La mayor evidencia histórica de la existencia de un
personaje del Nuevo Testamento salió a la luz en 1990. Se trata de la
confirmación del descubrimiento, por parte de un equipo de arqueólogos
israelíes, de la tumba de la familia de Caifás, el sumo sacerdote que presidía
el tribunal que condenó a Jesús y que le entregó a los romanos para ser
crucificado. Enterrados en una vieja cueva escondida en las faldas de
Jerusalén, los huesos de la familia estaban guardados en osarios de piedra
decorados y tallados con complicadas figuras ornamentales, en unos féretros
ceremoniales cuyo uso estuvo muy extendido hasta finales del primer siglo
cristiano llamados Gloscomo (del griego glosso
y komon, que significa caja de
plata). Después de 2.000 años de dudas, las inscripciones de los osarios y la
edad de los huesos apuntan directamente hacia la influyente familia de este
sacerdote.
Caifás, uno de los personajes más enigmáticos de la
historia, ha sido descrito muchas veces como un ser malvado, ávido de poder y
loco por agradar a Poncio Pilatos, el gobernador romano. El descubrimiento de
sus restos fue producto, como tantos otros hallazgos en la historia de la
arqueología, de un mero accidente. Mientras se construía una carretera en 1990,
los obreros se toparon con una amplia zona llena de sepulturas.
"No puedo imaginar un descubrimiento más significativo
sobre la historia de este periodo", asegura Bruce Chilton,
profesor de religión en Annandale (Nueva York). "El tipo, de escritura, los nombres que
aparecen, el método de enterramiento, su localización; todos estos datos
aportarán una información crucial para comprender la era en la que vivió Jesús".
La cueva funeraria se encontraba en muy buen estado
de conservación y en ella aparecieron 12 osarios de piedra caliza, según ha
descrito Zvi Greenhut, arqueólogo jefe de Jerusalén. Como era costumbre en la
época, los cuerpos fueron depositados en unos nichos excavados en la cueva y,
una vez que la carne se descompuso, los huesos fueron guardados en los
gloscomos. Uno de ellos llevaba escrito, entre intrincados decorados con forma
de rosetas, este dato: "José, hijo de Caifás" (“Iehosef Bar Kafa”). José (KPH)
era otro de los, nombres del sumo sacerdote judío conocido como Caifás, quien
gobernó en Jerusalén entre los años 16 y 36. Dentro de este féretro estaban los
huesos de un hombre de unos 60 años.
Los historiadores y académicos debaten los detalles
del enfrentamiento entre Jesús y Caifás, quien, con el poder que tenía en la
ciudad, hubiera podido salvar al primero de la muerte. Sin embargo, el profeta
se opuso a la decisión de Caifás de dejar entrar a los vendedores de animales y
a los prestamistas en el templo, con lo que el sacerdote quería conseguir un
control más férreo sobre la economía de la ciudad.
La defensa de Jesús por parte de Caifás hubiera
bastado, según sostienen numerosos expertos, para que la condena de Pilatos no
hubiera significado forzosamente su crucifixión.
"Es seguro que a Caifás le disgustaba profundamente Jesús",
explica David Flusser, profesor de religión en la Universidad Hebrea, que se ha
especializado en el estudio de los primeros tiempos de la cristiandad. "Vio en Jesús un
peligro para sus aliados romanos, y también para los judíos y sus leyes".
Nacho Padró
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