“Librémonos del wahabismo”, proponía en un reciente artículo el ministro iraní de Exteriores, Mohammad Javad Zarif. Para ello sugería una acción coordinada de la ONU que combata esa versión del islam que promueve Arabia Saudí y a la que responsabiliza del terrorismo islamista de organizaciones como Al Qaeda o el Estado Islámico (ISIS). Aunque el presidente Hasan Rohaní no ha llegado tan lejos en su intervención este jueves ante la Asamblea General, ha pedido a Riad que deje de “difundir la ideología de odio”. No es solo un paso más en la guerra verbal e ideológica que enfrenta a Teherán y Riad. En los últimos años, un creciente número de expertos ha vinculado el auge de esos grupos con la doctrina religiosa saudí.
El comentarista argelino Kamel Daoud, director de Le Quotidien d’Oran, ha llegado a afirmar que el wahabismo y la ideología extremista del ISIS o Al Qaeda son lo mismo. “Arabia Saudí es un Daesh que lo ha conseguido”, escribía el año pasado refiriéndose al Estado Islámico por su acrónimo árabe. “Llama la atención cómo Occidente mira para otro lado respecto a Arabia Saudí: Considera a la teocracia como su aliado y finge no darse cuenta de que es el principal mecenas ideológico de la cultura islamista en el mundo”, añadía.
Ha sido una de las acusaciones más directas y con más eco en un debate que empieza a filtrarse entre los responsables políticos. Tras la matanza de Orlando del pasado junio (obra de un ciudadano estadounidense que declaró fidelidad al ISIS), Hillary Clinton, la candidata demócrata a la presidencia de Estados Unidos, pedía a Arabia Saudí que impidiera “a sus ciudadanos financiar a organizaciones terroristas” y que “dejara de apoyar escuelas y mezquitas radicales por todo el mundo que han puesto a demasiados jóvenes en el camino del extremismo”.
También el Parlamento Europeo constataba hace dos años, poco antes de la aparición del ISIS, que “las manifestaciones más extremas del salafismo/wahabismo han inspirado a organizaciones terroristas como Al Qaeda y representan una amenaza para la seguridad mundial, incluso para la propia Arabia Saudí”. Pero ¿qué significan esos términos con los que expertos y medios de comunicación salpican sus análisis a menudo confundiendo más que aclarando?
¿Qué es el wahabismo?
La palabra deriva del nombre de un ultraortodoxo musulmán, Mohamed Abdel Wahhab, que vivió en el siglo XVIII y con el que los antecesores de la familia gobernante saudí sellaron una alianza. El predicador legitimó su poder político a cambio de su patrocinio. Con la fundación del moderno Estado saudí en 1932, ese pacto fue renovado entre Abdelaziz Ibn Saud, padre del actual monarca, y los descendientes de Abdel Wahhab, la familia Al Sheij, que aún controlan las instituciones religiosas del reino, cuya influencia se extiende a todos los aspectos de la sociedad (como la prohibición de las salas de cine o de que las mujeres conduzcan).
Los saudíes más ortodoxos rechazan el término wahabismo, ya que consideran que su interpretación del islam es la única fiel al espíritu del Profeta; el resto de las prácticas serían desviaciones. Doctrinalmente, es más adecuado hablar de salafismo, de al salaf al salih (los ancestros piadosos), en referencia los primeros creyentes, los compañeros del Profeta y sus inmediatos seguidores. En cualquier caso, su estrecha y ultraconservadora visión del mundo rechaza a quien es diferente (ateos, judíos, cristianos, e incluso musulmanes que siguen otras exégesis como los chiíes o los suníes sufíes), proyectando una imagen de intolerancia y fanatismo muy cercana a la de los yihadistas.
¿Qué relación hay entre wahabismo y yihadismo?
Los grupos islamistas violentos que conocemos como yihadistas han bebido del salafismo wahabí en sus ideas sobre la yihad. Sin embargo, este concepto resulta ambivalente. Mientras los medios de comunicación lo traducimos como “guerra santa” (y esa acepción se encuentra ampliamente respaldada en la propaganda de dichas organizaciones), la mayoría de los musulmanes ven ofensivo equiparar con el terrorismo un término que ellos interpretan como “esfuerzo o lucha interior” para acercarse a Dios.
De ahí que fuentes tan dispares como el príncipe jordano Zeid Raad al Husein, comisionado de la ONU para los derechos humanos y primer musulmán en ejercer ese cargo, las autoridades iraníes (islamistas chiíes) y académicos suníes hablen de takfiris. En árabe se denomina así al musulmán que acusa de apostasía a otro musulmán, con el fin de deslegitimizar a quienes no reconocen su autoridad y justificar su asesinato. A diferencia de los fundamentalistas salafíes, los takfiris aceptan la violencia para lograr sus objetivos.
Entonces, ¿es la doctrina wahabí responsable del terrorismo yihadista?
No solo los wahabíes se ofenden ante el mero enunciado de la idea. Las autoridades saudíes rechazan de plano esa posibilidad, aunque significativamente han introducido cambios en su sistema educativo a raíz de los atentados que sufrieron en 2003. Insisten en que el ISIS o Al Qaeda hacen una interpretación errónea de su religión; recuerdan que los seguidores de esos grupos atacan con frecuencia el Arabia Saudí y que este país contribuye a la coalición internacional que lo combate.
“Sería demasiado decir que la interpretación wahabí del islam es la única responsable del ascenso de los grupos yihadistas; es un fenómeno histórico demasiado complicado para reducirlo a un solo factor”, matiza Andrew Hammond, del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR) en un correo electrónico.
Aun así, este analista recuerda que, desde los años ochenta del siglo pasado, “el régimen saudí ha intentado hacer dos cosas: animar abierta o tácitamente el activismo yihadista por motivos políticos en Afganistán, Irak y Siria, y promover un wahabismoquietista y apolítico alrededor del mundo a través de mezquitas y centros islámicos”. Empeño este que ha contado con la generosa financiación de sus petrodólares.
Los observadores ven un punto de inflexión en la invasión de Irak por las tropas estadounidenses en 2003. “El elemento wahabí se ha reforzado y los estudiosos de la religión en Arabia Saudí describen abiertamente al ISIS como un movimiento wahabí que se presenta como el verdadero”, apunta Hammond, autor de The Illusion of Reform in Saudi Arabia.
En su opinión, “el problema radica hoy en que el Gobierno saudí dice que la promoción del wahabismo no tiene nada que ver con la violencia (incluso si a la gente no le gusta su mensaje puritano), pero existe un camino de dos sentidos entre el wahabismo quietista y el yihadista; así que en la realidad ambos no se pueden separar”.
Angeles Espinosa para ELPAIS.com
Ha sido una de las acusaciones más directas y con más eco en un debate que empieza a filtrarse entre los responsables políticos. Tras la matanza de Orlando del pasado junio (obra de un ciudadano estadounidense que declaró fidelidad al ISIS), Hillary Clinton, la candidata demócrata a la presidencia de Estados Unidos, pedía a Arabia Saudí que impidiera “a sus ciudadanos financiar a organizaciones terroristas” y que “dejara de apoyar escuelas y mezquitas radicales por todo el mundo que han puesto a demasiados jóvenes en el camino del extremismo”.
También el Parlamento Europeo constataba hace dos años, poco antes de la aparición del ISIS, que “las manifestaciones más extremas del salafismo/wahabismo han inspirado a organizaciones terroristas como Al Qaeda y representan una amenaza para la seguridad mundial, incluso para la propia Arabia Saudí”. Pero ¿qué significan esos términos con los que expertos y medios de comunicación salpican sus análisis a menudo confundiendo más que aclarando?
La palabra deriva del nombre de un ultraortodoxo musulmán, Mohamed Abdel Wahhab, que vivió en el siglo XVIII y con el que los antecesores de la familia gobernante saudí sellaron una alianza. El predicador legitimó su poder político a cambio de su patrocinio. Con la fundación del moderno Estado saudí en 1932, ese pacto fue renovado entre Abdelaziz Ibn Saud, padre del actual monarca, y los descendientes de Abdel Wahhab, la familia Al Sheij, que aún controlan las instituciones religiosas del reino, cuya influencia se extiende a todos los aspectos de la sociedad (como la prohibición de las salas de cine o de que las mujeres conduzcan).
Los saudíes más ortodoxos rechazan el término wahabismo, ya que consideran que su interpretación del islam es la única fiel al espíritu del Profeta; el resto de las prácticas serían desviaciones. Doctrinalmente, es más adecuado hablar de salafismo, de al salaf al salih (los ancestros piadosos), en referencia los primeros creyentes, los compañeros del Profeta y sus inmediatos seguidores. En cualquier caso, su estrecha y ultraconservadora visión del mundo rechaza a quien es diferente (ateos, judíos, cristianos, e incluso musulmanes que siguen otras exégesis como los chiíes o los suníes sufíes), proyectando una imagen de intolerancia y fanatismo muy cercana a la de los yihadistas.
¿Qué relación hay entre wahabismo y yihadismo?
Los grupos islamistas violentos que conocemos como yihadistas han bebido del salafismo wahabí en sus ideas sobre la yihad. Sin embargo, este concepto resulta ambivalente. Mientras los medios de comunicación lo traducimos como “guerra santa” (y esa acepción se encuentra ampliamente respaldada en la propaganda de dichas organizaciones), la mayoría de los musulmanes ven ofensivo equiparar con el terrorismo un término que ellos interpretan como “esfuerzo o lucha interior” para acercarse a Dios.
De ahí que fuentes tan dispares como el príncipe jordano Zeid Raad al Husein, comisionado de la ONU para los derechos humanos y primer musulmán en ejercer ese cargo, las autoridades iraníes (islamistas chiíes) y académicos suníes hablen de takfiris. En árabe se denomina así al musulmán que acusa de apostasía a otro musulmán, con el fin de deslegitimizar a quienes no reconocen su autoridad y justificar su asesinato. A diferencia de los fundamentalistas salafíes, los takfiris aceptan la violencia para lograr sus objetivos.
Entonces, ¿es la doctrina wahabí responsable del terrorismo yihadista?
No solo los wahabíes se ofenden ante el mero enunciado de la idea. Las autoridades saudíes rechazan de plano esa posibilidad, aunque significativamente han introducido cambios en su sistema educativo a raíz de los atentados que sufrieron en 2003. Insisten en que el ISIS o Al Qaeda hacen una interpretación errónea de su religión; recuerdan que los seguidores de esos grupos atacan con frecuencia el Arabia Saudí y que este país contribuye a la coalición internacional que lo combate.
“Sería demasiado decir que la interpretación wahabí del islam es la única responsable del ascenso de los grupos yihadistas; es un fenómeno histórico demasiado complicado para reducirlo a un solo factor”, matiza Andrew Hammond, del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR) en un correo electrónico.
"Los estudiosos de la religión en Arabia Saudí describen abiertamente al ISIS como un movimiento wahabí."
Los observadores ven un punto de inflexión en la invasión de Irak por las tropas estadounidenses en 2003. “El elemento wahabí se ha reforzado y los estudiosos de la religión en Arabia Saudí describen abiertamente al ISIS como un movimiento wahabí que se presenta como el verdadero”, apunta Hammond, autor de The Illusion of Reform in Saudi Arabia.
En su opinión, “el problema radica hoy en que el Gobierno saudí dice que la promoción del wahabismo no tiene nada que ver con la violencia (incluso si a la gente no le gusta su mensaje puritano), pero existe un camino de dos sentidos entre el wahabismo quietista y el yihadista; así que en la realidad ambos no se pueden separar”.
Angeles Espinosa para ELPAIS.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario