflexión en la relación entre ambos personajes
La alianza entre Yahvé y la dinastía davídica es de carácter promisorio, lo mismo que la de Abraham (Gen 15 y 17). En ambos casos, Dios hace promesas de carácter gratuito e incondicional; pero se diferencian de la del Sinaí que es condicionada y bilateral.
En las primeras, Dios se compromete a mantener sus promesas eternamente, sin que el incumplimiento de sus obligaciones por parte de los beneficiarios las pueda invalidar (cfr. Gen 17,8.13; 2 Sam 7,12-16)
La alianza de David fue retocada y reinterpretada posteriormente. La destrucción de Jerusalén y el templo, junto con el destierro y el destronamiento de la dinastía davídica, obligaron a adaptar los textos a la nueva situación. Así, en 1 Re 2,4; 8,25; 9,4-5 el cumplimiento de las promesas está condicionado al de la ley. Lo mismo en Sal 132, 12, en oposición a Sal 89, 29-38 donde la alianza aparece formulada en términos incondicionales y absolutos.
A pesar de estas formulaciones condicionales, la alianza de David y sus promesas continuaron vivas y vigentes, como lo demuestran los textos mesiánicos de los salmos y los profetas, que siguen esperando un descendiente del tronco de David, un retoño, una luz, etc. (cfr. Is. 7; 9; 11; Jer. 23; 1 Re. 11,36; 15,4; 2 Re 8,19; etc.).
Así en los libros de Samuel nos encontramos con que el tema de los libros es el pacto con David. Jehová es fiel a sus promesas y le ayudará a su pueblo para llevar a cabo sus propósitos eternos. Dios es soberano en los asuntos de su nación. Todo se mueve hacia y se centra en el pacto con David. El pecado humano y un mal juicio pone en peligro el pacto con David, pero Dios lo anulo para lograr sus propósitos. La gran importancia de David se ve en la alianza de Dios con él. "La promesa de Dios de un Redentor se hace aún más específica en el pacto que hizo con David que su descendencia se sentaría en su trono para siempre. La simiente de la mujer ha de ser la simiente de Abraham, Isaac y Jacob, de la tribu de Judá y del linaje de David. David era un tipo del gran Rey, la llegada del Mesías. El reino de Israel fue un tipo del Reino Mesiánico por venir" (Jones, p. 126).
Esta forma de ver el poder monárquico corresponde a un poder mitigado por la alianza. Al mismo tiempo, es un poder delicado puesto que la condición de "partner creatural" entre el Señor y el humano permite que exista un conflicto de reconocimiento: "No te rechazan a ti [Samuel], sino a mí; no me quieren por rey" (1Sam 8,7). Por ese motivo es que la petición de un rey es reintroducida por Dios dentro de la alianza, porque es el restablecimiento del reconocimiento, el Señor replica al acto de Israel con un acto que los vincula más profundamente. Saúl, luego, desplaza al Señor y éste lo desplaza a su vez, creando con David un nuevo espacio, una nueva oportunidad y dando nuevas claves para evitar una fragilización de la alianza: la limitación de la violencia, que será la debilidad de David y que comportará, según la continuación del segundo libro de Samuel, tanto un fracaso como una vía de superación.
Nacho Padró
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