Francisco ha comenzado el año nuevo con algo más que un alegato feminista: «Quien hace daño a una sola mujer profana a Dios, nacido de mujer». Con estas palabras pronunciadas en la homilía de la eucaristía del 1 de enero, Jorge Mario Bergoglio da un salto cualitativo como Papa al equiparar la violencia machista a un sacrilegio, o lo que es lo mismo, a un pecado grave, lo que se podría equiparar con un delito nada desdeñable desde el punto de vista canónico.
El Obispo de Roma se pronunció en estos términos en la basílica de san Pedro, en la misa con motivo de la Solemnidad de María Santísima Madre de Dios en la octava de Navidad y en el marco de la Jornada Mundial de la Paz. La celebración, que arrancó a las diez de la mañana, estuvo presidida por el pontífice argentino, pero como viene siendo habitual desde que viera reducida su movilidad por sus problemas en la rodilla, fue el número dos del engranaje vaticano, el cardenal secretario de Estado, Pietro Parolin, quien ofició la ceremonia desde el altar del baldaquino de San Pedro.
No resulta anecdótica esta condena papal a la violencia machista, dentro del compromiso que en esta década de pontificado ha mantenido al condenar cualquier signo de abuso físico o psicológico contra ellas, sea en el seno de la familia o con relación a una de las lacras contra las que se ha involucrado personalmente: la lucha contra la trata. A la par, las palabras del líder de la Iglesia católica llegan cuando en Italia se ha disparado la conciencia social contra el maltrato, sobre todo, a raíz del asesinato de una universitaria hace justo un mes en Venecia, que murió tras recibir 26 puñaladas de su ex pareja. No en vano, en el país han muerto más de cien mujeres en 2023 víctimas de feminicidios, una cada tres días.
El Obispo de Roma no va a rebufo, sino que precisamente, unas semanas antes de la muerte que ha conmocionado a Italia se hizo presente en una campaña organizada por la RAI para erradicar la violencia contra las mujeres a través de un mensaje equiparable en contundencia a la homilía de ayer.
Francisco denunció entonces que el maltrato es «una mala hierba venenosa que aflige a nuestra sociedad y que debe ser eliminada de raíz». «¡Cuántas son maltratadas, abusadas, esclavizadas, víctimas de la arrogancia de quienes creen que pueden controlar sus cuerpos y sus vidas, obligados a entregarse a la codicia de los hombres!», exclamaba Bergoglio.
Frente a ello, el Sucesor de Pedro subrayó que «toda sociedad necesita acoger el don de la mujer, de toda mujer». Y estableció una hoja de ruta a través de tres verbos: «Respetarla, protegerla y valorarla». «El mundo también necesita mirar a las madres y a las mujeres para encontrar la paz, escapar de las espirales de violencia y odio y volver a tener miradas y corazones humanos que ven», insistió. Y por si fuera poco en la misa, minutos después en el rezo público del ángelus desde el Palacio Apostólico, el pontífice presentó a María como «la primera catedral de Dios» y, a partir de ahí, describió a «nuestras madres» como «magníficas catedrales del silencio». Justo después, reivindicó «su dignidad, dejando la libertad de expresión, rechazando toda forma de posesión, opresión y violencia». «¡Hay una gran necesidad de esto hoy!», deslizó justo después.
Con estas premisas frente al maltrato tanto en el ángelus como en la eucaristía, Francisco no se quedó ahí en su reivindicación de los derechos de las mujeres. Este paso al frente del Papa constituye un zarandeo de puertas para adentro. «La Iglesia necesita que María redescubra su propio rostro femenino: parecerse más a ella que, como mujer, Virgen y Madre, representa su modelo y figura perfecta», aseveró. Y para no presentarlo como una ocurrencia personal, se amparó en una cita de «Lumen gentium», la Constitución dogmática del Concilio Vaticano II, sobre la que se asienta el catolicismo actual. Este fue el punto de partida para reconocer que es tiempo de «hacer espacio para las mujeres y ser generativas a través de una pastoral hecha de atención y preocupación, paciencia y coraje maternal»
Apuesta por la igualidad
Lo cierto es que Francisco ha abanderado en estas décadas la apuesta por la igualdad, no solo con gestos, sino con decisiones históricas, tales como el hecho de las mujeres hayan participado por primera vez con voz y voto en la Asamblea de un Sínodo de los Obispos, como sucedió en el foro celebrado en pasado mes de octubre. Es más, de la reunión salieron aprobadas con más del 80 por ciento de los votos de los padres y madres sinodales presentes algunas sugerencias de reformas que ahora están en manos del Papa, como aprobar el diaconado femenino, permitir que haya juezas en los tribunales eclesiales y formadoras en los seminarios.
En paralelo, la nueva constitución vaticana «Praedicate Evangelium» aprobada en 2022 y que reorganiza la Curia romana, abre la puerta a que las mujeres, monjas o laicas, puedan presidir los Dicasterios, esto es, los ministerios a través de los cuales se gobierna la Iglesia universal. De hecho, previo a este cambio normativo, Francisco ya había roto algunos techos de cristal con nombramientos femeninos en puestos hasta ahora reservados a sacerdotes. Por ejemplo, la religiosa italiana Raffaella Petrini como secretaria general de la Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano, lo que sería equiparable al cargo de alcaldesa.
Este cambio de paradigma que pilota Francisco lo vertebra desde lo que él denomina el principio mariano. Ayer, lo explicitó al destacar que «Dios se hace hombre y lo hace en nombre de una mujer, María».
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