Por Eduardo Montagut Contreras. Doctor en Historia Moderna y Contemporánea
El siglo XVII constituyó una larga etapa histórica de dificultades para el Papado. En dicha centuria se sucedieron once Pontífices. Desde el punto de vista espiritual fueron, en general, más honestos y religiosos que los de la época renacentista. Pero, desde la perspectiva política, dado su papel en las complejísimas relaciones internacionales del Siglo del Barroco y como soberanos temporales de los Estados Pontificios, ya no es tan fácil generalizar. En realidad, solamente destacaron como estadistas Urbano VIII e Inocencio XI. El primero fue uno de los últimos grandes mecenas de la Iglesia, y durante su pontificado se produjo el proceso contra Galileo Galilei, que hasta entonces había tenido una estrecha relación con el Papa Barberini. El segundo, por su parte, se significó como reformador de la Iglesia y como un firme defensor de los derechos de la misma frente al absolutismo de Luis XIV y el galicanismo francés.
Los Papas tuvieron muchas dificultades en el ámbito internacional porque las relaciones entre los Estados estaban cambiando y se estaba comenzando a superar el conflicto religioso que tanto había enturbiado el panorama europeo desde el comienzo del siglo XVI. La Paz de Westfalia de 1648 supuso un hito en el avance de la tolerancia religiosa como medio para suavizar las tensiones que habían explotado en la Guerra de los Treinta Años. Pero el Papado no podía aceptar esta situación porque creaba un status quo entre las distintas confesiones. Inocencio X protestó enérgicamente aunque no se le tuvo mucho en cuenta.
Otro de los problemas en el que los Pontífices se vieron involucrados tuvo que ver con las conflictivas relaciones entre la Casa de Austria hispana y los Borbones franceses, en constante lucha por la hegemonía europea. La Monarquía Hispánica y Francia eran las máximas potencias católicas y en medio se encontraba el Papado, que tuvo que mediar y hasta sobrevivir entre ambas porque hasta en la propia Roma se escenificaron intensos conflictos diplomáticos.
El empeño papal de propagar la fe católica, pertrechado del espíritu de la Contrarreforma, encontró una fuerte resistencia del protestantismo, pero también del jansenismo, a pesar de las constantes condenas que recibió. En el ámbito extraeuropeo también se presentaron dificultades, siendo la principal la controversia de los ritos en Asia. Este conflicto enfrentó a los jesuitas con Roma a finales del siglo por la adaptación religiosa del ritual a los hábitos y usos locales, y que chocó con la ortodoxia.
Por fin, las crisis económicas afectaron también a los Estados Pontificios, unos territorios, por lo demás, complicados de gobernar en el centro de Italia. En Roma se escenificaban diariamente los fuertes contrastes de la sociedad estamental. En la cúspide destacaba la riqueza más exuberante de las familias mejor situadas cerca del Papado que siguió practicando el clientelismo que aquella corte discurría por los canales del nepotismo. El resto de la población vivía en unas pésimas condiciones, a pesar de la caridad. En el campo la situación era peor. El avance de la ganadería produjo una clara decadencia de la agricultura con aumento de la pobreza y del bandolerismo en la frontera entre la protesta social y la delincuencia.
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