Una mañana, mientras algunos bhikshus hacían sus rondas de limosnas en Savatthi, pasaron a algunos ascetas de diferentes sectas que practicaban austeridades. Algunos de ellos estaban desnudos y yaciendo sobre púas. Otros se sentaban bajo el Sol abrazador alrededor de un ardiente fuego. Más tarde, mientras los monjes estaban discutiendo acerca del ascetismo, preguntaron a Buddha: “Señor. Hay alguna virtud en esas duras prácticas ascéticas?”.
Buddha contestó: “No, monjes. No hay ninguna virtud o mérito especial en ellas. Cuando ellos son examinados y probados, son como un camino sobre un estercolero o como el sonido que escuchó la liebre”.
Los monjes dijeron confundidos: “Señor. Nosotros no conocemos acerca de ese sonido. Por favor, díganos cómo era”. A causa de su requerimiento, Buddha les contó esta historia del pasado distante.
Hace mucho, mucho tiempo, cuando Brahmadatta reinaba en Baranasi, el Bodhisattva nació como un león en un bosque cercano al Océano Occidental. En una parte de ese bosque había un bosquecillo de palmas mezclado con arboles belli (un tipo de membrillo bengalí). En ese bosquecillo vivía una liebre, bajo un joven árbol de palma, al pie de un árbol belli. Un día, la liebre se tumbó bajo el joven árbol de palma y ociosamente pensó: “Si esta tierra fuera destruida, ¿qué sería de mí?”. En ese mismo momento una fruta madura de árbol belli comenzó a caerse y pegó en una hoja de palma haciendo un "ruido" fuerte. Sobresaltada por ese sonido, la liebre brincó sobre sus pies y gritó: “La tierra está derrumbándose!”. Luego huyó inmediatamente, sin mirar hacia atrás. Otra liebre, viéndola pasar correr como si corriera por su vida, le preguntó: “¿Qué sucede?” y también empezó a correr. “¡No preguntes!” –dijo jadeado la primera. Esto asustó más aún a la segunda liebre y continuó corriendo a toda velocidad. “¿Qué está mal?” –gritó nuevamente. Haciendo una pausa por un momento, la primera liebre gritó: “La tierra está separándose!”. A esto, las dos escaparon juntas. Su miedo era contagioso y otras liebres se les unieron hasta que todas las liebres de ese bosque estaban huyendo juntas. Cuando otros animales vieron la conmoción y preguntaron lo que estaba pasando, jadeando les dijeron: “¡La tierra está separándose!”. Y ellos también empezaron a correr por sus vidas. De esta manera, pronto se les unieron a las liebres, manadas de ciervos, jabalíes, alces, búfalos, bueyes salvajes y rinocerontes; una familia de tigres y algunos elefantes. Cuando el león vio esa precipitada estampida de animales y oyó la causa de su huída, pensó: “Ciertamente la tierra no está acabándose. Debe de haber habido algún sonido que interpretaron mal. Si yo no actúo rápidamente, se matarán. ¡Debo salvarlos!”. Entonces, tan rápido como sólo él podia correr, se puso delante de ellos y rugió tres veces. Al sonido de su poderosa voz, todos los animales se detuvieron en su camino. Jadeando se agruparon unidos por el miedo. El león se acercó y preguntó por qué estaban corriendo. “La tierra está derrumbándose” –todos ellos contestaron. “¿Quién la vio derrumbarse?” –preguntó. “Los elefantes saben todo sobre eso” –contestaron algunos animales. Cuando preguntó a los elefantes, ellos dijeron: “Nosotros no lo sabemos. Los tigres lo saben”. Los tigres dijeron: “Los rinocerontes saben”. Los rinocerontes dijeron: “Los bueyes salvajes saben”. Los bueyes salvajes dijeron: “Los bufalos saben”. Los bufalos dijeron: “El alce sabe”. El alce dijo: “Los jabalíes saben”. Los jabalíes dijeron: “Los ciervos saben”. Los ciervos dijeron: “Nosotros no sabemos. Las liebres lo saben”. Cuando preguntó a las liebres, ellas apuntaron a una liebre en particular y dijeron: “Ésta nos lo dijo”.
El león le preguntó: “Es verdad que la tierra está quebrándose?”.
–Sí, señor. Yo lo vi -dijo la liebre.
–¿Dónde estaba usted cuándo lo vio?
–En el bosque; en un bosquecillo de palmas mezcladas con árboles belli. Estaba descansando allí bajo una palma, al pie de un árbol belli, pensando: ‘Si esta tierra fuera destruida, qué sería de mí?'. En ese mismo momento yo oí el sonido de la tierra que se separa y huí.
De esta explicación, el león comprendió exactamente lo que realmente había sucedido, pero quiso verificar sus conclusiones y demostrar la verdad a los otros animales. Suavemente calmó a los animales y dijo: “Llevaré a la liebre e iré a averiguar si la tierra está acabándose o no, donde ella dice. Hasta que nosotros volvamos, quédense aquí”.
Puso a la liebre sobre su lomo leonado y corrió a gran velocidad a ese bosquecillo. Entonces soltó a la liebre y le dijo: “Vamos, muéstrame el lugar que me has dicho”.
"Yo no me atrevo; mi señor” –dijo la liebre. “No tengas miedo” –dijo el león. La liebre se estremeció de miedo y no se arriesgó a acercarse al árbol belli. Sólo podía señalar y decir: “Señor. Allí es el lugar del terrible sonido”. El león fue al lugar que indicó la liebre. Él distinguió el césped donde la liebre había estado yaciendo y vio la fruta belli madura que había caído en la hoja de la palma. Habiendo determinado cuidadosamente que la tierra no estaba separándose, puso a la liebre de nuevo en su lomo y volvió adonde lo esperaban los animales. Entonces les contó lo que había encontrado y dijo: “No tengan miedo”.
Tranquilizados, todos los animales volvieron a sus lugares usuales y reasumieron sus rutinas. Esos animales se habían puesto en gran peligro porque escucharon los rumores y los miedos infundados en lugar de intentar averiguar por sí mismos la verdad . Realmente, si no hubiera sido por el león, esas bestias se habrían precipitado en el mar y habrían perecido. Sólo escaparon de la muerte gracias a la sabiduría y compasión del Bodhisattva. En la conclusión de la historia, el Buddha identificó el nacimiento: “En ese momento, yo era el león”.
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