La tradición islámica de iluminar manuscritos tiene su origen en la época de Tamerlán, en Persia, desde donde fue importada por el primer gran emperador mogol Babur, y se caracteriza por la precisión técnica y por la exquisita minuciosidad del trabajo, llegando a mostrar detalles realizados con pinceles de un solo pelo. Su temática es muy variada y, frente a lo que ocurre en la miniatura hindú, las composiciones son generalmente verticales y las escenas suelen caracterizarse por su realismo y por una detallada observación de la naturaleza, que contrasta grandemente con el carácter simbólico y conceptual de la miniatura realizada en las cortes rājput.
Antes de la llegada de los mogoles, se había desarrollado en la India de los sultanatos un arte de la miniatura donde se fundían la influencia persa y las tradiciones locales. Un ejemplo de ello es el Khamsa, de Nizami, una historia apócrifa de Alejandro Magno.
El emperador Babur, hombre culto y refinado, amante de la poesía, la pintura y la caligrafía, fue dueño de una importante biblioteca que se llevó a India y que heredaron sus descendientes.
Como ya apunté en un artículo anterior, la miniatura o iluminación de manuscritos se desarrolla en India sobre todo a partir de la reconquista por Humayun de los territorios perdidos a manos de un general de su ejército, Sher Shah Suri. El gran emperador mogol conoció esta técnica en la corte persa donde se refugió, y allí mandó copiar y recopilar gran cantidad de manuscritos, entre los que destaca el Shahnameh, o Libro de los Reyes, realizado hacia el año 1000 por el poeta persa Ferdousí, que cuenta la historia y mitología de Persia desde la creación del mundo hasta la conquista de este territorio por las fuerzas islámicas en el siglo VII. A su vuelta a India llevó con él a destacados artistas de esta técnica pictórica, entre los que se cuentan Mir Sayyid Ali y Khwaja Abdus Samad.
La primera miniatura mogola que se conoce es de época de Humayun, es un texto conocido como Los príncipes de la casa de Timur, una genealogía de reyes, a la que se añadieron los propios mogoles. La técnica utilizada es similar a la de la miniatura hindú, se emplea pintura al agua, pero sin huevo (témpera) y sin blanco de zinc (gouache). El aglutinante era goma arábiga procedente de animales, y como fijador se utilizaba almidón, savia de sauce o azúcar. Los soportes de la miniatura eran distintos tipos de papeles, fabricados en India con pulpa de bambú, yute, algodón, lino y otras fibras vegetales.
El emperador mogol Akbar fue, sin duda, uno de los patronos más importantes de la Humanidad, a su muerte, en 1605, se habían iluminado durante su reinado 24.000 manuscritos y se había desarrollado un estilo peculiar y sincrético que seguiría vivo siglos después. Los manuscritos iluminados que aparecieron durante el reinado del gran emperador Akbar se encuentran entre las obras más bellas del arte mogol. De entre todas ellas, sobresalen dos: el Akbarnameh, La historia de Akbar (de entre 1590-95), en lengua persa y en el que se cree que las miniaturas fueron realizadas por Basawan y sus dos ayudantes, Chitra e Ijlas, si bien no todas sus miniaturas son de la misma calidad. Y el Hamsanameh, La historia de Amir Hamsa (de entre 1567-82), un tío del Profeta, donde se narran sus aventuras guerreras en China, Asia Central, Turquía y Ceilán, así como su amor por la hija del rey Mihrnigar. En este libro, en lengua persa, se cree que trabajaron unos 50 pintores en sus miniaturas, entre ellos Mir Sayyid Ali y Abdus Samad.
Entre los libros que se iluminaron en los talleres de Akbar, figuran textos hindúes como el Mahābhārata, el Ramāyāna y el Yoga-Vasistha, también textos islámicos como el Nafahat al-Uns, una biografía de santos, o incluso textos cristianos como la Biblia, con inspiración en las iluminaciones de la que fue llevada por los jesuitas, la Biblia poliglota editada para Felipe II en 1569-72, ante la cual se dice que Akbar se quitó el turbante en un acto de solemne respeto.
Dentro de la miniatura mogola pueden diferenciarse las escuelas de los talleres creados por los distintos emperadores, siendo los más importantes los de Akbar, Jahangir y Shah Jahan, que dejaron en los libros realizados en sus talleres la impronta de su propia personalidad, sus gustos y aficiones.
Jahangir continuó la tradición artística de su padre, pero centró gran parte de su interés en realizar una serie de deliciosas miniaturas en las que se recopila toda la fauna y flora de las distintas regiones del imperio. También el retrato fue uno de los temas que más le gustaron, haciéndose retratar numerosas veces, alcanzando esta representación su momento más álgido, llegando a realizarse figuras tanto de perfil como de tres cuartos.
Su hijo, el emperador Shah Jahan, mantuvo los talleres de iluminación de manuscritos pero la producción fue menos importante que la de su padre y abuelo. El único gran manuscrito que puede destacarse es el Padshahnama, que recoge las crónicas de su reinado, glorificándolo. Una peculiaridad de la miniatura en esta época es la gran importancia que tiene el retrato femenino, suponiéndose que existiese un taller en la zenana, pues se hicieron muy frecuentes representaciones de harenes, de encuentros de amantes y citas nocturnas, algunas con una fuerte carga erótica. Al igual que su padre, se hizo retratar numerosas veces con sus más preciadas joyas, o con una flor en la mano, tanto de perfil como de tres cuartos.
Con el emperador mogol Aurangzeb, hijo de Shah Jahan, que fue un iconoclasta activo, fueron gradualmente desapareciendo los talleres y los manuscritos se dispersaron.
Vía| Fernández del Campo, Eva, El arte de India, Ed. Akal, Madrid, 2013, y Walther, I. F. / Wolf, N. , Obras maestras de la iluminación, Taschen, 2005
Autor: Ramón Muñoz publicado el 16/03/2017 en la revista digital "Qué Aprendemos Hoy"
Autor: Ramón Muñoz publicado el 16/03/2017 en la revista digital "Qué Aprendemos Hoy"
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