Para acercarnos al lejano mundo de la medicina mesopotámica, es fundamental una mirada sobre la documentación recuperada de la biblioteca de Nínive (fechadas entre el año 1000 y 612 a.C.) o de tablillas localizadas en Asur, Nippur, Bogazkoy, Sultantepe u otros lugares de la zona más meridional de Mesopotamia. Referente a la medicina de la época, tenemos desde cartas privadas hasta textos literarios, pasando colecciones de recetas y menciones en algunos códigos legales (en el famoso código de Hammurabi aparecen menciones sobre medicina). La documentación que nos ha llegado o se ha recuperado, lleva a la memoria de los investigadores un ejemplo más cercano y bastante descriptivo: las colecciones inglesas de recetas médicas del siglo XV. Claro está que no todo el material tiene tanto parecido.
El tema que presentamos hoy es una rama de la historia mesopotámica poco estudiada. Del pequeño grupo de documentos que se conserva, muchos están sin traducir. No obstante, lo poco que se ha traducido nos puede dar una panorámica general. Las primeras impresiones nos describen una medicina muy rudimentaria. Las medicinas serían plantas procedentes de la zona, no hay constancia de productos costosos de tierras lejanas. La grasa, el sebo, la leche y algunos huesos de animales se añadirían a la lista de elementos a tener en cuenta para la curación. Aunque se destacan los efectos positivos y negativos de un buen puñado de hierbas, los botánicos y los filólogos tienen bastante trabajo por delante. Resulta curioso que el término “hierbas” (sammu), puede significar a la vez “medicina”.
El médico mesopotámico no tenía la consideración actual. El concepto médico no lo habían acuñado. Lo más aproximado en nuestro lenguaje sería “exorcista”. Es decir, se asemejaba más a un adivino, brujo o mago que al médico que nos encontramos en la consulta si vamos a hacernos una revisión. Tal cuestión nos deriva que las curaciones en la época utilizaban indistintamente remedios reales contra la enfermedad y la magia. No nos encontramos frente a dos técnicas excluyentes.
En el período paleobabilónico nacieron la escuela o tradición “científica” y la “terapéutica”. La primera, haciendo justicia (un poco) a su denominación, se basaba en pronósticos sobre las personas, según los signos que presentase, no tanto de su enfermedad, como de su propia naturaleza. Consistía en un chequeo muy global. Los llamados terapeutas seguían un método más subjetivo que el primero. Mediante una lista de nombres técnicos y complejos, se establecían síntomas (según el parecer del médico, no del paciente), para proceder después. Tanto con un conjuro o unas hierbas. La confianza también jugó su particular papel. Por ejemplo el número de gotas de un brebaje (a saber, siete o doce) era señalado con suma delicadeza por los médicos. No sorprende en absoluto que la cirugía fuera un recurso poco utilizado en aquellos días.
Antes de la urbanización de grandes núcleos, los médicos eran simples personas, cobrando por paciente. Su modo de vida debía ser muy precario. La comodidad llegó con la edificación de grandes palacios. Algunos médicos hicieron lo posible para agregarse a la corte. Así nos lo confirma la documentación de las regiones de Mari o Hattusa (durante el II y I milenio a.C. ). Al hablar de ”palacio” deberíamos tener en mente al rey, su familia, su harén y todo su séquito, ¡con tanta gente el empleo (por lo tanto el negocio) estaba asegurado! Los menos afortunados continuaron ejerciendo de médicos privados, cobrando según el número de casos atendidos por jornada.
Los artilugios empleados por los médicos son poco conocidos. Se habla de espátulas, tubos de metal, lancetas (apodada “cuchillo de barbero”). Los pocos utensilios no tiene una relación clara con la poca documentación hallada. Puede tener una pequeña conexión, pero según los estudiosos del tema, se supone que los textos sobrentienden algunas otras herramientas básicas.
Los progresos y avances en el campo médico mesopotámico fueron limitados, lo pone de relieve uno de los viajeros más famoso de toda la Edad Antigua. Siguiendo a Heródoto, existía una ley en Babilonia que permitía exponer a los enfermos en plena calle. Tal suceso, según el historiador ocurría por no tener médicos entre los babilonios. Entendemos que no había profesionales de la talla de Egipto. Todos sabemos que el cronista quedó enamorado de las tierras del Nilo. No es de extrañar que sitúe a los egipcios en muy alta estima, mucho más al compararlos con los habitantes de Babilonia. Deben vigilarse sus exageraciones al comparar lugares.
A pesar de llamar a una corriente de médicos mesopotámicos “científica” no hubo ningún acercamiento de tal calibre. Especulaciones, casualidades y adivinaciones, bañadas con cultura popular, predominó para remediar los males que se extendieron desde los máximos gobernantes, hasta el último agricultor.
Más información| LEO OPPENHEIM, A, La Antigua Mesopotamia. Retrato de una civilización extinguida, Gredos, Madrid, 2003.
Imágenes | Escribas y Código de Hammurabi.
Bernat Tomàs Pont
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