Fue reina de Francia y fue reina de Inglaterra. También lista, guapa, culta y confiada en que ser mujer no le impedía asumir el control ni conquistar el poder. Su actitud siempre fue un incordio tanto para sus maridos, tuvo dos, como para sus súbditos. Ella, Leonor de Aquitania (1122-1204), más inteligente que todos ellos, consiguió siempre lo que quiso. Transformó las cortes. Educó a sus hijos. Comandó rebeliones.
Su historia es la de una niña que heredó demasiado pronto. Educada en una casa con costumbres bastantes liberales para la época, su padre era Guillermo X, duque de Aquitania y conde de Poitiers, y crió a su hija entre el arte, la música, la literatura y fuera de cualquier coraza clerical. Por eso, a su muerte, Leonor sólo tenía 13 años, quizá no estaba preparada para el mundo masculino y áspero que la rodeaba.
Ella se quedó con todo, no había ley sálica en aquellas tierras, tanto posesiones como títulos, y se vio teniendo que manejar a una serie de vasallos que la veían débil por joven y por mujer. Tomó la decisión de casarse con alguien con cierta fuerza para acallar las inquietudes. Así acabó con Luis el Joven, príncipe heredero al trono francés, un matrimonio que a él también le daba prestigioso, una dote generosísima y una cantidad de tierras inabarcables.
A los dos meses, el rey de Francia murió y Luis se convirtió en Luis VII. Y Leonor, con 15 años, en reina. Cuentan que él estaba locamente enamorado de Leonor. Que ella le veía soso y seco, pero la mejor manera de asegurar su poder. El rey seguía a rajatabla los consejos de su mujer. Leonor transformó la corte, escotó los vestidos, abrió la gama cromática, organizó fiestas, fue mecenas de trovadores y artistas y los nobles franceses comenzaron a odiarla.
“Pocas mujeres marcaron su época como ella”
A su comportamiento poco habitual para una reina del siglo XII se sumó que sólo le daba hijas al rey. Para desacreditarla, insinuaron una relación amorosa con su tío, un intento de fuga con otro hombre… Como cuenta Clara Dupont-Monod en Leonor de Aquitania, editorial Circe, que se acaba de publicar, “pocas mujeres marcaron su época como ella”. Algo que corroboró el prestigioso medievalista Jean Markale, que aseguró que “nunca se insistirá bastante sobre la influencia que Leonor de Aquitania tuvo personalmente en la evolución de las costumbres del Norte, en este siglo XII en que Francia no era más que un reino teórico en busca de su personalidad”.
Una evolución que provocaba urticarias y que parecía aumentar la obsesión de Luis por la de Aquitania. Juntos se fueron en cruzada hasta Jerusalén y sería Leonor la que al volver le pediría la nulidad matrimonial. Francia era un país en el que el rey tenía poder absoluto y en el que los nobles se doblegan con mucha facilidad. Allí su influencia iba perdiendo fuerza a medida que no tenía un hijo varón y ella quería más. Se veía presa en una corte opaca, antigua, que renegaba de los cambios y en los que a ella la trataban de indecente.
Le pidió al Papa la nulidad, alegó consanguinidad y la imposibilidad de darle un heredero a Luis VII, lo que la Iglesia aceptó sabiéndose engañado. A los 3 meses, Leonor de Aquitania se volvía a casar, esta vez con el heredero al trono inglés, 11 años menor que ella y del que se había, supuestamente, enamorado. Él, conde de Anjou y duque de Normandía, conseguiría el trono al poco tiempo y ella le daría rápidamente un heredero varón al mayor enemigo de su anterior esposo.
La corte inglesa estaba más regida por los nobles que por el rey, por lo que le resultaba más fácil influir en las decisiones. Además, mostraba mayor aceptación ante la nueva reina que les había proporcionado rápidamente un heredero además de un conjunto de tierras valiosísimas. El rey le daba cada vez más poder, ella fomentaba la cultura, impartía justicia, tenía un hijo detrás de otro y se hacía con el clamor popular.
También que allí se buscó la igualdad entre hombres y mujeres, que se alegó la falta de argumentos para tenerlas a ellas en un segundo plano
Pero se empezaron a escuchar rumores. Algo de un trovador, de un tal Bernard de Ventadour, que se acercaba demasiado a los aposentos de la reina. Enrique II lo mandó lejos de la corte en cuanto se enteró y se vengó con La bella Rosamunda, una dama a la que exhibió como su amante ante los ojos de su mujer y de su pueblo. También la apartó del poder. Fue entonces cuando Leonor se fue a Poitiers, se largó y se rodeó de poetas, de músicos, convirtiendo aquel lugar en un centro cultural de primera. A su lado, Ricardo Corazón de León, su hijo predilecto, y una de las niñas que había tenido con Luis VII.
Dicen que Poitiers, el de Leonor, influyó en la literatura de la época. También que allí se buscó la igualdad entre hombres y mujeres, que se alegó la falta de argumentos para tenerlas a ellas en un segundo plano, también se aludió a su inteligencia para estar en el primero. Hablaban de amor, lo hacían en verso. De costumbres desfasadas. De nuevos reinos.
Pero otra vez, aquello se le quedó pequeño. “Tu alma es como un muro que el temporal azota. Miras en derredor y no hallas sosiego”, le escribió en una carta Hildegarda de Bingen a Leonor de Aquitania, que recoge la biografía de Dupont-Monod, y lo hizo con razón. Leonor, entre poema y poema, urdió su venganza. Puso en contra a los cuatro hijos varones que había tenido con Enrique II (Enrique, Ricardo, Godofredo y Juan) para quitarle el trono. El rey la descubrió y la tuvo 16 años vagando de fortaleza en fortaleza. Sus hijos la olvidaron tras el desastre.
La libertad le llevó con la muerte del soberano. Ricardo fue el elegido para gobernar y recordó a la mujer que le había educado. También sensible a la cultura y al desarrollo, asumió a su madre como mano derecha y le otorgó todo el poder que pudo. Ella tenía 69 años y murió a los 82, habiendo revolucionado por completo el norte de Europa.
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