entre los centenares de santos de la Iglesia católica, hay uno que destaca por una peculiaridad: se trata del único santo que no es humano, sino un perro. Su nombre es San Guinefort y, aunque su culto no es oficial, fue muy popular.
Según la leyenda, este fue un lebrel que salvó al hijo de un caballero francés de ser mordido por una serpiente. Sin embargo el hombre, al ver llegar al perro con la boca ensangrentada, pensó que había atacado al niño y lo mató, para después tirar el cadáver a un pozo. Cuando se dio cuenta de su gran error, ya era demasiado tarde, pero recuperó el cuerpo y lo enterró con todos los honores.
La historia es relatada por un dominico llamado Étienne de Bourbon, inquisidor, en su libro De Supersticione, donde recopilaba una larga lista de leyendas y fábulas moralizantes. Seguramente está basada en un cuento popular galés llamado El sabueso fiel, de contenido muy parecido. A través de este cuento, el predicador intentaba advertir de los riesgos de actuar precipitadamente y movidos por la ira.
A pesar de ser un relato legendario, la gente se lo tomó en serio y empezó a venerar el lugar donde supuestamente había sido enterrado el perro. Como si se tratase de un santo, las mujeres acudían con sus hijos enfermos a rogar por un milagro que los curase. La veneración al "perro santo" duró siglos, aunque la Iglesia nunca lo reconoció oficialmente y, de hecho, intentó frenar su culto.
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