La vida de Jesús de Nazaret se ha prestado a múltiples interpretaciones a lo largo del tiempo. Sin embargo, los estudios bíblicos actuales han logrado trazar un completo perfil histórico.
veces estamos tan lejos del tiempo en que sucedieron unos hechos, y nuestra información parece tan escasa, que las suposiciones priman siempre sobre los pocos datos fehacientes.
Ha sido el caso de Jesús de Nazaret: no cabe dudar de su existencia, pero su vida, recogida en los evangelios –escritos mucho después de su muerte–, se ha prestado a múltiples interpretaciones.
Hoy, los estudios bíblicos trazan un perfil del Jesús histórico que (dejando a un lado las cuestiones teológicas) explica su trayectoria personal situándolo en el lugar y el tiempo en que vivió: la Judea del siglo I.
Era un país sometido al dominio de Roma, que reprimía sangrientamente las protestas y la disidencia, como hizo el prefecto romano Pilato en Jerusalén o como hizo Herodes Antipas (un gobernante vasallo de Roma) ejecutando a Juan el Bautista.
Jesús se vinculó primero a este líder carismático, y luego se consagró a una predicación en la que anunciaba la venida del reino de Dios; un reino que debía satisfacer el anhelo de justicia social y limpieza moral que recorría aquella tierra convulsa. Su entrada en Jerusalén y su actuación en el Templo sellaron su destino.
Fue entregado a Pilato por lo que hoy llamaríamos el establishment judío, la aristocracia religiosa (y económica) que tan bien se entendía con los romanos y cuyo papel cuestionaba Jesús; y Pilato lo ejecutó con la pena reservada a quienes se rebelaban contra el Imperio.
Esta es la historia que, según las investigaciones más recientes, ofrecemos en estas páginas. Un rebelde, sí, como lo proclama su final; uno de los muchos mesías que se sucedieron en aquel país y en aquellos años, pero el único cuya vida ha marcado la historia.
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