cuando el papa Urbano II llamó a la primera cruzada contra los infieles en Tierra Santa, acabó la vida relativamente tranquila y próspera que los judíos europeos habían llevado hasta entonces. Los cruzados, impulsados por el espíritu combativo y los deseos de venganza, empezaron a divulgar la idea de que antes de marchar a Oriente había que acabar con los infieles más próximos: los judíos. Según se decía, ellos eran los responsables de la muerte de Cristo. Esta terrible e injusta acusación, que ya se planteó en los inicios del cristianismo, sería utilizada como detonante de la violencia contra los judíos en muchos momentos de la historia.
Corría el año 1096. Los primeros ataques se desataron en Ruán, pero se extendieron rápidamente por las poblaciones del valle del Rin, donde miles de judíos perecieron de forma brutal a manos de los guerreros cristianos.
Los líderes de las comunidades judías recurrieron al emperador Enrique IV y pidieron su protección, así como la de los obispos y otros señores importantes, a cambio de entregarles fuertes sumas de dinero.
Los obispos consiguieron defender a los judíos en algunas ciudades como Espira o Colonia, pero no en todas: el arzobispo de Maguncia, que había intentado protegerlos, tuvo que huir de los cruzados para salvar su vida. También hubo judíos que, como sucedió en Maguncia o Worms, se suicidaron para evitar que los pudieran obligar a convertirse al cristianismo. Otros, en cambio, prefirieron salvar su vida y entregarse a las aguas del bautismo.Pronto se demostró que las conversiones llevadas a cabo bajo tales presiones eran poco efectivas, y el propio Enrique IV permitió a los judíos que regresaran a su religión, lo que provocó las protestas del papa. La actitud del emperador facilitó la recuperación de las comunidades judías, que poco a poco fueron retomando sus ocupaciones habituales, de las que el comercio era la más importante.
LAS DENUNCIAS DE LA IGLESIA
A partir del siglo XII se produjo un cambio importante en la vida de los judíos de Europa Central. Los cristianos adquirieron mayor protagonismo en el comercio, y los judíos quedaron relegados a dedicarse casi exclusivamente a una ocupación: el préstamo de dinero. Las circunstancias les resultaban favorables, pues la Iglesia prohibía a los cristianos prestar dinero con interés, lo que consideraba usura –un grave pecado–. Además, los trágicos sucesos que acompañaron a la primera cruzada ofrecieron a los judíos una lección: si se avecinaba algún peligro era conveniente disponer de bienes que se pudieran transportar fácilmente en caso de huida, como el oro y la plata.
Los judíos que se dedicaron a prestar dinero proporcionaron enormes beneficios económicos a los gobernantes cristianos, que les cargaban con fuertes impuestos y que, cuando consideraban que no estaban cumpliendo con sus deberes, se aprovechaban de ellos confiscándoles sus bienes. Por otro lado, esta actividad acarreó a los judíos el odio de las masas populares. La Iglesia aprovechó la situación para condenar los abusos de los judíos en sus sermones, y monjes y predicadores se desplazaban de pueblo en pueblo desprestigiándolos y acusándoles de extorsionar a los pobres.
Los judíos que se dedicaron a prestar dinero proporcionaron enormes beneficios económicos a los gobernantes cristianos, que les cargaban con fuertes impuestos.
Ante las denuncias de excesos cometidos por los prestamistas, los reyes y gobernantes locales empezaron a controlar y regular las actividades financieras de los judíos, amenazando a quienes cometieran abusos y fijando límites a la tasa de interés que podían cobrar, que con frecuencia llegaba al 33 por ciento.
Hacia 1230 comenzó en círculos eclesiásticos de Francia una campaña para acabar con la actividad de los judíos como prestamistas. El dominico Raimundo de Peñafort declaró que había que prohibirles el cobro de intereses por los préstamos y que incluso debían devolver las cantidades obtenidas hasta entonces por este concepto.
Por su parte, en 1275, el rey Eduardo I de Inglaterra publicó una "ley sobre el judaísmo" en la que prohibía categóricamente la práctica de la usura. Pero los monarcas europeos no tardaron mucho en darse cuenta de que las medidas contra los préstamos de los judíos disminuían la entrada de ingresos en las arcas reales, por lo que muy pronto estas disposiciones dejaron de ser efectivas.
La presión de la Iglesia a los judíos se acrecentó a partir del siglo XIII.Franciscanos y dominicos, que habían iniciado su lucha contra las herejías cristianas, metieron a los judíos en el mismo saco y les acusaron de pervertir el verdadero sentido del Antiguo Testamento. También insistían en la pérfida obstinación de los judíos por no querer ver el cumplimiento de la doctrina que ellos mismos custodiaban: la llegada de un Mesías salvador.
El papa Inocencio III llegó a afirmar que los judíos debían estar sometidos a los cristianos en servidumbre eterna por ser culpables de la muerte de Cristo, y ordenó que llevaran signos distintivos en su vestimenta para distinguirlos de los cristianos e impedir los matrimonios mixtos (algo que todas las religiones, y no solo el cristianismo, trataban de evitar). Además, la Iglesia comenzó a aprobar una serie de medidas dirigidas a limitar las actividades de los judíos, como prohibirles ejercer profesiones que implicaran autoridad sobre los cristianos o pedir a éstos que no contrataran a nodrizas ni criadas judías, ni acudieran a médicos judíos.
CRÍMENES RITUALES
Los predicadores cristianos también contribuyeron a incitar a las masas contra los hebreos y muy pronto se empezaron a divulgar falsas ideas que contribuirían a crear una imagen nefasta de los judíos, a quienes se acusaba, por ejemplo, de cometer crímenes rituales y profanar la hostia consagrada
Las acusaciones de crímenes rituales habían comenzado en 1144, cuando en la ciudad inglesade Norwich apareció el cadáver de un niño cristiano que había sido crucificado después de ser torturado. Se acusó a los judíos de haber cometido tal atrocidad durante la Pascua, para imitar la pasión de Jesús y utilizar con fines rituales la sangre del pequeño –que fue venerado como un santo–. Desde entonces se repitieron casos similares en varios lugares de Europa.
Las acusaciones de crímenes rituales habían comenzado en 1144, cuando en Norwich apareció el cadáver de un niño cristiano que había sido crucificado después de ser torturado.
El emperador Federico II se alarmó y encomendó a una comisión de expertos la tarea de establecer si existía en el judaísmo alguna base que diera credibilidad a estas acusaciones. Los cristianos conversos le convencieron de que ni en las Sagradas Escrituras ni en ningún escrito judío existía fundamento alguno para prácticas tan horribles; todo lo contrario, las leyes judías prohibían expresamente el derramamiento de sangre. El emperador publicó una declaración especial anunciando los resultados de la investigación y hasta el papa Inocencio IV declaró que los crímenes rituales de los judíos carecían de credibilidad. Pero el pueblo dio crédito a las calumnias antijudías, lo que causó nuevas matanzas de hebreos.
Igualmente, la acusación a los judíos de profanar hostias consagradas comenzó a generalizarse a partir de 1215, cuando el IV concilio de Letrán decidió establecer el dogma de la transustanciación, según el cual el pan y el vino de la eucarístía se convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo. Los cristianos empezaron a propagar la idea de que, así como los judíos mataron a Jesús en el pasado, ahora se proponían hacer lo mismo profanando la hostia consagrada. Por esta causa, muchos judíos acabaron en la hoguera.
CULPABLES DE LA PESTE NEGRA
El odio a los judíos fue en aumento hasta que estalló en forma de ataques y matanzas en los años 1348 y 1349, como consecuencia de la llegada de la Peste Negra. La población estaba estupefacta ante esta terrible epidemia, que en algunas poblaciones acabó con la mitad de sus habitantes. Como no se conocían las causas de la enfermedad, la gente encontró en los judíos un chivo expiatorio al que culpar del desastre.
Por todas partes se les acusaba de aliarse con el diablo y envenenar los pozos para destruir a los cristianos. Poco importaba que los judíos murieran por la peste como sus vecinos, porque las mentes estaban demasiado llenas de rencor y la fobia homicida a los judíos ya formaba parte de una psicosis generalizada. Así, las masacres se extendieron por toda Europa, aunque se manifestaron con especial saña en Alemania.
Por todas partes se acusaba a los judíos de aliarse con el diablo y envenenar los pozos para destruir a los cristianos.
A partir de 1349 la situación se calmó y las comunidades judías pudieron ir recuperándose poco a poco. Pero el fanatismo no tardaría mucho en reaparecer. La rebelión de los husitas, que estalló en Bohemia y Moravia (en la actual República Checa) a comienzos de 1420, repercutió de manera negativa en los judíos, a quienes se acusó de favorecer a estos herejes. El monje italiano Juan de Capistrano, que predicó contra los husitas, incitaba a los cristianos contra los judíos, argumentando, entre otras cosas, que éstos defendían la idea de que "cada uno puede ser salvado por su propia fe", lo que para aquel fraile era totalmente inaceptable.
LAS EXPULSIONES
Las agitaciones violentas y los conflictos surgidos con los judíos llevaron a varios dirigentes europeos a plantearse su expulsión. Los judíos de Inglaterra fueron perdiendo cada vez más poder económico y social, hasta que dejaron de ser imprescindibles para los cristianos. En el año 1290 fueron expulsados de las islas Británicas por Eduardo II, y solo se les permitió volver a finales del siglo XVII, aunque únicamente a título individual.
Poco después, en 1306, también fueron expulsados de Francia por razones religiosas. Más tarde fueron autorizados a regresar bajo condiciones muy restrictivas, hasta que en 1394 llegó la expulsión definitiva. En Alemania, a partir de la segunda mitad del siglo XIV, los emperadores comenzaron a delegar el dominio sobre los judíos en los gobernantes locales o en las ciudades.
En 1306, los judíos fueron expulsados de Francia por razones religiosas. Más tarde fueron autorizados a regresar bajo condiciones muy restrictivas.
En Núremberg, los magnates de la ciudad comenzaron a cuestionar el derecho de los judíos a recibir intereses por los préstamos, y a partir de 1473 se empezaron a tomar las primeras iniciativas dirigidas a proscribir a los hebreos, hasta que en 1498 el emperador Maximiliano I aprobó su expulsión de Núremberg, lo que serviría de ejemplo para otras ciudades germánicas.
El caso de los reinos cristianos de la península Ibérica fue diferente del resto de territorios europeos. Aquí los judíos gozaron siempre de la protección de los monarcas cristianos, disfrutaron de importantes privilegios y el respeto por su religión fue mayor. Pero no pudieron evitar ataques violentos, como en 1391, cuando en diferentes ciudades muchos judíos fueron asesinados o se vieron forzados a convertirse al cristianismo, lo que dio lugar a un nuevo problema: el de los conversos, acerca de cuya verdadera fe muchos dudaban.
Los Reyes Católicos, en pleno proceso de unión de sus reinos, decidieron la expulsión de los judíos en 1492, argumentando que eran una mala influencia sobre los conversos. Se les planteó el dilema de convertirse al cristianismo y quedarse, o bien elegir el camino del exilio. Los que optaron por el bautismo y se quedaron como cristianos seguirían sufriendo durante muchas generaciones la discriminación, la marginación y el antisemitismo.
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