Hay palabras que ganan relevancia en el discurso público. En la actualidad, esto sucede con ‘libertad’, un término cuyo significado es especialmente amplio y remite a valores muy apreciados en nuestra cultura. Algunos enfoques limitados de la libertad la piensan como elección individual sin intromisiones. Sin embargo, la idea de libertad va más allá del plano individual y abarca más que la elección entre opciones predefinidas. La ausencia de interferencias (que nadie se interponga y que no haya norma que prohíba) no garantiza la plena libertad.
Veamos un ejemplo. En los países occidentales las leyes no obligan ni prohíben a qué ocupación o profesión dedicarnos. Sin embargo, esta libertad es insignificante en la práctica, porque las estructuras económicas y sociales condicionan nuestras elecciones laborales. Desarrollarnos según nuestras capacidades y deseos requiere no solo la ausencia de restricciones externas, sino sobre todo acceder a recursos y oportunidades que permitan un ejercicio efectivo de la libertad.
El significado de la palabra libertad no es único
El valor relativo de cada libertad cambia según la época. Hoy tomamos mucho más en serio que en el pasado una libertad como la de modificar nuestro cuerpo sin pedir permiso. Hay también libertades que resultan ser ilusiones. Abusar de drogas, pasar incontables horas mirando una pantalla o buscar satisfacción solamente en consumos materiales sin desarrollarnos de manera equilibrada en lo físico, lo intelectual y lo espiritual son ejemplos de sujeciones bajo la apariencia de libertad.
Entonces, una primera enseñanza de las ciencias sociales y humanidades: es relativo y discutible lo que la libertad significa. La espontaneidad individual contra las restricciones arbitrarias es un aspecto necesario, pero no suficiente de la libertad.
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Qué significa la libertad varía en cada cultura y época histórica. El contenido con el que llenamos esa palabra depende de nuestras creencias, valores, ideologías políticas… La idea de libertad supone un debate entre iguales sobre su contenido, sin permitir que nadie imponga dogmáticamente una definición.
La libertad individual está condicionada, sobre todo por mecanismos invisibles
La libertad individual, además de no ser la única que importa, es más acotada de lo que solemos creer.
Fenómenos sociales tan variados como el promedio de hijos que tiene una población, las expectativas laborales o la manera de usar el tiempo libre están determinados por múltiples factores colectivos que ejercen una poderosa influencia en las preferencias individuales. La estadística muestra que la mayoría de las personas siguen regularidades, es decir, eligen “libremente” lo que era previsible según las costumbres de la época y el segmento de población al que pertenecen.
Somos más libres cuando tenemos conciencia de los condicionamientos y comprendemos cómo funcionan, no cuando los desconocemos.
Las metas y proyectos de vida individuales surgen de presiones sociales y de modelos culturales sobre el modo de vida deseable. No elegimos si nacemos en una familia propietaria o desposeída, si nacemos en un país central o periférico, si nuestros rasgos físicos serán significados positiva o negativamente. No elegimos nuestras creencias, valores y costumbres. Nacemos en un mundo ya formado de relaciones de poder y dominación entre seres humanos. Ganamos algo de libertad solo al entender la posición que ocupamos en los entramados de poder y cuando reflexionamos sobre nuestras pautas de comportamiento “automáticas”.
Los mecanismos sociales que condicionan la libertad son muy difíciles de vencer. Quienes están en posiciones favorecidas tienen amplias probabilidades de acumular ventajas y reforzar sus privilegios. Lo contrario les ocurre a quienes están desposeídos y entran en espirales de desventajas. Por ejemplo, las carencias económicas suelen retroalimentarse con problemas de salud, desempleo y relaciones conflictivas, generando un círculo vicioso.
El ajustado margen de libertad que pueden conquistar los individuos surge de condiciones sociales, de configuraciones de relaciones de poder, tanto generales de la estructura social como contextuales de cada situación.
Las regulaciones sociales brindan un marco necesario para la libertad y trazan rumbos en los que puede desplegarse. La libertad emerge, paradójicamente, en la sobredeterminación: fuerzas múltiples tironean en direcciones opuestas y, en la fricción, se desprenden chispas de libertad.
Para ejercer la libertad se necesita bienestar económico y cultural
Tanto las privaciones económicas como la desigualdad social obstaculizan la libertad entendida como autodeterminación. Optar entre aceptar un empleo precario y mal remunerado o bien morir de hambre no es verdadera libertad. Una sociedad desigual, si no organiza dispositivos de atenuación de desigualdades, tiende a amplificarlas. La explotación, la usura y el acaparamiento de oportunidades son mecanismos habilitados por el libre mercado que, si no se mantienen a raya, devienen en sujeción cotidiana para muchas personas.
En la práctica, las personas son más libres cuando superan cierto umbral de necesidades, cuando hay un piso de bienestar garantizado que les permite hacerse dueñas de su tiempo, elegir ocupación y desarrollar actividades enriquecedoras en su tiempo libre.
A mediados del siglo XX, cerca de la mitad de la población mundial no sabía leer y escribir. Las personas analfabetas tenían muy restringidas sus libertades para comprender el mundo, para elegir ocupación o para integrarse en la vida pública. Uno de los procesos más masivos de ampliación de libertades fue la alfabetización posibilitada por la educación pública obligatoria. La falta de libertad implicada en el analfabetismo no se debía a que alguien la cercenara explícitamente, pero su solución se situó en la esfera pública y requirió activa intervención estatal.
Vivimos en una red de interdependencias. Depender de otros es inevitable, pero no todas las formas de dependencia son iguales. Las formas de dependencia asimétricas que generan opresiones y explotación son las principales enemigas de la libertad. Ni la servidumbre voluntaria ni desresponsabilizarse de los otros contribuyen a un clima de libertad. Conquistar mayor libertad requiere un mínimo de igualdad y pensamiento crítico acerca del funcionamiento real de las reglas de juego.
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