Alta noche en el Cielo… Sosegado,
como quien vive (y con razón) contento,
sin futuro, presente ni pasado
y en blanco el pensamiento,
duerme Dios en su nube,
situada en lo mejor del Firmamento…
(Nicolás Guillén, «Sputnik 57»)
La matemática y la teología son las materias —inmateriales— que se ocupan de la perfección y de la infinitud, dos atributos difíciles de hallar en el mundo fenoménico. Y puesto que, como contrapunto y complemento de la supuesta solemnidad de la primera, se ha desarrollado una estimulante y desmitificadora matemática recreativa, podría y debería suceder lo mismo con la segunda, ahora que jugar con la teología ya no conlleva el riesgo de acabar en la hoguera.
En estas mismas páginas propuse, no hace mucho, un pequeño ejercicio de teología recreativa («¿Dónde está María? Topología del más allá»), que, por cierto, dio lugar a un intenso y extenso debate (ochenta comentarios) sobre temas tan poco lúdicos como el aborto o la eutanasia. Lo mismo que ocurre con los juegos y acertijos lógico-matemáticos, que a menudo propician importantes desarrollos teóricos.
Sin más pretensión que la de jugar con las ideas, pero con la esperanza de que quienes se dignen a participar en el juego lo encuentren estimulante, propongo las siguientes consideraciones sobre los supuestos atributos divinos.
Machina ex Deo: el misterio de la Santísima Infinidad
El de la santísima Trinidad no es un misterio por exceso (¿por qué tres personas divinas?), sino por defecto: ¿por qué solo tres?
Si el amor narcisista del Padre por sí mismo engendra al Hijo, este, que es tan dios como el Padre, se autoamará con igual potencia y engendrará al Nieto, que a su vez engendrará al Bisnieto, y este al Tataranieto, y así sucesiva e indefinidamente.
Por otra parte, si el amor incestuoso entre el Padre y el Hijo engendra al Espíritu Santo (la divina Paloma), el del Hijo por el Nieto no será menos fecundo y engendrará a, digamos, la Tórtola. Y el amor entre el Padre y el Nieto, a la Golondrina…
Y no hay ninguna razón para pensar que las divinas personas tengan que limitarse a los idilios binarios. Lo teológicamente correcto, por el contrario, es pensar que Dios agotara todas las posibilidades amatorias, y que los ménages-à-trois/quatre/cinq… se consumaran fecundamente, es decir, con la generación, en cada caso, de una nueva persona divina.
Así pues, por una parte tenemos una dinastía narcisista (Padre, Hijo, Nieto, Bisnieto, Tataranieto, Chozno…) que se corresponde con la serie de los números naturales: 1, 2, 3, 4, 5, 6… Y, por otra parte, a cada subconjunto de N (el conjunto de los números naturales) le corresponde una nueva persona. Y no solo a los subconjuntos finitos, sino también a los infinitos. Todas las personas pares, por ejemplo, se aman grupalmente, y al hacerlo engendran a la santa Paridad. Análogamente, las impares engendran a la santa Imparidad, y las primas, a la santa Primalidad.
Todos los subconjuntos de N, los finitos y los infinitos, generan nuevas personas, y el conjunto de todos los subconjuntos finitos e infinitos de N es álef-1, el primer número transfinito de Cantor, el continuo matemático, equivalente a R, el conjunto de los números reales. Por lo tanto, la santísima Infinidad es en realidad la santísima Transfinidad (o la santísima Alefidad, si se prefiere evitar el morfema «trans» en relación con las personas divinas), mal que le pese a Kronecker, que decía que Dios solo hizo los números enteros.
Pero la máquina divina no se detiene ahí. No se detiene nunca: las personas de álef-1 se agrupan amorosamente, a su vez, de todas las formas finitas e infinitas posibles, y el conjunto de todos los subconjuntos de álef-1 es álef-2. Y las personas de álef-2, a su vez… El furor autoerótico de Dios genera la interminable sucesión de los álef, la terrible dinastía de los números transfinitos.
La divina impotencia
Uno de los principales atributos divinos es la omnipotencia, lo que significa que Dios puede hacer cualquier cosa, su poder no tiene límites.
¿Puede hacer un círculo cuadrado?
No, claro que no, Dios no puede hacer cosas absurdas o contradictorias.
¿Puede hacer algo injusto?
Por supuesto que no. Podría, si quisiera; pero, dada su infinita justicia, por no hablar de su infinita bondad, es imposible que Dios sea injusto.
Pero ese «si quisiera» carece de sentido, porque si Dios es infinitamente bueno, no solo no puede ser injusto, sino ni siquiera quererlo. En última instancia, decir que Dios no puede hacer algo injusto o que es imposible que lo haga son afirmaciones equivalentes, y pretender diferenciarlas es buscarle tres pies al gato teológico.
De acuerdo, Dios no puede hacer cosas absurdas ni injustas; pero eso no es una limitación sino una cualidad de su omnipotencia.
¿Podría haber hecho Dios el mundo de otra manera?
Por supuesto, podría haberlo hecho de cualquier manera imaginable y de muchas otras maneras que no podemos ni imaginar.
¿Podría? O lo que ha hecho es lo que mejor se adecua a sus inescrutables designios o no lo es. Pero lo segundo es inconcebible en un Dios perfecto, por lo que hay que concluir con Leibniz, y pese a las burlas de Voltaire, que este es mejor de todos los mundos posibles, al menos en el sentido de que es el más acorde con los divinos propósitos, sean lo que fueren. Y, al ser el mejor, es el único posible, ya que es el único compatible con la divina perfección (por eso el mero hecho de pedirle algo a Dios es una ofensa a su divinidad, ya que, al hacerlo, se parte del supuesto de que puede rectificar, es decir, de que no es perfecto e infalible).
Pero Dios podría haber tenido otros designios.
¿Podría? O sus designios son los más acordes con su infinita sabiduría o no lo son. En el segundo caso sería un Dios incoherente, por lo que hay que descartar esa posibilidad. En el primer caso, ¿cómo podría haber tenido otros designios sin caer en la incoherencia? Encadenado a su propia perfección, Dios solo podía actuar de una única manera. Del mismo modo que la omnisciencia hace innecesarios el raciocinio y la memoria, pues a quien todo lo sabe desde siempre y para siempre nada le queda por deducir o evocar, la divina incontingencia elimina la voluntad. Si Dios no puede hacer nada absurdo, injusto o incoherente, no puede hacer nada de nada desde que puso en marcha el reloj del universo, y ni siquiera entonces tuvo otra elección.
La flecha del tiempo
La perfección es, por definición, inalterable: si pudiera volverse mejor, no sería perfecta; si pudiera empeorar, tampoco, pues llevaría en sí el germen de la degradación o, cuando menos, sería asequible a ella. Por lo tanto, solo un Dios imperfecto pudo disparar la flecha del tiempo. Pero ¿por qué lo hizo?
Algunos arqueros, al sentirse morir, lanzaban al aire una última saeta y pedían ser enterrados donde terminara su breve vuelo, su agotada búsqueda de la altura, frágil metáfora de la vida y la muerte. Otros elegían así el lugar sagrado donde erigir un templo o fundar una ciudad.
Tal vez seamos un gesto de la lenta agonía de Dios. O un hito de su largo viaje iniciático.
La oración del diablo
Como vimos, el mero hecho de pedirle algo a Dios es una ofensa a su divinidad, ya que, al hacerlo, se parte del supuesto de que puede rectificar o amoldar sus decisiones a nuestros deseos, es decir, de que no es perfecto e infalible —y por ende inmutable— en sus designios. En este sentido, la mayoría de las plegarias son intrínsecamente irreverentes, y de manera muy especial la que muchos consideran la oración por excelencia: el padrenuestro.
Atribuido (sin duda erróneamente) al propio Jesucristo, el padrenuestro, en apenas medio centenar de palabras, contiene no menos de diez invocaciones heréticas, al negar o relativizar sucesivamente la omnipresencia, la santidad, la omnipotencia, la misericordia y la justicia divinas, por lo que solo Satanás pudo haber inspirado esa oración que, para deleite del Maligno, los creyentes repiten sin cesar:
Padre nuestro, que estás en el cielo,
Situar a Dios en el paraíso implica la negación de su omnipresencia, su expulsión de la Tierra y de todo el mundo físico. Y negar la ubicuidad de Dios equivale a negar su divinidad.
santificado sea tu nombre,
Pedir la santificación del nombre de Dios es lo mismo que negar su santidad, pues algo que ya es santo no necesita ni puede ser santificado, igual que no se puede matar a un muerto o resucitar a un vivo.
venga a nosotros tu reino,
Son los seres humanos quienes tienen que ir en busca del reino de Dios, ganar su acceso a él. Esta invocación pretende invertir los términos y, con satánico orgullo, conmina a Dios a venir, con toda su corte celestial, a nuestro encuentro.
hágase tu voluntad
Al pedir que se haga la voluntad de Dios, se sobrentiende que no siempre se hace o que podría no hacerse, lo que equivale a negar su omnipotencia.
en la tierra como en el cielo,
Además, y en contra de los planes divinos manifiestos, se sugiere la equiparación de los mundos terrenal y celestial al pedirle a Dios que ejerza su voluntad de la misma forma en ambos.
danos hoy nuestro pan de cada día,
Ignorando el mandato divino subsiguiente a la caída («Ganarás el pan con el sudor de tu frente»), se le reclama a Dios el sustento cotidiano. Se niega así, al negar sus consecuencias, el pecado original y se invocan los privilegios edénicos en contra de las disposiciones divinas.
perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a quienes nos ofenden,
Se equipara la infinita misericordia de Dios a la mezquina piedad humana, y se pide el perdón divino como un supuesto derecho que los pecadores adquirirían al perdonar a otros. De este modo, se cuestiona implícitamente el hecho de que es la infinita bondad de Dios la causa última de su perdón.
y no nos dejes caer en la tentación,
Esta penúltima invocación niega el libre albedrío, fundamento de la ética humana y de la justicia divina, pues si es Dios quien nos deja o no nos deja caer en la tentación, ¿dónde queda la responsabilidad personal?
mas líbranos del mal.
El adversativo «mas» sugiere que no caer en la tentación puede acarrear el mal como probable consecuencia. De ahí a asociar el bien con el pecado no hay más que un paso, lo que convierte en doble la herejía final implícita en el mero hecho de atribuirle a Dios la responsabilidad de librarnos del mal.
Si el padrenuestro protege a sus rezadores del acoso diabólico, es porque el Maligno no se molesta en tentar a quienes tan bien le sirven sin necesidad de asesoramiento.
El ombligo de Adán
Y no solo con las oraciones, sino también con las imágenes supuestamente piadosas se puede incurrir en veladas ofensas a la divinidad.
Así lo entendió la Comisión de Asuntos Militares de la Cámara de Representantes, que en 1944, en el Congreso de Estados Unidos, se opuso a la distribución entre los soldados de un opúsculo titulado Las razas de la humanidad alegando que contenía una ilustración en la que Adán y Eva aparecían con ombligo, lo que daba a entender que habían salido del vientre de una madre y no eran, por tanto, el primer hombre y la primera mujer, creados directamente por Dios.
Pero, por otra parte, si Adán y Eva no tenían ombligo eran, como seres humanos, incompletos. ¿Cómo podía faltarles a los modelos, a los patrones de la humanidad, un detalle tan característico, nuestro sello de origen, el nudo emblemático que nos señala como dueños de la geometría y nos distingue de los demás animales? Ante el dilema entre un ombligo superfluo y un modelo incompleto, ¿cuál fue la decisión divina?
Un sutil argumento circular, digno de Anselmo de Canterbury, sostenía que los ombligos de Adán y Eva no eran superfluos, pues su función consistía precisamente en suscitar la controversia y poner a prueba la fe de los creyentes frente a la soberbia racionalista. Un argumento ingenioso pero inconsistente, que pretende elevar a la categoría de demostración lo que incluso como explicación de algo ya comprobado sería muy discutible, y que, por otra parte, serviría igualmente para afirmar justo lo contrario: que Dios creó a Adán y Eva sin ombligo para poner a prueba la humildad de sus descendientes con un modelo incompleto.
El debate onfálico se prolongó durante siglos y, de hecho, en muchas representaciones pictóricas anteriores al Renacimiento la pudorosa vegetación al uso no solo oculta el bajo vientre de Adán y Eva, sino también el alto: algunos artistas, abrumados por las discusiones teológicas, no se decidían entre ponerles o no ombligo y optaban por eludir el problema ocultando la zona anatómica conflictiva. La polémica la zanjó, al menos a nivel pictórico, Miguel Ángel, que dotó a su magnífico Adán de la Capilla Sixtina de un ombligo inequívoco y que sirvió de referente para las representaciones posteriores. Aunque no a gusto de todos, pues, como acabamos de ver, en fecha tan reciente como 1944 el anonfalismo aún no se había dado por vencido.
Para esclarecer la cuestión, hay que empezar por tener en cuenta que la Biblia fue redactada por unos hombres que, en sus plegarias, daban gracias a Dios por no haber nacido mujer. No es de extrañar, por tanto, que sesgaran la narración del Génesis en aras de la supuesta supremacía masculina. Pues, a poco que se piense en ello, es evidente que Dios tuvo que crear primero a la mujer, y donde la Biblia dice «creó al hombre a su imagen y semejanza», hay que entender «hombre» en el sentido amplio de ser humano, no en el restringido de macho de la especie.
La razón es obvia: si Dios pensaba sacar a su segunda criatura racional del interior de la primera, lo lógico es que esta fuese la que está capacitada para engendrar en su seno. Además, la simetría del sistema edén-caída-redención exige que el género humano se instalara en el paraíso terrenal mediante una partenogénesis, puesto que otra partenogénesis le reabrió las puertas del cielo.
Por lo tanto, Eva gestó y dio a luz a Adán, lo que justifica plenamente el ombligo de este. Por otra parte, no hay que olvidar que la maldición de parir con dolor es posterior al pecado original. Para que Eva alumbrara sin sufrimiento —y sin desgarramiento del himen— a su futuro cónyuge, la Divina Comadrona tuvo que extraer a Adán de su claustro a través de la cuarta dimensión, única forma de dejar intactos los tejidos maternos. El cordón umbilical quedó, pues, tendido entre el vientre de la madre y el del hijo-esposo, y con único corte hizo Dios los dos primeros ombligos.
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