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jueves, 29 de febrero de 2024
miércoles, 28 de febrero de 2024
lunes, 26 de febrero de 2024
Los bebés con síndrome de Down de la Edad de Hierro eran enterrados con un estatus especial en Navarra
Durante la Edad del Hierro, las comunidades ibéricas incineraban a sus muertos, pero algunos bebés y prematuros eran enterrados en las casas. Sin embargo, el ADN descubierto en yacimientos de Navarra ha revelado quetres de ellos tenían síndrome de Down y uno de Edwards, lo que muestra que fueron apreciados por sus comunidades.
Análisis de restos de genoma de 10.000 individuos antiguos en busca de trisomías cromosómicas identificaron seis casos de síndrome de Down. Tres de ellos en dos yacimientos de la primera Edad del Hierro de Navarra (hace 2.800-2.500 años), dos de la edad de bronce (4.700- 3.300 años) de Grecia y Bulgaria, y otro en Finlandia datado en los siglos XVII-XVIII.
En Navarra se halló, además, un caso de síndrome de Edwards, que es el primero identificado en población arqueológica, revela un estudio que publica Nature Communications liderado por el Instituto Max Plack (Alemania) y con participación de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), la Universidad de Alicante (UA) y la Universidad Pública de Navarra (UPNA).
Los bebés con afecciones genéticas identificados tuvieron el privilegio de ser enterrados en las casas, lo que es un indicio de que eran “personas que merecían una atención muy especial, eran valiosas para la comunidad”, dice a EFE Roberto Risch, arqueólogo de la UAB y coautor del trabajo.
De los tres individuos prehistóricos identificados en Navarra con síndrome de Down (tres copias de cromosoma 21), uno pertenece al yacimiento de Las Eretas y dos al de Alto de la Cruz, el mismo donde se encontró un caso -una niña- de síndrome de Edwards (tres copias del cromosoma 18), que es mucho menos frecuente y se asocia a problemas de salud más graves.
El trabajo es uno de los primeros estudios sistemáticos de cribado en muestras humanas antiguas en busca de condiciones genéticas poco comunes a través de un nuevo método estadístico de secuenciación, que se completó con una revisión osteológica y del registro arqueológico.
Para el equipo -señaló Risch- fue una sorpresa que cuatro de los casos fueran de un proyecto de investigación de su grupo para entender por qué en la Edad del Hierro de Navarra algunos bebés muertos antes o al poco de nacer eran enterrados en casa y no incinerados como el resto de la población.
El total de restos analizados muestra que solo una niña con síndrome de Down encontrada en Grecia llegó a cumplir un año, pues en la antigüedad la supervivencia con esas condiciones genéticas era muy difícil.
En Navarra, todos tenían entre 26 y 40 semanas de gestación, por lo que Risch no descarta que alguno de los mayores pudiera haber nacido y sobrevivir algunos días.
Pero no todos los recién nacidos enterrados en casas eran casos con patologías genéticas. En el poblado de Las Eretas un niño con síndrome de Down estaba junto a una niña emparentada en segundo grado, que podría haber sido su hermanastra, indica en un comunicado el investigador Javier Armendáriz, de la UPNA.
A pesar de estar aún en gestación o haber muerto poco después de nacer, Risch considera que sí es posible que se reconociera que esos bebés tenían una alteración genética.
El investigador señala que otra de las autoras, la antropóloga física y comadrona Patxuka de Miguel, de la Universidad de Alicante, defendió que si “uno presta atención y tiene un poco sensibilidad si que nota que estos niños y niñas tienen algo diferente”.
En el estudio osteológico, los investigadores observaron anomalías en algunos de los individuos que podrían ser compatibles con su condición genética, sin poder descartar otras causas, señala un comunicado de la UAB.
El estudio destaca que algunos fueron sepultados con un rico ajuar funerario. Es el caso de una bebé con síndrome de Down del yacimiento de Alto de la Cruz, que apareció junto a un anillo de bronce, una concha marina y restos de tres ovinos o caprinos.
Además, estaba enterrada en un sitio decorado en un edificio que podría ser un lugar de culto o ritual. “Ocupó un lugar especial en un lugar también distinguido, lo que nos vuelve a recalcar que estas personas merecían una atención y un respeto especial”, reitera Risch.
El investigador descarta que perteneciera a un familia con un alto estatus porque en la primera Edad del Hierro en Navarra “había muy pocas desigualdades sociales” dentro de las comunidades.
El hallazgo de cuatro casos en dos poblados próximos y contemporáneos, como es el caso de Navarra, no supone que allí y en aquella época hubiera una mayor tasa de esas condiciones genéticas, indica Risch, quien precisa que ese extremo fue consultado con expertos.
“Lo que es diferente -dice- es que esas personas fueran seleccionadas para un tratamiento ritual, lo que nos ha permitido encontrarlas”.
einstein: creyente de la "religión cósmica"
albert Einstein, uno de los más grandes científicos de la historia, y la mente más brillante desde Isaac Newton, no creía en Dios. Pensaba que a la luz de la historia podía considerarse a "la religión y la ciencia como antagonistas irreconciliables". Todo aquel que crea firmemente en la "causalidad", apuntaba, no puede aceptar "la idea de un Ser que interfiere con la secuencia de los acontecimientos en el mundo".
¿Lo convertía esto en ateo? La respuesta a esta pregunta es más complicada. Einstein aseguraba, "no soy ateo" y vivía la religiosidad desde un plano más filosófico, lo que él llamaba "el sentido religioso cósmico", un concepto difícil de aclarar "ya que no implica una idea antropomórfica de Dios".
Albert Einstein nació en la ciudad alemana de Ulm el 14 de marzo de 1879. A pesar de crecer en una familia judía poco religiosa, Einstein fue un niño profundamente religioso hasta que a los 12 años "llegué a la convicción de que gran parte de las historias de la Biblia no podían ser ciertas", como él mismo explicó en Apuntes para una autobiografía(1949).
Instalado en Suiza después de renunciar a la ciudadanía alemana en 1896 leyó Antígona de Sófocles, Don Quijote de la Mancha de Cervantes y el Tratado de la naturaleza humana de Hume. Pero fue sobre todo la obra del filósofo judío Baruch Spinoza (1632-1677) la que mayor influencia ejerció en él. Spinoza, de espíritu libre, se apartó muy pronto del judaísmo y de toda religión, siendo expulsado en 1656 de la comunidad judía de Ámsterdam.
Para Spinoza Dios no estaba fuera del Universo y se manifestaría en la naturaleza y en las leyes del Universo, pero sin una voluntad o un plan preestablecidos para su creación. El Dios de Spinoza no es el Creador, sino que es la naturaleza misma: Deus sive natura.
Un año antes de morir, Albert Einstein escribió una de sus más famosas cartas, La carta sobre Dios, en la que expresa sus ideas sobre la religión, sobre su identidad judía y sobre su propia búsqueda del sentido de la vida.
¿QUÉ PENSABA EINSTEIN SOBRE DIOS?
En la epístola, Einstein, quien en su 75 cumpleaños se declar�� un "no creyente profundamente religioso", escribió: "La palabra Dios es para mí nada más que la expresión y el producto de las debilidades humanas y la Biblia es una colección de leyendas venerables pero más bien primitivas". Y añadía: "Para mí, la religión judía no adulterada es, como todas las otras religiones, una encarnación de la superstición primitiva. Y la gente judía a la que con mucho gusto pertenezco, y en cuya mentalidad me siento profundamente arraigado, no tiene para mí un tipo de dignidad diferente a la que tiene el resto de la gente".
La epístola, escrita en alemán, fue enviada al filósofo Eric Gutkind (1877-1965), un judío alemán nacido en Berlín, quien escapó en 1933 a Estados Unidos (el año en que Hindenburg nombró canciller a Hitler) junto con su esposa Lucie Gutkind, permaneciendo en Nueva York hasta su muerte en 1965. En ella, Einsteinque fue subastada en diiembre de 2018 alcanzando un precio de 2.892.500 dólares (más de 2,5 millones de euros), todo un récord para una carta de Einstein.
La correspondencia de Einstein fue dirigida a Eric Gutkind tras haber leído el libro de este, Choose Life: The Biblical Call to Revolt, por recomendación de L.E.J. Brouwer (1881-1966), un matemático y filósofo holandés. Einstein fue inequívoco en su crítica al libro de Gutkind, que presentaba la Biblia como una llamada a las armas y al judaísmo e Israel como incorruptibles. Albert Einstein murió un año y poco más de tres meses después de haber escrito esta carta, por lo que representa su pensamiento definitivo.
¿Dios existe? Los argumentos según Santo Tomás de Aquino
¿Existe Dios? Esta es una pregunta que todos nos hemos hecho en algún momento de nuestras vidas. Aunque son muchas las religiones y filosofías que apuntan a que existen hechos de la realidad a los que debemos acercarnos a través de la fe y creer en ello, algunos filósofos intentaron demostrar la existencia de Dios a través de diferentes teorías. Entre uno de los más destacados encontramos al filósofo y teólogo Tomás de Aquino.
Tomás de Aquino y la prueba de la existencia de Dios
Tomás de Aquino fue un filósofo cristiano del siglo XII que dedicó su vida a teorizar la existencia de Dios examinando el mundo natural. Sus argumentos implican el uso de las leyes naturales para explicar por qué Dios era real.
Para conseguirlo, Santo Tomás de Aquino recupera partes del pensamiento que había legado Aristóteles, lo que no había tenido influencia hasta entonces sobre la filosofía occidental. Además, también fue influido por San Anselmo, un monje del siglo XI que intentó explicar la existencia de Dios a través de la razón.
Según sus premisas, Dios debe ser concebido como un ser existente debido a que este implica todas las virtudes conocidas posibles, de lo que se extrae que la existencia también es una de ellas. Por lo que, siguiendo los pasos de San Anselmo y usando la influencia de Aristóteles, Tomás de Aquino argumentó sobre cómo podía demostrar la existencia de Dios.
Las cinco pruebas de la existencia de Dios
En su libro Suma Teológica proporcionó cinco casos, también conocidos como los Cinco Caminos, para demostrar la existencia de Dios a través de hechos que consideraba innegables de nuestro universo. Estos pueden resumirse en los siguientes.
El argumento del movimiento. El primer argumentó que proporcionó Santo Tomás de Aquino tiene relación con el movimiento. Este autor observó que en nuestro mundo, todas las acciones físicas son lo único que causa otros movimientos. Para explicarlo y como ejemplo, usó el fuego y la madera. Cuando se usa el fuego en la madera, la energía hace que se caliente, es decir, la madera no puede calentarse sin el fuego. Por lo que, algo debe empezar a moverse en primer lugar para ser la causa de otra cosa. Para Aquino, ese ‘algo’ en el universo es Dios.
El argumento de la primera causa. Este segundo argumento que proporcionó Aquino es muy similar al primero. Aquino comprobó que todo en el mundo natural tiene una causa. En una cadena de dominó, podemos observar que cada dominó que cae hace que otra pieza caiga y así sucesivamente. Por ello, Aquino cree que Dios es el que empezó esta cadena de causa y efecto.
El argumento de la contingencia. Aquino observó que todas las cosas en el mundo natural dependen de otras cosas para su existencia. Por ejemplo, las personas no podríamos nacer si nuestros padres no existieran. Teniendo esto en cuenta, Aquino pensó que debe haber algo que no tenga que depender de otras cosas para existir, ya que todo lo demás que existe en el mundo recae en su propia existencia, y esta debe ser Dios.
El argumento del grado de perfección. Este cuarto argumento sobre la existencia de Dios recae en la idea de la bondad. Según Tomás de Aquino todas las personas requerimos de una escala para medir el valor de las cosas que existen en el mundo. Por lo que, para tener este sistema de medición necesitamos algo que encarne la perfección, la verdad y la bondad absolutas, y esto lo consigue solo Dios.
El argumento de la causa final. El último argumento que proporcionó Santo Tomás de Aquino fue denominado también el de finalización o el argumento teleológico. Aquino observó que en la naturaleza todo se mueve de una manera predecible y tiene fines que también pueden predecirse. Es decir, existe un destino para todos nosotros. De esta forma, Aquino concluyó que Dios existía debido a que era el encargado de dirigir a los seres hacia su objetivo final.
Una pregunta que puede venirnos en mente al leer estos cinco argumentos, es por qué Tomás de Aquino decidió realizarlos si estaba tan seguro de la existencia de Dios. El filósofo concluyó que debido a que la mente humana es finita, no podemos captar a Dios directamente.
En la comprensión que tenía Aquino sobre nuestro mundo y realidad, Dios era un ser absoluto, pero los humanos tenían una mente finita. Como consecuencia de ello, las mentes humanas, al ser limitadas, no podían captar directamente la perfección de Dios en todos sus sentidos. Por este motivo, en lugar de tener un conocimiento inmediato de la existencia de Dios, los humanos debían razonar sobre Dios empezando con hechos que seres finitos pueden comprender, como la naturaleza empírica.
Es por este motivo que los humanos deben razonar sobre lo que Dios ha creado para conseguir y obtener evidencias de Dios. De esta forma, creó estos cinco argumentos o pruebas, para demostrar que Dios realmente existe.
Referencias:
- Aquino, T (2010). Suma teológica. Madrid. Biblioteca Autores Cristianos.
- Lamedo, J (2024). La verdad de Santo Tomás de Aquino. Madrid. Parábola.
- Pieper, J (2021). Introducción a Tomás de Aquino. Madrid. Ediciones Rialp.
jesús de nazaret, rebelde y mesías de judea
La vida de Jesús de Nazaret se ha prestado a múltiples interpretaciones a lo largo del tiempo. Sin embargo, los estudios bíblicos actuales han logrado trazar un completo perfil histórico.
veces estamos tan lejos del tiempo en que sucedieron unos hechos, y nuestra información parece tan escasa, que las suposiciones priman siempre sobre los pocos datos fehacientes.
Ha sido el caso de Jesús de Nazaret: no cabe dudar de su existencia, pero su vida, recogida en los evangelios –escritos mucho después de su muerte–, se ha prestado a múltiples interpretaciones.
Hoy, los estudios bíblicos trazan un perfil del Jesús histórico que (dejando a un lado las cuestiones teológicas) explica su trayectoria personal situándolo en el lugar y el tiempo en que vivió: la Judea del siglo I.
Era un país sometido al dominio de Roma, que reprimía sangrientamente las protestas y la disidencia, como hizo el prefecto romano Pilato en Jerusalén o como hizo Herodes Antipas (un gobernante vasallo de Roma) ejecutando a Juan el Bautista.
Jesús se vinculó primero a este líder carismático, y luego se consagró a una predicación en la que anunciaba la venida del reino de Dios; un reino que debía satisfacer el anhelo de justicia social y limpieza moral que recorría aquella tierra convulsa. Su entrada en Jerusalén y su actuación en el Templo sellaron su destino.
Fue entregado a Pilato por lo que hoy llamaríamos el establishment judío, la aristocracia religiosa (y económica) que tan bien se entendía con los romanos y cuyo papel cuestionaba Jesús; y Pilato lo ejecutó con la pena reservada a quienes se rebelaban contra el Imperio.
Esta es la historia que, según las investigaciones más recientes, ofrecemos en estas páginas. Un rebelde, sí, como lo proclama su final; uno de los muchos mesías que se sucedieron en aquel país y en aquellos años, pero el único cuya vida ha marcado la historia.
los buchis, los otros toros sagrados del antiguo egipto
En el antiguo Egipto, algunos animales recibieron un culto especial como encarnaciones de una divinidad. Es el caso de los toros Apis, que eran adorados en Saqqara. Pero en Egipto hubo otros toros, como los Buchis, que recibían culto en la ciudad de Hermontis, en el Alto Egipto. Cuando morían, estos bóvidos eran enterrados en el Bucheum, un complejo de galerías subterráneas muy parecidas al Serapeum de Saqqara.
cuando oímos hablar de cultos a animales en el antiguo Egipto, y más concretamente de toros, nos viene a la mente el más famoso de todos ellos, el culto a Apis, el toro sagrado de Menfis, cuyo lugar de enterramiento en la necrópolis de Saqqara, el Serapeum, fue descubierto en 1850 por el egiptólogo francés Auguste Mariette.
Pero los egipcios no adoraron solo a los toros Apis. Hubo otros dos cultos importantes protagonizados por estos bóvidos: el culto en Heliópolis a los toros Mnevis, de los que solo se han encontrado un par de enterramientos, y el culto a los toros Buchis, adorados en Hermontis(la actual Armant), una localidad próxima a Tebas que prosperó sobre todo en época ptolemaica y donde se alzaba un templo dedicado a Montu, un dios guerrero. El lugar de enterramiento de los toros Buchis en Hermontis se conoce como Bucheum.
ENTERRADOS EN VASTOS LABERINTOS
Los toros Buchis eran seleccionados, como los Apis y los Mnevis, por algunas marcas concretas que los definían. Al parecer, el Buchis, que al principio fue una encarnación de Montu (más tarde sería considerado una forma de Apis y, por tanto, una encarnación del dios del inframundo Osiris), debía ser blanco y con la cara negra. Pero eso al parecer no era todo.
Según Macrobio, un escritor romano del siglo IV, el toro Buchis cambiaba de color cada hora y su pelo crecía hacia atrás. Cuando un toro Buchis era localizado, su madre también recibía honores como encarnación de la diosa vaca Hathor, y el toro era llevado en barca hasta Hermontis, donde viviría a partir de entonces, con todas las comodidades, hasta su muerte, cuando era enterrado en el Bucheum. La primera referencia al entierro de un Buchis data del reinado del faraón Nectanebo II, en el siglo IV a.C., y su culto tuvo continuidad hasta época romana.
Según Macrobio, un escritor romano del siglo IV, el toro Buchis cambiaba de color cada hora y su pelo crecía hacia atrás.
El Bucheum fue descubierto en 1927 por Robert Mond y Oliver Myers, miembros de la Sociedad de Exploración de Egipto. El lugar era similar al Serapeum donde yacían los Apis, con largas galerías excavadas en la roca y numerosas cámaras funerarias. Pero las tapas de los sarcófagos de los Buchis son un tanto distintas a las de los Apis: están formadas por varias piezas que llevaban inscritas las instrucciones para que los operarios las colocasen correctamente y al unirlas formasen una sola tapa.
Mond y Myers hallaron las momias de los Buchis en muy malas condiciones. De hecho, el nivel freático había subido mucho desde la antigüedad y muchas de las galerías se hallaban bajo el agua. Y las que no lo estaban habían sido saqueadas hacía tiempo. Asimismo, la piedra se desmenuzaba con facilidad y había caído sobre las momias de los toros, contribuyendo a su deterioro.
A pesar de todo, se logró extraer cierta información de interés de estas momias. Los arqueólogos constataron que los toros fueron momificados en posición reclinada y, para conseguirlo, los embalsamadores tenían que cortar los tendones de las patas de los animales. Después, la momia se fijaba a una tabla con grapas de bronce.
UNA MOMIFICACIÓN PORMENORIZADA
Se ha conservado un papiro que detalla la momificación de los toros Apis, el Papiro Apis, que describe unas técnicas que al parecer se corresponden con el tipo de momificación a que fueron sometidos también los toros hallados en el Bucheum. A los animales no se les extraían las vísceras, sino que los órganos internos se eliminaban inyectando fluidos disolventes por el ano.
Tal como explica el Papiro Apis: "Un sacerdote lector se coloca delante del ano. Debe extender un paño sobre sí mismo y el dios (el toro). Debe coger con el palo todo lo que encuentre hasta donde llegue su mano. Debe lavarlo con agua y rellenarlo bien con paños y aplicarle los elementos y los vendajes que los cinco sacerdotes que están en las embarcaciones han traído, y que contienen las sustancias del ano. Debe untarlo bien con ungüento y vendarlo con paño".
A los toros Buchis, al igual que a los Apis, no se les extraían las vísceras, sino que los órganos internos se eliminaban inyectando fluidos disolventes por el ano.
Después de ser embalsamado, el animal debía ser vendado. Este procedimiento también se describe en el Papiro Apis: "Deben untar al dios con ungüento y dejarlo reposar en una tabla, pero interponiendo cuatro piedras para que las vendas puedan ser pasadas por debajo del dios. Deben cubrir el centro con vendajes nbti y con la manta mtr. Deben enlazarlas con un vendaje sbn desde el frente hacia atrás y viceversa".
Y sigue: "Deben anudar de nuevo las vendas skr bajo el dios hacia la parte exterior. Deben hacer todo esto mientras que el padre y los profetas están presentes, antes de que se corte el paño. Cuando el paño se corta deben elevar un lamento. Deben llevar el féretro ante el dios y hacerlo reposar en él".
Tras un vendado minucioso, la momia del toro Buchis era adornada con ojos postizos, muchas veces tallados en piedra o vidrio, y su cabeza se recubría con una máscara de yeso y una lámina de oro. Sobre la máscara se disponía la corona que el Buchis había portado en vida, formada por un disco solar con plumas de avestruz flanqueado por dos cobras. Cuando todo ello había concluido, se podía proceder al entierro del toro y a iniciar la búsqueda de su sucesor por todo el país.
LOS SERVIDORES DEL DIOS
Otra importante fuente de información sobre el culto a los toros Buchis la hallamos en numerosos ostraca (fragmentos de piedra o cerámica) descubiertos en el interior de las tumbas del Bucheum. En muchos de ellos se da cuenta de los materiales usados en la momificación y también procuran detalles sobre la vida cotidiana en el lugar.
Por ejemplo, al parecer, como en el Serapeum de Saqqara, en el Bucheum de Hermontis se permitía la entrada de la gente para rendir homenaje a los toros allí enterrados. También se han hallado ostraca que detallan los pagos que se daban a los músicos y bailarines que acudían allí los días en que había festival; asimismo también conocemos el pago que recibían los tejedores que preparaban los paños para las momias de los toros.
Conocemos el pago que recibían los tejedores que preparaban los paños para las momias de los toros.
Al parecer, el último entierro de un Buchis en el Bucheum de Hermontis tuvo lugar bajo el gobierno del emperador Diocleciano, o, como muy tarde, hacia 340 d.C. La estela del animal reza así: "Bajo su majestad el rey del Alto y Bajo Egipto, señor de las Dos Tierras Diocleciano, hijo de Re, señor de coronas, César. El señor de los dioses, que creó a las diosas, llegó a la tierra en Tebas, Tai-Ist era su madre. Fue llevado a Hermontis, que se alegró de verlo. En el año 39 se le instaló una morada con gran festividad en la comarca de [...] de Re, su hermoso pueblo".
Y continúa: "En el año 57, mes 3 de la temporada de Akhet, el día 8 a las 7 en punto del día, su ba (uno de los elementos que componían el alma del difunto) entró [al cielo]. Su reinado duró 24 años, (?) meses, 20 días y 7 horas. ¡Que os dé la vida eterna, toda permanencia, todo poder, toda fuerza y toda alegría como Re, por la eternidad!".
Sor Juana, defensora de la mujer en un siglo de varones
Mujer genial, estudiosa insaciable y magnífica escritora, sor Juana Inés de la Cruz, la gran figura de las letras novohispanas del siglo XVII, fue también defensora del derecho de la mujer para acceder al conocimiento, y precursora de las causas feministas.
Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana nació el 12 de noviembre de 1648 (1651?) en San Miguel Nepantla (México). Fue una niña prodigio, una adolescente brillante y una talentosa monja que dejó un invaluable legado a las letras hispanoamericanas.
Gracias a su inteligencia y a su carisma supo sortear los obstáculos y ahondar en el estudio de las disciplinas más importantes de su época, como las letras, la astronomía, la alquimia, la música y la arquitectura, entre otras. Todo esto lo realizó además de desempeñar con acierto sus tareas en el convento.
Denuncias en verso
Su vida da testimonio de sus ideas, avanzadas para un siglo en que las estructuras del poder eran regidas por varones y el papel femenino se limitaba a roles domésticos y sociales, alejados del estudio. Sor Juana tuvo consciencia de esta desigualdad y del injusto trato a la mujer y lo denunció en sus textos.
El ejemplo más famoso de esta consciencia lo constituyen sus famosas redondillas –estrofas compuestas de cuatro versos, normalmente octosílabos–, que muestran la inequidad en las relaciones amorosas, y visibilizan la forma en que la mujer era sometida injustamente.
Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis (…)
Este poema denuncia cómo, a fin de cuentas, la mujer es señalada como culpable sin importar la actitud que sostenga ante las pretensiones masculinas. Al referirse a los varones, el poema agrega:
Con el favor y el desdén
tenéis condición igual,
quejándoos, si os tratan mal,
burlándoos, si os quieren bien (…)
Derecho al estudio
No sólo en sus octosílabos sor Juana mostró tales injusticias. En otros textos dejó pruebas, inteligentes y sólidas, de su postura en favor de los derechos de la mujer, contraviniendo las costumbres sustentadas por los discursos que emergían del poder político, de la organización social y de la jerarquía eclesiástica de la Nueva España.
Su resplandor inevitable y su innegable talento ganaron la admiración (y a veces la envidia) de sus contemporáneos. Pero también el favor incondicional de la marquesa de Mancera, Leonor Carreto, virreina entre 1664 y 1673, quien la invitó a la corte cuando Juana tenía alrededor de 15 años; así como el de la condesa de Paredes, María Luisa Gonzaga Manrique de Lara, virreina entre 1680 y 1686, quien cultivó con ella una muy estrecha amistad y promovió en España la publicación de sus primeras obras.
Que la inteligencia no tiene sexo lo tenía claro sor Juana. En 1682, en la carta con la que despide a su confesor, el padre Antonio Núñez de Miranda, queda de manifiesto su férrea defensa del derecho de la mujer al estudio y al conocimiento. El párroco la había presionado largamente para que abandonara la escritura de versos y dedicará su vida sólo al cultivo espiritual. Sor Juana, en su misiva, se duele de tal insistencia y defiende el derecho de la mujer a cultivarse:
“No ignoro que el cursar públicamente las escuelas no fuera decente a la honestidad de una mujer […] pero los privados y particulares estudios ¿quién los ha prohibido a las mujeres? ¿no tienen alma racional como los hombres? Pues ¿por qué no gozará el privilegio de la ilustración como ellos? ¿no es capaz de tanta gracia y gloria de Dios como la suya?”
Pionera en la búsqueda de la equidad y precursora de las luchas feministas, postuló la igualdad de hombres y mujeres. Para mostrar el valor de las virtudes femeninas, las realza en varios escritos, como lo hace, por ejemplo, en las cartas aquí descritas y en el poema dedicado a la duquesa de Aveiro, María Guadalupe de Lencastre, amiga suya y destacada intelectual del Barroco hispano, a la que describe como:
(…) claro honor de las mujeres,
de los hombres docto ultraje,
que probáis que no es el sexo
de la inteligencia parte.
De sor Juana a sor Filotea
Otro testimonio de su defensa del derecho femenino a los estudios y al conocimiento quedó plasmado cuando el obispo de Puebla y amigo epistolar suyo, Manuel Fernández de Santa Cruz, publicó con el título de Carta Atenagórica (1690), y sin consentimiento de la monja, un escrito que ella le había enviado a instancias suyas, donde contradecía lo que el renombrado teólogo Antonio de Vieyra había expresado en el Sermón del Mandato (1650) en torno a las finezas de Jesucristo.
La Carta se publicó acompañada de un texto que Fernández firmó con el seudónimo de sor Filotea, en donde comentaba los argumentos de sor Juana y le recomendaba dedicar sus esfuerzos a las letras espirituales más que a las mundanas. “Lástima es que un tan gran entendimiento, de tal manera se abata a las rateras noticias de la tierra, que no desee penetrar lo que pasa en el Cielo”, decía, entre otras cosas.
La publicación de ambos documentos causó revuelto en la Nueva España y tuvo repercusiones en una lucha de poder que libraban el obispo de Puebla y el arzobispo de México, Francisco de Aguiar y Seijas, cuyo teólogo favorito era, precisamente, Antonio de Vieyra.
Sor Juana, dolida, reaccionó a la Carta con su Respuesta a Sor Filotea, un texto intenso y apasionante donde sintetiza su vida, refiere su inclinación al estudio y muestra la grandeza de la mujer al enumerar a una treintena de ellas muy notables. Pero lo más trascendente es el fervor con el que defiende el acceso femenino al conocimiento:
“Lo que sólo he deseado es estudiar para ignorar menos: que, según San Agustín, unas cosas se aprenden para hacer y otras para sólo saber. […] Pues ¿en qué ha estado el delito?”
En el mismo documento reclama el derecho de… ¡hacer versos!: “Pues nuestra Iglesia Católica no sólo no los desdeña, mas los usa en sus Himnos”. Con solidez, rechaza la creencia de que las mujeres por ser mujeres “por tan ineptas están tenidas”, mientras los hombres “con sólo serlo piensan que son sabios”.
La Respuesta fue publicada póstumamente, en 1700. Cinco años antes, sor Juana había fallecido víctima de una epidemia que alcanzó al convento. Desde entonces, el texto ha sido analizado y comentado por numerosos estudiosos y críticos, y se considera fundamental para comprender y contextualizar la vida de la monja jerónima.
Sor Juana no sólo argumentó, sino que con su propia vida dio testimonio de la grandeza de la mujer, dejó una huella perenne en las letras y mostró su esplendor en un siglo en el que sólo a los hombres les era permitido brillar.