la figura del eterno caminante aparece en numerosas leyendas. En las grandes religiones se trata de individuos condenados a un perpetuo vagar por haber cometido una blasfemia o haber desobedecido a Dios, como es el caso en el judaísmo de Caín, de Pindola en el budismo o de al-Sameri en el Islam. El cristianismo, por su parte, creó la leyenda del "judío errante".
El punto de partida de la historia se encuentra en el Evangelio de Juan, en el que se menciona a ciertos personajes que al presenciar el suplicio de Jesús le negaron la ayuda o le mostraron desprecio. En otro pasaje también se alude a Malco, criado del sumo sacerdote de Jerusalén, que participó en la detención del Mesías en el huerto de los Olivos.
A partir de estas referencias, en torno a 1228 el benedictino inglés Mateo París escribió una primera versión de la leyenda. Su protagonista era Cartáfilo, un portero del pretorio romano que debía encargarse de ejecutar la sentencia de muerte de Jesús.Cuando este cayó en su camino al Gólgota, Cartáfilo lo golpeó, conminándole cruelmente a levantarse y seguir. Jesús le miró severamente y le advirtió que él caminaría a la crucifixión, pero que Cartáfilo caminaría sin descanso hasta el día del Juicio Final. Tras la muerte de Jesús, Cartáfilo, conmovido, se convirtió al cristianismo, tomó el nombre de José y se lanzó a un eterno vagar.
UN MENSAJE ANTISEMITA
Desde el siglo XIII, otros relatos semejantes se propagaron por Italia, aunque cambiando el nombre del condenado, que a veces se llamaba Buttadeus, otras Juan de Espera en Dios o bien Giovanni Servo di Dio. Eran personajes de gran diversidad social y no se caracterizaban por su condición hebrea.
En cambio, a partir del siglo XVI la leyenda insistió en presentar al personaje errante como un judío. Sin duda, esta nueva identidad estuvo vinculada al surgimiento del antijudaísmo de masas. Los judíos fueron considerados como causantes de las desgracias sin fin durante las crisis de hambre y epidemias del siglo XIV. La desconfianza y sospecha condujeron a la aparición sucesiva de los guetos en las grandes ciudades italianas de Venecia y Roma, mientras que los judíos eran expulsados u obligados a la conversión forzosa en la mayoría de reinos europeos, entre ellos España, en 1492.
Los judíos fueron considerados como causantes de las desgracias sin fin durante las crisis de hambre y epidemias del siglo XIV.
Paralelamente, se desarrolló la práctica de los viacrucis o caminos de la Cruz, en la que los fieles revivían con máximo patetismo la muerte de Cristo, de la que se culpaba justamente a los judíos. Fue así como tomó forma una leyenda del judío errante de carácter abiertamente antisemita. El mismo adjetivo de "errante", usual desde finales del siglo XVII, subrayaba el paralelismo entre el protagonista de la leyenda y la experiencia de los judíos de la época, condenados a trasladarse de un país a otro.
PRIMERAS APARICIONES
Durante el siglo XVI empezó a hablarse de un personaje llamado Ahasvero que podía aparecer en cualquier lugar y momento, y que era en realidad un judío que había sobrevivido desde la época de Jesucristo. Los escasos viajeros europeos que se aventuraban por esos años en Palestina y Jerusalén hallaban siempre de un modo u otro al misterioso testigo de la Pasión.
En su peregrinaje a la ciudad santa, el noble veneciano Carlo Soranzo explicaba cómo fue abordado por un turco en las callejuelas de Jerusalén. El turco, por una módica suma, se ofreció a conducirle en secreto ante un prisionero extravagante. Se trataba de un individuo alto, con armadura, confinado en una habitación tras gruesas puertas de hierro. Había sido condenado a estar allí, sin comida ni bebida, hasta el Juicio Final. Pasaba los días caminando sin tregua de un cabo a otro del recinto, gimiendo y golpeándose el pecho. Era el judío errante.
El noble veneciano Carlo Soranzo dijo haberse encontrado con el judío errante encerrado en una habitación en Jerusalén.
En Europa se sucedieron las apariciones de este personaje. En 1604 fue reconocido en Francia por dos jóvenes gascones. Se trataba de un zapatero, cuya leyenda se acompañó de un cuarteto célebre que presuntamente recitaba el viajero: "Cuando yo contemplo el universo, / creo que Dios me hace servir de ejemplo, / para testimoniar su muerte y pasión, / en la espera de la Resurrección". En 1774 hubo una nueva aparición ante dos burgueses de Brabante, a los que se presentó como Isaac Laquedem.
EL JUDÍO EN LA FICCIÓN
La aparición más resonante y multitudinaria se produjo en Hamburgo en 1542, si damos crédito al testimonio de Paul von Eitzen (1521-1598), obispo de Schleswig. Von Eitzen ya se había mostrado interesado por estos fenómenos escatológicos; por ejemplo, había compuesto una obra sobre el viaje de Cristo a los infiernos durante los tres días de su muerte. En su relato sobre la aparición de 1542, destacó que Ahasvero fue visto por centenares de personas y comunicó sombríos detalles sobre los padecimientos de Jesús y las iniquidades cometidas por Judas Iscariote.
Un texto lo presentaba así: "Escuchaba el sermón con una devoción extraordinaria, con una atención insólita que solo interrumpía cuando el predicador nombraba a Jesucristo. Entonces este personaje se inclinaba, se golpeaba el pecho y suspiraba con fuerza [...] Era un hombre taciturno y reservado, de conversación piadosa, pero que no hablaba si no se le dirigía la palabra. Empleaba siempre la lengua del país en el que se encontraba, comía y bebía poco y jamás se le vio reír. Si se le ofrecía dinero, no tomaba sino dos o tres sueldos que entregaba de inmediato a los pobres. Mucha gente de diversos países fue a Hamburgo para verlo, y se expresaron diversas opiniones. La más común era que a todos les parecía tener un aire familiar, como de un conocido de antaño".
"Empleaba siempre la lengua del país en el que se encontraba, comía y bebía poco y jamás se le vio reír", decía un texto sobre el judío errante.
En el siglo XIX, el mito cobró nueva vida gracias al éxito alcanzado en Francia por la novela de Eugène Sue El judío errante (1845), que imaginaba que este personaje vivía condenado a transmitir el cólera durante sus interminables viajes a lo largo de los siglos. Añadía una intriga de su cosecha: una familia francesa descendiente de la hermana del judío errante se vio obligada a emigrar de Francia a finales del siglo XVII a causa de su religión protestante. Antes, confiaron su riqueza a un judío y se dieron cita para recuperarla 150 años después, pero debían enfrentarse a una conspiración de los jesuitas que ansiaban hacerse con las riquezas.
Este folletín ofrecía una imagen favorable de los judíos, pero fue plagiado y adaptado en muchos relatos y monografías posteriores que en cambio tomaron un sesgo antisemita. Partes del libro se incorporaron al libelo Los protocolos de los sabios de Sión (1902), en el que el discurso anticlerical se transformaba en un alegato racista contra los judíos y alentaba los pogromos en la Europa oriental.
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