En 1934, siendo profesora de filosofía en un liceo de provincias, la filósofa francesa Simone Weil decidió pasar a vivir la experiencia obrera de primera mano y entró a trabajar en una fábrica de Renault. Allí experimentó la dureza del trabajo, los largos turnos y el cansancio.
De figura menuda, Weil no tenía la complexión necesaria ni había sido educada para el agotador esfuerzo físico que exigía su trabajo. Pero, más allá de estas dificultades, la relación con sus compañeros y la solidaridad que le demostraron al ayudarla a cumplir sus tareas despertaron su admiración y su reconocimiento.
Mística en el trabajo
Generalmente, cuando se habla de filosofía del trabajo se hace referencia al estilo de trabajo o a los valores y principios que trae una persona a su puesto de trabajo, y no al papel que el trabajo puede jugar en el desarrollo de los individuos y en la obtención de la felicidad.
Cuando los filósofos se han ocupado del trabajo ha sido desde una perspectiva colectiva: el trabajo como uno de los factores de producción. Como decía Sartre, para la filosofía, la edad de oro del trabajo tuvo su origen en “la fuerte presencia, en mi horizonte, de las masas trabajadoras, un cuerpo enorme y oscuro que vivió el marxismo”. Weil también criticaba la falta de interés por el tema en la filosofía clásica y sostenía que una filosofía del trabajo era algo indispensable y pendiente de hacerse.
Aunque Weil intentaba superar la concepción materialista del marxismo, para la que el trabajo es una fuente de alienación. Su planteamiento, que roza lo religioso, resulta algo críptico: el materialismo no se entendería sin la faceta del espíritu. Para Weil, el trabajo, como la reflexión, es un acto absoluto del espíritu.
En su visión mística, la pensadora explica el cristianismo como una religión de esclavos, en la que el propio Cristo se hace esclavo. Por eso, Weil no considera que el trabajo represente una alienación.
También resalta su defensa del trabajo manual frente a otras actividades profesionales. Quizás su misticismo, o sus propias dificultades para ejecutar tareas manuales en la fábrica, la llevan a infravalorar los trabajos de contenido intelectual, en los que ella sobresalía.
La experiencia de Weil como obrera le permitió formular una visión del trabajo relacionada con la sostenibilidad de la actividad empresarial. En uno de sus comentarios se refiere a los riesgos de la sobreproducción resultante del desarrollo de la tecnología:
“Las máquinas sólo ofrecen ventajas en la medida en que se utilizan para producir en serie y en cantidades masivas (…) ofrecen la tentación de producir mucho más de lo que es necesario para satisfacer las necesidades reales, lo que induce a gastar, sin beneficios, una gran riqueza de fuerza humana y de materias primas”.
Eficiencia y tecnologización
Marx sostenía que, bajo un gobierno socialista, el desarrollo de los rendimientos del trabajo generaría una fuente de riqueza suficiente que podría ser redistribuida. En su opinión, era el capital el que impedía el pleno desarrollo de las fuerzas productivas. Weil no comparte esta visión, que le parece ilusoria e impracticable, y propone dos líneas de actuación para un desarrollo de la actividad empresarial que redunde en la mejora del bienestar de las masas:
La racionalización del trabajo. Weil asiste a la implantación de las nuevas técnicas de mejora de productividad en las fábricas, especializando las tareas para aumentar la rapidez, y alineando procesos, incentivos y resultados.
El desarrollo de la tecnología. De nuevas máquinas, en la terminología de la época, así como de nuevas energías. Weil hace referencia a las dos fuentes de energía utilizadas masivamente en las fábricas de entonces, la hulla y los aceites pesados. En una propuesta avanzada para su tiempo, sugiere la necesidad de emplear otras energías, que denomina naturales, para mejorar las condiciones de los trabajadores y de la sociedad.
La contribución de Weil es relevante para la sociedad actual, que atiende con cierto desasosiego la creciente automatización de actividades antes a cargo de personas físicas. Distintos estudios señalan que en las próximas décadas desaparecerán muchos de los trabajos y oficios actuales, especialmente aquellos de carácter rutinario que pueden ser realizados más rápidamente y sin errores por un robot o un algoritmo.
Visiones contrapuestas
Ahora nos encontramos ante dos visiones contrapuestas del trabajo:
- La visión distópica, que preconiza que los ingenios tecnológicos dominarán el trabajo del futuro y los robots, replicantes y ciborgs serán los vencedores de la cuarta revolución industrial.
Aunque figuras relevantes (Stephen Hawking, Bill Gates, Elon Musk) han alertado ante el crecimiento incontrolado del machine learning y de fenómenos análogos, pienso que no hay razones para la angustia.
Por un lado, pasará tiempo antes de que la IA y otros recursos tecnológicos sustituyan a la mayoría de los trabajos actuales y, en el proceso, es previsible que se creen otros nuevos puestos y roles.
Por otro lado, pienso que la mayoría de la sociedad querrá seguir manteniendo tareas como las que realizan jueces, profesores, ministros, religiosos, directivos y muchas otras, en poder de seres humanos, aunque pueden cometer errores. Me parece que todavía es más asumible el riesgo a un error humano que el miedo a la decisión arbitraria de un robot.
- La visión utópica. Muchos pensadores socialistas podrían calificarse de utópicos cuando proponen modelos sociales en los que se da cumplimiento a las aspiraciones de justicia, igualdad y libertad. Desgraciadamente, ningún ensayo real ha alcanzado estos objetivos.
El desarrollo de la IA, la neurobiología, la medicina y la psicología cognitiva, acompasadas armónicamente con el resto de las ciencias y las humanidades, pueden ofrecer un mundo mejor para los seres humanos en el futuro.
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